Terrorismo yihadista

La ruta de John el decapitador

Investigación / Las redes yihadistas en Europa. Con 30.000 euros, pasaportes franceses falsos y varios puñales comenzó su particular «hégira» desde Londres hasta Siria, donde se sumó al Estado Islámico

El EI confirmó la muerte de John «el yihadista» el 20 de enero de 2016
El EI confirmó la muerte de John «el yihadista» el 20 de enero de 2016larazon

Investigación / Las redes yihadistas en Europa. Con 30.000 euros, pasaportes franceses falsos y varios puñales comenzó su particular «hégira» desde Londres hasta Siria, donde se sumó al Estado Islámico

Se cumple un año del anuncio de la muerte de Abu Muharib al Muhajir, más conocido como «John el yihadista», un terrorista de origen británico que se hizo tristemente famoso por ser uno de los «degolladores oficiales» del Daesh. La banda terrorista le dedica en una de sus publicaciones un «homenaje» que consiste en la narración por parte de un compañero de viaje de su «hégira» inversa, el periplo desde Londres hasta Siria y el «califato».

«En agosto de 2012, salimos de Inglaterra con 30.000 euros divididos en billetes de 500, 200 y 100. No teníamos equipaje, excepto una mochila, nuestra documentación y dos pasaportes franceses falsos. Abu Muharib vino a mi encuentro en nuestra mezquita local en Londres West. Después de la oración del mediodía, fuimos en coche a un lugar del noroeste de la ciudad. Nos aseguramos de que no nos seguían. Entonces, pedimos un taxi para ir al sur de Londres. Mientras, entré en contacto con la persona que nos llevaría hasta el camión en el que íbamos a viajar», comienza la narración. «Nos dieron una cita en el sureste del país, a la que acudimos en taxi. Nos esperaba un coche y el conductor nos pidió 500 euros a cada uno. Nos llevó a una pequeña furgoneta donde ya estaban tres marroquíes. El vehículo hizo un trayecto de 20 minutos y cambiamos de coche, que nos llevó hasta un camión. Subimos rápidamente a bordo. Eran las diez de la noche. Nos llamó la atención la organización y las medidas de seguridad. Nos escondimos detrás de las mercancías. Entonces, entraron otras 15 ó 20 personas más que viajaban al continente de forma ilegal», agrega el testimonio.

«El camión empezó a rodar y llegó a un puerto. Nos dijeron que no hiciéramos ningún ruido. Llegamos a Francia y dimos gracias a Dios. El conductor fue a un lugar privado y estacionó el vehículo. Abrió las puertas y se bajaron la mayoría. Nosotros seguimos hasta Bélgica junto con dos marroquíes». «Decidimos ir a Bruselas en tren y, una vez en la capital, caminamos hasta una calle comercial donde había muchos musulmanes. Gracias a Dios, nos encontramos con una hermosa cafetería marroquí que nos sirvió un desayuno tradicional. Buscamos un hotel donde nos afeitamos nuestras barbas (con el fin de «occidentalizar» su aspecto)».

A partir de ese momento, y con enlaces en Albania y otro en Turquía, además del de Siria, empezaron a planificar el viaje para no levantar sospechas. En el camino, compraron puñales para defenderse de los «infieles» y «John» empezó a ejercitarse con la que sería su arma favorita. «Fuimos a una agencia. Pensamos que hacer un viaje directo a Albania podía levantar sospechas, por lo que decidimos volar primero a Corfú en plan turista. Nos dijeron que no era posible y que teníamos sólo tres horas para tomar el primer vuelo hacia Albania. Pagamos por adelantado los billetes y otros a Corfú, con tres días de escala, pero que no pensábamos tomar». «Nos fuimos a tiendas de ropa para comprar trajes que sirvieran para ocultar lo que realmente éramos. Nos deshicimos de lo que no era necesario y ocultamos el dinero que nos quedaba para no sobrepasar los 15.000 euros que se permitían llevar legalmente».

Después, «llegamos al aeropuerto y utilizamos nuestros pasaportes reales británicos (...) En Tirana encontramos un hotel para pasar la noche. Al día siguiente cambiamos de hotel y repetimos esta maniobra varias veces por si las autoridades británicas ya sabían de nuestra partida. Empezamos a llamar a nuestro contacto en Turquía y no contestaba. Por ello, a veces utilizábamos los pasaportes franceses falsos».

«Tratamos de establecer contacto con nuestro enlace. Durante dos semanas no obtuvimos respuesta, pero finalmente logramos hablar con él y nos dio una cita. Teníamos que llegar discretamente. Por eso nos quedamos cinco semanas en Albania. Cada siete días cambiábamos de hotel como medida de seguridad». «Le pedimos a nuestro contacto en Albania (tras facilitarnos documentos falsos italianos) que nos organizara el paso de la frontera a Grecia y allí, al ser Grecia un miembro de la Unión Europea, volver a utilizar nuestros documentos oficiales británicos y llegar a Turquía».

En la narración, se dan más detalles de ese paso de Albania a Grecia. «Nos dirigimos a la ciudad de Koche, entre Grecia y Macedonia. Al llegar, nos dedicamos a buscar contrabandistas y encontramos uno que pidió mil euros a cada uno por llevarnos a Grecia, adonde llegamos tras caminar a través de montañas. En un pueblo que se llama Kastoria pudimos descansar y cenar una muy buena ensalada griega y calamares fritos (...) Pedimos un taxi». El conductor les interrogó si llevaban la documentación en regla para asegurarse de que no tendría problemas en los controles. «Nos dijo que Atenas era poco recomendable. Había mucha tensión entre los griegos y los solicitantes de asilo. Nos aconsejó que fuéramos a Salónica, que fue finalmente nuestro destino. La ciudad era de tamaño normal, pero densamente poblada, lo cual nos permitió que nos confundiéramos con facilidad entre la gente».

«El primer día, tratamos de localizar un cibercafé con el fin de ponernos en contacto con Abu Usama en Siria y tranquilizarlo acerca de nuestra situación. En esas estábamos cuando nos encontramos con un hombre nativo de Bangladesh. Para iniciar la conversación con él le preguntamos si sabía dónde había una mezquita en el barrio. Podíamos hablar con él porque dominaba el árabe. Le mentimos y le dijimos que no teníamos papeles y queríamos ir a Turquía. No se sorprendió y nos contestó que no era un problema».

«Nos presentó a un traficante que nos pidió nuestros nombres para preparar documentos falsos por si éramos controlados durante nuestra estancia en la ciudad. Nos los entregó con nombres ficticios y con sellos de la autoridad local. Nos aseguró que el cruce de la frontera era muy fácil y que no nos encontraríamos a nadie en el camino. Nos pidió 200 dólares por los papeles y la información». «Ya en coche nos dirigimos a través de rutas de tierra que unen la ciudad de Salónica con la frontera entre Grecia y Turquía. El coche se detuvo en un lugar completamente desierto y caminamos alrededor de una hora evitando a los guardias de frontera. En una pendiente muy empinada, Abu Muharib se lesionó el codo».

«Grecia y Turquía están separados por el río Evros. Nuestro guía nos dijo que si los guardias fronterizos turcos nos paraban debíamos rendirnos. Eso fue lo que ocurrió. Antes, nos deshicimos de todos nuestros documentos y tarjetas de identificación reales y falsas, con el fin de pasar por inmigrantes». Los dos yihadistas pensaron en un momento que estaban en Turquía, pero seguían en Grecia, donde fueron detenidos por guardias de fronteras. «Los agentes nos apuntaron con las armas y nos interrogaron. Yo dije que venía de Zimbawe y Abu Muharib, de Birmania. Nos llevaron a una comisaría y nos metieron en una celda que no excedía de diez metros cuadrados. Dos somalíes de veinte años ya estaban dentro. Además de ser pequeña, la celda era fría, sucia y plagada de ratas y mosquitos. Los mosquitos nos estaban comiendo por la noche y durante el día. Esta situación duró cuatro días sin saber qué iba a pasar. Además de nosotros y los somalíes, llegaron iraníes, kurdos, chinos y algunas personas de Bangladesh».

Después de cuatro días, los llevaron a orillas del río Evros. «Los agentes nos pidieron que guardáramos silencio. Nos embarcaron en un pequeño bote cuyo motor funcionaba al ralentí con el fin de no alertar a las autoridades de Turquía. Al otro lado de la orilla, caminamos más de una hora hasta que nos encontramos con un guardia armado turco que no era tan agresivo como los griegos. Nos preguntó cómo habíamos cruzado el río y le contestamos que nos habían ayudado los agentes griegos. Entonces nos llevaron a una base del Ejército de reclutas debido a que los soldados parecían muy jóvenes. Nos trataron diferente de sus vecinos griegos y nos sirvieron té y dulces». «Después de habernos identificado, nos hicieron entrar en un autobús con otros emigrantes y nos condujeron a un centro de detención, pero gracias a Dios, Turquía no nos iba a mantener detenidos. Nos informaron de un autobús a Estambul y que teníamos que pagar veinte euros. Después de haber entregado el dinero, nos facilitaron un papel que garantizaba la libre circulación en Turquía durante dos meses».

«Llegamos a Estambul. Establecimos contacto con Abu Usama para darle las buenas noticias y para que organizara el viaje a Siria». A continuación, «cogimos un autobús y antes de llegar a la frontera, había unas tiendas donde compramos ropa y equipo militar. Después de adquirir todo lo necesario, por fin, entramos en Siria».