Alfonso Ussía

Desconfianza

La Razón
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La desconfianza en otra persona no es un delito ni una falta de respeto. Es, sencillamente, un humano recelo de cercanía, una luz encendida de alerta que en muy pocas ocasiones avisa sin criterio. Me he referido en alguna ocasión al confiado conde de Glensmore, un inglés culto, sosegado y trabajador que estaba casado con Lady Toolson, la mujer más atractiva y desenfadada del condado de Essex. El conde tenía un compromiso empresarial en York, besó a su esposa y fuese. No llevaba recorridos ni 30 kilómetros cuando fue informado por un mensaje telefónico que la reunión se había suspendido por el fallecimiento repentino de quien tuvo la idea de convocarla. Lógicamente, en el primer cambio de dirección retomó el camino hacia su casa. No tenía sentido llegar hasta York y reunirse con un fiambre que pretendía venderle sus acciones de una renombrada marca de pastillas de goma. Llegó a su casa, subió hacia sus habitaciones para cambiarse de ropa, y halló a la condesa en la cama abrazada a Mushama, un notable jardinero de origen senegalés que cumplía a la perfección con sus obligaciones. El conde, algo confuso, tartamudeó y le ordenó a Mushama que se vistiera, abandonara su lecho conyugal y se ocupara de las glicinias. Mushama obedeció sin rechistar. Y dirigiéndose a ella le preguntó por la escena previamente representada. «Yo siempre he confiado en ti, Palmira, y me cuesta creer que es cierto lo que he visto». Palmira no reconoció los hechos. «Estaba dormitando, llamé a Mushama para encargarle la compra de unas hortensias blancas, y cuando me di cuenta estaba en la cama a mi lado. Pero no hemos hecho nada de nada». «De acuerdo, Palmira, pero que sea la última vez». Y el conde confiado quedó plenamente satisfecho con la inocente explicación de la condesa. Admirable colofón a unos cuernos desmesurados.

No confío en la abogada de Manos Limpias, la señora López Negrete. De frente ofrece un contorno en su cara en el que puede encajar sin dificultad el escudo del «Barça». Y según se vislumbra, su inflexibilidad con la Infanta Cristina no concuerda con la fragilidad de sus propios comportamientos. Que si Afinsa, que si cien mil euros volátiles, que si patatín y que si patatán.

Cuesta creer que no estuviera enterada de los manejos de sus principales clientes, los señores Bernard y Pineda, que en la actualidad son huéspedes obligados de los contribuyentes. Aquella severidad con la Infanta no ha querido aplicársela a ella misma, y se le está enredando el porvenir. Mujer dura, imputada por aprobación indebida con el soporte de unos documentos bancarios de indudable gravedad. Se dice, y aún no se ha demostrado, que sus clientes ofrecieron a la Casa del Rey retirar la acusación –la única–, contra la Infanta a cambio de tres millones de euros, y la señora López Negrete aún no se ha dado por enterada de la maniobra, lo cual ha contribuido al aumento de mi desconfianza, que ha crecido como la espuma de un suflé.

Insisto en la desconfianza, que no es acusación ni señalamiento, sino una mera intuición reconocida desde la libertad en confiar o no en determinados sujetos y actuaciones. Su nariz ha perdido agudeza y sus pasos, al deambular de su despacho a los Juzgados y viceversa, se han acortado. La colisión de sus zapatos con el suelo ya no es tan contudente, y se advierte en su expresión una aventurada melancolía producida por la contemplación de su demolido castillo de naipes.

Está más alterada, más insegura... no sé, pero mucho me temo que la desconfianza, en el caso que me ocupa y preocupa, puede estar próxima al acierto. Y al conde de Glensmore, todo mi respeto y consideración.