Historia

Cataluña

Javier Gomá: «Hay un independentismo bárbaro que quebranta las reglas de convivencia»

El pensador, que está embarcado en la redacción de su primera comedia para teatro, abandona su silencio para abordar la actualidad política.

Javier Gomá: «Hay un independentismo bárbaro que quebranta las reglas de convivencia»
Javier Gomá: «Hay un independentismo bárbaro que quebranta las reglas de convivencia»larazon

El pensador, que está embarcado en la redacción de su primera comedia para teatro, abandona su silencio para abordar la actualidad política.

El despacho de Javier Gomá es la fragua de sus disquisiciones, sueños, filosofía o filosofías, porque tras su apariencia de hombre sereno, ajeno a las premuras, late el pulso de los espíritus predispuestos siempre a alcanzar nuevas cuotas intelectuales. Lo del libro de Watteau sobre la mesa o las lecturas arrumbadas por el escritorio son vagas pistas de sus recientes intereses y reflexiones. Después del éxito de su monólogo «Inconsolable», Javier Gomá afronta un horizonte poblado de desafíos y retos, de posibles libros y ensayos ya apuntados o esbozados (uno sobre Fray Luis de León y otro sobre el estilo elevado). Pero lo que ocupa ahora su interés creativo es la redacción de una comedia teatral. «Siempre me he considerado una persona de vocación literaria. Entiendo que la filosofía es litera-tura. No me considero un filósofo. Cada vez más digo que soy escritor. Tengo la sensación de que lo principal que tenía que decir con la estrategia comunicativa del ensayo, ya lo he dicho».

–¿Por qué una comedia?

– «Inconsolable» es la historia de un hombre de 50 años que se queda huérfano. Había elementos de humor. En mi caso, el humor tiene mucha importancia. Cuando en «la imagen de tu vida» enuncio los tres requisitos de la imagen de Cervantes, señalo: idealismo, cortesía y humor. El modelo de Cervantes podría tener un efecto civilizador sobre el presente. ¡Qué bueno sería que en España existiera idealismo y que fuera compatible con la cortesía hacia el otro y que pasara el test del humor! Porque el problema del idealismo es que se convierta en fanatismo. La mejor manera de saber si un ideal es genuino es conocer si es capaz de reírse de sí mismo. El humor tiene una finalidad civilizatoria. Es un test de calidad de los ideales del siglo XXI.

–¿Y el argumento?

–Sánchez Albornoz decía que la historia de España se caracterizaba por no tener feudalismo ni burguesía. Y si miramos la historia de España ves que uno de sus problemas es que no ha tenido una clase media tan fuerte como en otras naciones. Cuando un país no tiene clase media sólida se echan de menos cosas. En España no ha habido música sinfónica, ni apenas ciencia ni instituciones típicamente burguesas, como son las liberales, de crédito y de mercado. Echo de menos un teatro o una novela con ambición artística protagonizada por la clase media burguesa, es decir, un médico, un empleado de banca, un abogado, un ingeniero, con los problemas de su clase. Hay un teatro de calidad pero se mueve en una marginalidad de temas. Viendo esa laguna, me he animado a iniciar una comedia que presentará a profesionales con problemas profesionales. Contiene elementos autoirónicos. Sería algo así cómo una persona ejemplar puede ser muy cargante y crear problemas en su entorno.

Hasta ahora, Javier Gomá había evitado pronunciarse sobre la actualidad. Había, según sus palabras, y título de uno de sus textos, «escurrido el bulto». Lo hacía por «fidelidad extrema a mi vocación y que mi obra filosofo-literaria fuera recibida sin las distorsiones de la política. La política está formada por partidos y los partidos tienen partidarios y los partidarios te piden no tu opinión, sino tu posición, que es justo lo contrario de un proyecto que intenta poner un ideal general a una sociedad en su conjunto. Siempre me sentí orgulloso de que el concepto de ‘‘ejemplaridad’’ no se lo haya apropiado ningún partido. Era un concepto sin ideología. Hice de esto una bandera», explica. Pero él mismo ha roto esa regla autoimpuesta.

–Ha quebrantado su silencio político a raíz de la Declaración Unilateral de Independencia en Cataluña. ¿Por qué?

–Esto ocurre cuando en el corazón del siglo XXI, dentro de una sociedad moderna, próspera y abierta como es la española, existe un grupo organizado para tratar de movilizar a una parte de la sociedad con el propósito no de crear una nueva posición u opinión dentro de la civilización, sino con el propósito bárbaro de cuestionar la civilización misma. Mi interpretación de la Declaración Unilateral de Independencia, que no es más que el resultado de más de dos años en que unas oligarquías logran, aprovechando la crisis y el desprestigio de los partidos nacionalistas por corrupción, movilizar un catalanismo y convertirlo en un independentismo bárbaro, porque había otro, que he llamado en ocasiones mágico, que se imaginaba que al declarar la independencia iba a tener la ovación del resto. Era mágico porque no iba a ocurrir, pero lo pensaban. Pero no todo independentismo mágico era bárbaro. El bárbaro es ese que, de una manera organizada, quebranta las reglas de la convivencia, las fronteras de la civilización, situándose en la barbarie.

–¿Qué supuso ese anuncio para usted?

–Una persona como yo se encontraba de pronto con un movimiento amplio, liderado por una oligarquía que tenía como propósito reventar las reglas de la civilización y eso merece el nombre de barbarie. Me pareció que si la discusión o deliberación dentro de las fronteras de la civilización me obligaban escurrir el bulto, cuando son las fronteras mismas de la civilización las que se querían derribar, tenía que levantar mi voz y expresar mi posición, porque llegué a pensar que me iba a reprochar a mí mismo que, después de contemplar un momento de barbarie como ese, siguiera hablando del estilo elevado. Eso ya es escapismo, un frívolo esteticismo. La ocasión excepcional justificaba una posición excepcional.

–¿Cuál es su opinión del nacionalismo?

–Para empezar, seamos justos. El nacionalismo catalán es un nacionalismo en el seno de una sociedad democrática, abierta, constitucional y plural, y, aunque haya hostigado mucho, hasta hoy ha sido civil y pacífico. No es justo compararlo con los de la Primera Guerra Mundial o los Balcanes.

–¿Pero...?

– El independentismo, en general, me parece anacrónico. En una tendencia, como la actual, hacia el cosmopolitismo, con ausencia de fronteras y la convicción de que solo existe un pueblo; en esa convergencia universal que se está produciendo en el que da igual de qué religión se sea, qué lengua sea hable o de qué territorio o sexo se sea, la creación de un supuesto pueblo catalán que levanta fronteras me parece anacrónico. Es contrario al signo de los tiempos, es un paso atrás. El independentismo, pese a todo, puede ser respetable si se encauza por las vías que la civilización ha establecido, aunque sea anacrónico. En el independentismo que no es mágico, sino bárbaro, tienen una enorme responsabilidad las oligarquías que han liderado el movimiento. Hasta 2010, todas las comunidades autónomas, incluida Cataluña, estaba satisfecha con el sistema autonómico. Es evidente que la crisis económica genera crisis del sistema y suscita movimientos antisistema o territoriales. Es innegable que el independentismo es una forma de movimiento antisistema suscitado por la crisis. Además de los problemas que tenía el gobierno catalán, que imponía recortes y que iba perdiendo elecciones, su partido estaba infectado por la corrupción. El ideario de la lucha democrática entre partidos le llevaba a la derrota, pero la creación de un relato independentista era movilizador. La redención a través de las emociones, que es lo contrario de un ciudadano moderno. Esta oligarquía fue movilizada en parte por convicción, pero, también, en gran parte, por oportunismo.

– Desde el independentismo se ha dicho de todo sobre España. ¿Qué le ha parecido más ofensivo o molesto?

–Si algo es insufrible para un ciudadano normal de España es que el éxito de España como país presupone el éxito y la prosperidad de Cataluña, mientras que el éxito de un proyecto independentista solo puede ser remotamente comprensible fuera de nuestro país si se pone en marcha, como se ha hecho, una campaña masiva e industrial de difamación de España, porque el gobierno catalán ha creado una organización sistemática de difamación y desprestigio de España a ojos del mundo, porque solo alguien puede comprender que los catalanes quieran abandonar un país abierto, exitoso, europeo como España después de 40 años de prosperidad, si ellos convencen al mundo de que el nuestro es un país fallido, autoritario, represivo y torturador. Que haya una campaña promovida por el gobierno catalán de falsedades y mentiras sobre el país al que pertenecen, y van a seguir perteneciendo, aparte de una idiotez por su parte, es insufrible. Y lo han hecho ellos, porque España los ha favorecido a través de todo lo que ha podido. En España no ha habido una campaña parecida hacia los catalanes. En Madrid se hablaba poco, pero muy bien de Cataluña. Los catalanes están obsesionados con Madrid, pero Madrid está a lo suyo y cuando se habla de ellos siempre es positivo. En cambio, el movimiento independentista ha creado una organización para hablar mucho y mal de España. Esto es insufrible.

–¿Decepcionado, entonces?

–Tengo la sensación de que en los independentistas hay algo del infantilismo de las personas que no son capaces de pasar. Siempre hemos admirado a los ingleses porque, con sus defectos, eran pragmáticos. Los ingleses no son un pueblo de metafísicos, sino de mercaderes, igual que los catalanes. Eran pragmáticos, de negocio, de empresa y, de pronto, dejan de serlo, olvidan sus intereses y se dejan llevar por las pasiones, que es lo más infantil que hay para un colectivo. El Brexit es el acto más antipragmático que han cometido los ingleses a lo largo de toda su historia y es un signo de decadencia; el independentismo es la sustitución del interés, que es lo más objetivo y fiable, donde la gente se entiende, aunque sea por preservar una parte, y los han sustituido por las pasiones. El principio freudiano de la realidad por el del infantil del placer. Ver a un pueblo dejar de ser pragmático y que alienta pasiones animadas por el placer y no la realidad, y a esos dirigentes que lo animan, te produce una gran decepción de los ingleses y los catalanes. Es como si dijeran que prefieren una Cataluña pobre y decadente pero independiente a una prospera, rica y prestigiosa dentro de España. Cuando observas estas decisiones, piensas que algunos pueden estar cerca del fanatismo.

–¿Por qué prevalece la emoción sobre la razón hoy en día en la política?

–Mi tesis es que la razón es cosmopolita, el corazón es localista. La tendencia universal es el cosmopolitismo, que se basa en que existe una sola raza, la humanidad, y un único principio, la dignidad humana. Todo los demás se convierte en adjetivo, respecto a esto. Dentro de 200 o 300 años existirá una sola nación, la humanidad, con un principio: la dignidad del hombre. Esta tendencia es imparable, por eso el independentismo va contra el signo de los tiempos, porque esta tendencia cosmopolita convierte en artificiosa y meramente pragmática cualquier frontera. Todos somos lo mismo: pertenecemos a la raza humana. Frente a eso, incluido lo español, se relativiza.

–Pero luego está el corazón.

–El corazón trenza afectos en el entorno más inmediato y lo necesita, porque no se trata solo del principio cosmopolita, abstracto, global, sino de un corazón que se alimenta de identidades en las que se sienta bien. La manera de hacer compatible el principio cosmopolita y el corazón localista es admitir, como hace un ciudadano del siglo XXI: admitiendo múltiples identidades compatibles entre sí. Yo soy de Bilbao, pero educado en Madrid; soy español y soy europeo. Pero necesitas identidades que te ayuden a ti a sentirte miembro de algo, que, normalmente, se alimenta de redes que se crean en el entorno.

–¿Entonces qué ocurre?

–En estas sociedades extremadamente urbanas, modernas, superpobladas, tecnológicas y burocráticas, no siempre es fácil alimentar la sed de identidad. Y hay mucha gente que junto a ese principio cosmopolita sienten esa sed de identidad. Estas sociedades democráticas y muy burocratizadas no siempre proporcionan satisfacción a esa sed. Por otra parte, hay un infantilismo social. Vivir en una sociedad democrática significa educar tu corazón para aceptar cierto aburrimiento, una monotonía en la vida cotidiana, no anhelar de las instituciones políticas emociones o pasiones que te rediman de tu aburrimiento, vulgaridad o insignificancia. Las instituciones democráticas deben servir para crear un marco de convivencia. Las emociones calientes, en una sociedad adulta y democrática, las deberíamos dejar para la vida privada. Búscate la vida para crear en tu proyecto vital la intensidad, fuerza, emoción, vértigo o ebriedad que deseas, pero no se lo pidas a la política. Hay mucho infantilismo que no ha llegado a reconciliarse con la monotonía de lo humano y busca una redención a través de la política, como hemos visto a lo largo de la Historia. ¿Cuánta gente ha encontrado en la revolución o las gestas políticas una sed de épica, de identidad, de grandeza?

–¿Qué le preocupa de nuestra sociedad?

–Una tendencia al pesimismo impostado. Esta sociedad tiene muchos problemas, pero en conjunto es próspera, moderna, abierta y comparativamente la mejor de su historia. Esta tendencia en el ambiente a una infelicidad no ganada, esa tendencia de la cultura dominante a difundir desesperación y tristeza en vez de esperanza me preocupa. Si somos pesimistas y difundimos infelicidad es probable que lo que temamos se cumpla. Me gustaría que la sociedad española tuviera la madurez de reconocer que, en conjunto, las cosas están en marcha, aunque es mucho lo que hay que hacer. La felicidad no es un estado, no es algo que uno tenga o en la que uno esté. La felicidad es una dirección y la dirección es mejor que nunca. Pero para ser feliz, hay que tener cierta madurez; para tener satisfacción, cierta sabiduría. Si hay algo que la crisis económica y territorial ha demostrado es que la realidad de España es más madura y moderna de lo que se creía a pesar de cierto pesimismo y desesperanza asentada en el ambiente.

–¿Qué opina de la salud moral de la política hoy?

–Vive un drama. La sociedad moderna se ha fundado en el principio liberal del respeto a la vida privada. Había una moral pública y privada. En los últimos años, eso ha cambiado. El concepto de «ejemplaridad» designa ese cambio. Al final, no solo nos importa la vida pública, sino la integridad de las personas. En esta sociedad postideológica no importa tanto que se sea de derechas o izquierdas. Ahora que la izquierda socialdemócrata ha triunfado, porque hasta la derecha es socialdemócrata, las diferencias entre un partido y otro son mínimas. Lo importante es el líder y que sea de confianza. Y él debe inspirar la confianza uniendo vida pública y privada. El drama es que los ciudadanos adultos de las sociedades se han educado con el principio liberal y la tolerancia es máxima hacia la vida, pero, sin embargo, en la ciudadanía el principio de tolerancia se ha sustituido por el de exigencia. Los políticos viven en una enorme tensión. Siguen pensando que la vida privada es suya, pero al mismo tiempo tienen que atender a un requerimiento publico: qué opinan, cómo visten, si pagan los impuestos, si promueven alguna causa social. El escrutinio sobre su persona es máxima, pero a la vez han sido educados en el principio liberal y viven esto con una tensión enorme, sin un verdadero convencimiento, sabiendo que es un tributo que tienen que pagar a los medios de comunicación y los ciudadanos, ignorando que la mejor manera de parecer decente es serlo.

–«Aporofobia» ha sido una de las palabras de 2017.

–Aplaudo este término, porque la medida con la que juzgas la madurez y la temperatura moral de una sociedad es cómo trata a los sectores más vulnerables. Una vez leí que si quieres conocer el avance de la Ilustración en los países musulmanes tienes que mirar cómo están en ellos las mujeres. Prestar atención a los sectores débiles, poniéndoles nombre, como ha hecho Adela Cortina, es un acierto.