El desafío independentista

La catalanización de Bruselas o el «efecto mejillón»

La escapada del ex president provoca revuelo y estupor entre los ciudadanos que temen un contagio del independentismo en el continente europeo a raíz del caso catalán

Una persona lee la portada del diario belga «Le Soir», uno de los muchos que llevan a Puigdemont y el problema catalán en portada
Una persona lee la portada del diario belga «Le Soir», uno de los muchos que llevan a Puigdemont y el problema catalán en portadalarazon

La escapada del ex president provoca revuelo y estupor entre los ciudadanos que temen un contagio del independentismo en el continente europeo a raíz del caso catalán.

La presencia de Carles Puigdemont en Bruselas ha provocado revuelo y estupor entre los ciudadanos de distintas nacionalidades que residen en la capital belga. Tampoco son indiferentes al alboroto mediático que esta semana ha causado la escapada del ex dirigente catalán, quien desde el lunes juega al despiste con la prensa nacional e internacional, desbordada por la falta de claridad en torno a la agenda del ex presidente y su futuro en Bélgica. Muchos temen el «efecto dominó» o el «efecto mejillón», uno de los manjares belgas.

Los que ven las noticias a diario, tratando de comprender qué es lo que está pasando en España, y especialmente, en Cataluña, no terminan de entender los que ocurre, aunque en Bélgica les resulta familiar el conflicto por los apremiantes problemas que enfrentan desde hace años a flamenco y valones.

Marcel, belga de habla neerlandesa, procedente de Hasselt, ciudad del norte de Bélgica, se pregunta cómo es posible la independencia de una región en la Europa de hoy. «¿Qué ha hecho el Gobierno (español)? ¿Ha escuchado a la gente?». Insiste en que la vida política belga está salpicada por crisis que separan ambas comunidades lingüísticas, como ya fue el controvertido caso en los años 80 de la localidad de Fourons, (Voeren en neerlandés), con mayoría francófona y que había sido transferida a Flandes (flamenca).

Ariola, bruselense, también considera que la cuestión catalana está motivada por razones económicas, pero cree que no es excusa para proclamar una ruptura unilateral. Espera que haya una manera de resolver la crisis catalana porque teme por un efecto dominó: «Muchas regiones de toda Europa podrían hacer lo mismo y no lo hacen». En caso de nuevos brotes independistas en el continente «Europa se haría pedazos», advierte preocupada.

Los ciudadanos hablan de Cataluña y de Puigdemont. Todo el mundo parece saber quién es, e incluso creen que sería fácil reconocerlo. Ariola cree que «es algo particular», pero lo identificaría sin problemas si lo viera por la calle. Sin duda, por su corte de pelo, que es «muy característico», reitera Bruno, de nacionalidad francesa, quien agrega que el ex dirigente catalán «debería estar en España, con su gente, con su pueblo», aunque 30 años de prisión le parecen «demasiado».

Su compatriota, Dominique, cree que el proceso debe plegarse al cumplimiento de la ley. «Los catalanes han votado», pero en su opinión, todo «tiene que pasar por el Gobierno central». En Francia, también han vivido algo similar. «Es como los corsos, que se levantan en favor de la independencia». «El problema de los independentismos está en la naturaleza misma de la Unión Europea, en su estructura y gobernanza. Si realmente hubiera un sentimiento de unidad se harían las cosas de otra manera», lamenta Dominique.

Estos días todo el mundo parece haberse forjado una opinión sobre Cataluña y el independentismo catalán. Puigdemont afirmó en rueda de prensa el pasado martes que quería llevar el conflicto a Europa. Por eso eligió Bruselas, capital de la UE. Pero lo cierto es que el ex presidente no tiene agenda, ni ha mantenido ningún encuentro con las autoridades locales y menos aún con las europeas. Sus contactos se han limitado a la periferia del poder en Bruselas. La Alianza Libre Europea, una organización que aglutina a varias fuerzas que defienden la autodeterminación.

Puigdemont se dejó ver apenas una hora en una comparecencia el pasado martes. El político catalán rompió su silencio en una multitudinaria rueda de prensa, que congregó a 200 periodistas en una sala abarrotada y desbordada, y en la que no contestó a ninguna pregunta de medios españoles ni catalanes. Unas horas más tarde, salió a dar su paseo al mercado instalado en la céntrica plaza Luxemburgo, frente a la sede del Parlamento Europeo.

El presidente destituido cumplió el jueves con su palabra: ni él ni los consellers imputados que le acompañan en Bélgica acudieron a declarar ante la Audiencia Nacional. De su rastro en Bruselas a la misma hora que estaba citado en Madrid, solamente se supo que se encontraba en una cafetería. En torno a las 9 de la mañana se le vio en el establecimiento Karsmakers, muy cerca también del Europarlamento, a escasos metros donde también fue visto el pasado martes. En la imagen, tomada por RNE, se le puede ver con Josep María Matamalas, antiguo concejal de Girona y amigo íntimo del ex dirigente.

La cafetería se encuentra a diez minutos caminando del hotel Chambord, situado una calle limítrofe entre el municipio de Ixelles y el centro de la ciudad, y que el ex presidente abandonó el martes por la noche. Justo enfrente del alojamiento, trabaja Martin, belga nacido en Flandes y residente en Valonia. Está empleado en una óptica y fue testigo del despliegue de medios a pocos metros del local. Para Martin, residente en el Brabante Valón, el bautizado como «circo de Puigdemont» le recuerda al rompecabezas político belga: su provincia es la más rica de la región de Valonia, y es «como si ésta tiene que asistir al resto de provincias». Los impuestos en su municipio «son muy altos», afirma. Respecto a la presencia del ex presidente catalán en la capital belga, se pregunta, con un halo de simpatía: «¿Por qué ha sido condenado tan duramente y de manera tan rápida?», reflexiona.