Alfonso Ussía

Españoles buenos

La Razón
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De cuando en cuando escapo de Madrid. Siempre en estas fechas. «Fechas muy señaladas», como decía y repetía el gran Tip. Una mañana, descendiendo de Independencia a Cibeles después del Debate del Estado de la Nación de Luis Del Olmo, nos cruzamos con un tipo muy ágil y dicharachero que saludó a Tip a pesar de la velocidad que llevaba cuesta arriba. –La familia de ese tipo es increíble. Son unos fenómenos. Fíjate que si su tatarabuelo viviera, hoy tendría aproximadamente 197 años–.

Lo que más añoro de Madrid cuando del Foro me alejo, es el cartel de «Welcome Refugees» que cuelga de la fachada principal del Ayuntamiento, que para los madrileños siempre será el Palacio de Comunicaciones. Me gusta ese cartel tan limpio y bien cuidado. Si son muchos los días de mi ausencia de la Capital del Reino, mis familiares y amigos me advierten deshabitado, desvanecido y con la mirada triste. –¿Qué te sucede?–; –que llevo ocho días sin ver el cartel de «Welcome Refugees» y me ha asaltado la melancolía–. Se trata de un cartel sencillo y de muy limitada repercusión. Quizá por ello me gusta. Desde niño he sido partidario de lo sencillo con limitada repercusión. Me informan que no son muchos los «refugees» que acuden al ayuntamiento a considerarse bienvenidos. Y me hiere, porque ese cartel marca una época. Se cuenta que al día siguiente de ser colgado, Rita Maestre se hizo acompañar por Irene Montero hasta Cibeles. Y que a la vista del cartel, una y otra se emocionaron. –¿No te parece alucinante, tía–; –Mogollón de alucinante, tía–;–pues ha sido idea mía, tía–; –lo tuyo es impresionante, tía–.

Lo de los refugiados y los inmigrantes no se trata siempre con equidad. Ha pasado desapercibida la arribada a puerto del buque de guerra de la Armada española «Cantabria». La «Cantabria» ha retornado a su base después de haber salvado la vida de dos mil seres humanos. De dos mil personas sin agua ni comida, a bordo de pateras abarrotadas,y al borde de la muerte y del naufragio. Niños abrazados a sus madres, navegantes sin rumbo abandonados por las mafias que trafican con las vidas y las ilusiones de los desesperanzados. Se dice que algunos grupos mafiosos mantienen cordiales y afectivas relaciones con buenistas representantes de Oenegés. En fin, que en Navidad es muy honroso volver a casa después de salvar la vida de dos mil personas perdidas en la mar. Pero no es noticia que interese. Nadie habla de ello. Los marinos tampoco lo piden. Ellos están acostumbrados a cumplir con su deber, volver a puerto y zarpar de nuevo como si nada hubieran hecho. No se cuelgan bondades falsas ni carteles ni pegatinas ni exhiben lacitos de gilipollas. Hace días, y en un acto castrense, el teniente de Navío, don Alfredo Rodríguez González explicó ante la ministra de Defensa y sus superiores de la Armada, lo que se siente y lo que se vive después de haber salvado la vida de setecientas personas. Previamente la «Numancia» había rescatado a 1.400 náufragos, niños que se echan a los brazos de los marinos españoles porque saben, sin entenderlo del todo, que son sus amigos y salvadores. De las amuras de babor y estribor de nuestros buques de guerra no cuelgan carteles de bienvenida. Ellos, los marinos, se juegan la vida para que los desheredados sean bienvenidos de verdad. Y comparten con ellos, durante la travesía posterior a la hazaña, todo cuanto tienen con esas personas que han rescatado de una brutal manera de morir.

El cartel «Welcome Refugees» que tanto añoro cuando no lo disfruto, es, además de su sencilla belleza, un timo. No sirve para nada. Si en lugar de «Welcome Refugees» se lee «Bienvenidos neozelandeses», su cometido sería el mismo. El postureo, que ya está aceptada la voz por la Real Academia Española. Me olvido del cartel y me acuerdo de la Navidad, que es el día grande, el nacimiento de un Niño más perseguido en estos tiempos que en los de Herodes. Y me acuerdo de los centenares de niños entre los miles de hombres y mujeres salvados de la muerte por los marinos de España, y creo que sólo ese recuerdo se convierte en un maravilloso cuento de Navidad.