Moda

Pronovias, como la primera vez

La modelo rusa Anne Vyalitsyna recibe un beso de Jon Kortajarena
La modelo rusa Anne Vyalitsyna recibe un beso de Jon Kortajarenalarazon

Como el primer amor. Que entre por los ojos. Que cautive. Sorpresa. Es el reto que asume Pronovias con la colección que presentó ayer en la sala oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña. Después del fallecimiento de Manuel Mota, la firma catalana no comienza desde cero –a saber, 185 tiendas en todo el planeta y 4.000 puntos de venta–, pero sí busca cautivar a la mujer que decide dar el «sí, quiero» de un flechazo y hacerlo bien y definitivamente, para conseguir sellar un amor de película. Delicadeza, para unas. Impacto, para otras.

De ahí las miradas del ángel de Victoria's Secret, Anne Vyalitsyna, cuando descubrió a Jon Kortajarena sobre la pasarela. Ella, camino del altar con un vestido en mikado que juega a tamizar el escote con forma de corazón con un trabajo de encaje y toques de dorado que hacen que el blanco deje de ser el rey exclusivo del altar para dar paso a los destellos de luz que aporta la pedrería nacarada y una lluvia de cristales en otros de los diseños que se vieron anoche. Todo, bajo la atenta mirada de un impresionante árbol dorado de más de 20 metros de altura del que iban dando fruto uno a uno los vestidos de Pronovias para la próxima temporada. Setenta modelos sobre la pasarela –desfile de récord– ante 1.950 invitados que abarrotaban el pabellón.

Si de algo puede presumir el equipo de diseño, con respecto a lo visto sobre la pasarela, es del minucioso trabajo en cada una de las nuevas creaciones, que se traduce en un mimo por cada uno de cortes, remates... No en vano es la máxima de la colección Atelier, que viene a ser la «high class» de estreno dentro del amplio catálogo de la firma. Ahí están los vestidos que se amoldan al cuerpo con naturalidad –aunque exigen, eso sí, puesta a punto para que queden como en pasarela–. El mayor acierto viene de la mano de aquellos que se sumieron en una inspiración años 40, ayudados por unos tocados en forma de diadema que recuerdan al charlestón.

Una propuesta que le pide a la mujer que lo lleva encima caminar y moverse con decisión –carácter, lo llaman algunas, otros preferimos personalidad– para conseguir el efecto buscado y lucir bien la parte inferior de las faldas. Lo asume al dedillo Irina Shayk, la novia de Cristiano Ronaldo, que se defiende cada vez mejor sobre la pasarela, pero que se resiste a vestir de blanco, más allá de lo que exige su contrato y su profesión. También Michaela Kocianova y Godeliv, la «top» española a la que se añora en Cibeles por su impronta.

Enfoque innovador

En este punto ayudan la preeminencia de las sedas y el encaje francés, sin dejar a un lado el juego que dan el rebrodé, el chantilly y el tafetán. El riesgo que asumen –y visto de cerca, parece un acierto– es la introducción de flecos en algunos de los modelos, que dan movilidad y frescura al conjunto.

Entre los guiños a la tendencia que aporta Pronovias, con el tul y el guipur como puntos de partida, se encuentran los dos piezas, que buscan responder a la creciente demanda de contar con un vestido más armado para la ceremonia nupcial, desprendiéndose de los ornamentos y tules para poder alargar la fiesta posterior. En esta misma línea se plantean los canesús desmontables. Pero aquellas que se consideran unas rebeldes del clasicismo y se nieguen a ser princesas, no se inquieten. Podrán contar con una selección de minivestidos cargados de brillo –esos de los que presumen los «it girls» vía Twitter–, corsés al más puro estilo Hansen y la gran variedad de escotes, que se mueven entre los cogidos al cuello que piden presumir de espalda y aquellos que cubren sutilmente los hombros con unas pequeñas mangas. Francesca, la hija de Clint Eastwood, no quitaba ojo a este modelo mientras tarareaba cada una de las canciones del desfile, especialmente el «All you need is love», aunque ella, a sus 19 años, no piense en boda ni a corto ni a largo plazo. «Eso sí, me visualizo con cualquiera de estos vestidos, no demasiado clásico, sino informal, divertido», comentaba junto a la impresionante hija de Andie MacDowell, Raney Quaelly, que repite en Barcelona y no paraba de fotografiar con su móvil los vestidos que acumulaban más tul en su falda. Escotes para una, volumen para otra, resumían un viaje por el universo del encaje francés y de los tejidos nobles –como la seda brocada– del primer al último diseño, de la flor al paramecio. Alarde creativo resultado del trabajo de un equipo de más de 60 personas entre creativos, modelaje y confección.