Enrique López

La democracia en riesgo

La Razón
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Tras la caída del muro de Berlín y, sobre todo, a fines del siglo XX, la politología se atrevió a certificar la muerte del marxismo y, con una más que sospechosa unanimidad, intelectuales y medios de comunicación insistían en que el marxismo era una reliquia histórica con postulados caducos y que tanto política como económicamente había fracasado, llegando incluso a la conclusión de que el marxismo era inservible como método de análisis. Transcurrida más de una década del siglo XXI, esta afirmación ha devenido en errónea, puesto que el neocomunismo ha aparecido de soslayo bajo un concepto tan amplio como ambiguo, tal cual es el populismo. En la actualidad están surgiendo movimientos que detestan a los partidos tradicionales al considerarlos instrumentos en manos del poder y muy alejados de los intereses del pueblo. Sobre esta base se apela a una imaginaria mayoría social no refrendada en las urnas que exige un cambio del sistema a través de lo que se denomina el desarrollo de un control democrático desde debajo. Ello con el fin de devolver el poder al pueblo a través de espacios de decisión pública en los que estarían representadas los movimientos sociales que vayan surgiendo con una cuestionable espontaneidad. En este escenario, se intenta conferir mayor legitimidad democrática a aquello que surge fuera de lo institucional que a todo aquello que dimana legalmente del poder establecido. Se pretende conformar una estructura paraestatal distinta para con el tiempo ir sustituyendo al Estado de tal suerte que las políticas públicas y parte de la acción del Estado vayan quedando en manos de los movimientos sociales. Una vez que estos últimos hayan adquirido peso y legitimidad social, y vayan sustituyendo la acción administrativa, llegará el segundo paso, convertir estos ámbitos populares organizados y colonizados por la fuerza política que bajo esta ropaje popular se ha hecho con el poder en una auténtico sujeto de soberanía. Eso sí, sustituyendo los procesos de reforma constitucional por los denominadas revoluciones del pueblo, calificando al que no esté de acuerdo en enemigo del pueblo y de la revolución. Esto ya ha ocurrido. Recordemos como los soviets rusos que formaron el Consejo de Comisarios de Pueblo, tras perder las elecciones de noviembre de 1917 el partido bolchevique y una clara victoria del Partido Socialista Revolucionario, tomaron el poder y disolvieron la Asamblea después de su primera sesión, haciendo los resultados de la elección inútiles. El colectivismo había ganado a la democracia y por ello se autoconstituyó en sujeto de soberanía popular borrando del mapa a la libertad y al individuo. La democracia como sistema político no debe ser concebida sólo como un medio de ordenar el poder, sino también como un fin en sí misma. Simboliza el respeto a la libertad individual, a la dignidad de la persona y a los derechos fundamentales. Bajo apelaciones a lo colectivo y al pueblo, se disolvió una asamblea democrática en Rusia y actualmente se pretende en Venezuela. La mejor medicina ante este riesgo es una cerrada defensa de la democracia y las libertades.