La amenaza yihadista

Estado Islámico: año uno

El asesinato de James Foley
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Hace un año, el 29 de junio de 2014, el líder del Estado Islámico, Abu Bakr Al Bagdadi se autoproclamó el emir de los creyentes» e instauró un califato islámico entre Mosul (Irak) y Raqa (Siria). A sus 44 años, este doctor de Estudios Islámicos, nacido en Samarra, se ha convertido en el terrorista más buscado del mundo después de Aiman al Zawahiri, el sucesor de Osama Bin Laden al frente de Al Qaeda. Ahora se encuentra en paradero desconocido, tras quedar, presuntamente, herido, en un ataque aéreo de la coalición internacional el pasado mes de marzo. En este sentido, las informaciones siguen siendo confusas y no se sabe con exactitud ni su localizaciónni su estado de salud. Al Bagdadi nació en Samarra, en el centro de Irak, en 1971.

El también apodado «califa Ibrahim» sorprendió al mundo entero cuando apareció en julio del año pasado en una mezquita de Mosul y llamó a todos los creyentes musulmanes a formar parte de su «califato islámico». En aquel momento, muchos pensaron que se trataba de delirios de grandeza, pero desde entonces su poder se ha hecho imparable. Las fronteras del «califato islámico» se han ido ampliando a lo largo y ancho de Irak y Siria. Su influencia se ha ido extendiendo hacia el norte de África y el Sahel, y hacia Asia Central. Al menos cuatro millones de personas son ciudadanos de este califato, muchos de ellos de manera involuntaria al haber sido víctimas de la conquista de sus ciudades por parte del EI. El Daesh tiene sus propios ministerios, paga sueldo a sus nuevos funcionarios y ahora además ha acuñado su propia moneda, el «dinar» islámico.

Sin embargo, la vida en el territorio controlado por los radicales islamistas es un infierno. Bajo las estrictas normas de la «sharía» (ley islámica), la población vive atemorizada y es testigo de ejecuciones públicas a diario. «Cualquier tipo de placer está prohibido», se queja Hamadi (nombre falso), un residente de Raqa, que ha contactado con LA RAZÓN. «A los abogados ya no se les permite practicar su profesión y algunos jueces han sido asesinados», advierte. Oficios como el de sastre, por ejemplo, han tenido que adaptarse al cambio de vida y «en lugar de confeccionar trajes, ahora cosen ropas al estilo afgano». Parece que la profesión con más proyección en el califato es la de verdugo. Las ejecuciones se han convertido en una rutina, la mayoría motivadas por transgresiones tan banales como poner un post en Facebook. «Grupos armados del EI patrullan constantemente la ciudad, de manera que ya nadie se siente seguro», lamenta Hamadi.

Sus éxitos cosechados en Irak y el avance en el norte de Siria atrajeron a decenas de miles de nuevos yihadistas que se han ido incorporando a sus filas. Muchos de estos yihadistas son expertos combatientes que lucharon en la pasada década en Irak y se han pasado ahora al Estado Islámico. El grueso lo forman los reclutas iraquíes suníes y se estima que hay 20.000 extranjeros, muchos de ellos proceden de Europa e incluso de Estados Unidos o Australia, que han dejado su patria para unirse a Al Bagdadi. El califa Ibrahim ha sabido jugar sabiamente sus cartas y como conocedor de las flaquezas políticas de Irak encontró a su principal apoyo en la vieja Guardia Republicana de Sadam, que, al igual que el EI, sus miembros procesan el credo musulmán suní.

A pesar de la afluencia de miles de combatientes extranjeros, casi todos los dirigentes del Estado Islámico son ex oficiales iraquíes, incluidos los miembros de sus comités de seguridad y estrategia militar. La campaña militar del EI ha sido financiada con fondos que provienen de los campos petroleros de Siria, que el grupo viene controlando desde finales de 2012. Antes de la toma de Mosul, a principios de junio, el EI contaba con 875 millones de dólares de la venta ilegal del petróleo. Sus recursos ascienden a 2.000 millones de dólares, que provienen de bancos y suministros militares capturados en Mosul. El éxito económico del EI es precisamente la autofinanciación. A diferencia de otros grupos yihadistas, no depende de las contribuciones de los países del Golfo, que apenas representan el 5% de sus recursos. Otras fuentes de financiación son la extorsión y el pago obligatorio de impuestos a las poblaciones locales, además del contrabando de piezas de arqueología y de los rescates por los secuestros de occidentales.

En la actualidad, las huestes yihadistas se han hecho con un vasto territorio que se extiende desde noroeste y centro de Siria, tras la conquista de Palmira, hasta las localidades de Ramadi, Mosul y Tal Afar en Irak. En definitiva, el EI controla en este momento la mitad del territorio de Siria y un tercio de Irak.

El EI tiene otra arma tan eficaz como los propios combates. Se trata de la propaganda yihadista que circula en los vídeos y redes sociales. Con ello, el temido grupo radical ha logrado con éxito poner en marcha a células durmientes o «lobos solitarios», algo que consiguió sólo parcialmente la red terrorista Al Qaeda. Los radicales del EI aprovechan las nuevas tecnologías para propagar su mensaje y reclutar a nuevos mártires para la yihad. Cuelgan vídeos en las redes sociales donde aparecen jóvenes combatientes de luengas barbas sujetando en una mano un cuchillo sangrante y en la otra la cabezas de sus víctimas. Gracias a los foros yihadistas en internet, el EI ha inspirado a islamistas, occidentales conversos, que buscan el martirio y sembrar el terror en Europa y EE UU. Su objetivo es reclutar a simpatizantes capaces de llevar a cabo la «guerra santa» a todos los niveles. Estos voluntarios son su «quinta columna» o «células durmientes», que están diseminados en las principales capitales occidentales listos para actuar con decisión y devoción.