El desafío independentista

Las tetas de Colau

La Razón
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No me refiero al perímetro del busto de la alcaldesa de Barcelona, ni de ninguna otra, aunque puestos a contar mentiras y enhebrar dobles lenguajes rastreros bien podríamos saltarnos los límites de la decencia y el machismo, como hizo la regidora cuando acusó a policías y guardias civiles, sin presentar ninguna prueba, de tocamientos en las tetas por parte de los agentes, que el 1-O no tenían otra cosa que hacer que pasar de Piolín a Susana Estrada. Lo que estaba construyendo Colau, zambullida en la marmita de Asterix, era uno de esos relatos recurrentes de guerras de invasores en los que además de llevarse por delante la tierra conquistada se humilla a sus habitantes con la agresión a sus mujeres. Los galos contra los romanos. O lo que hacen los yihadistas, por ejemplo. Colau se ha hecho pasar por la Lady Macbeth del soberanismo, del susurro ha pasado al grito y la sobreactuación. Creyéndose un Shakespeare parió una zarzuela. Lanza a su ciudad contra los policías y los guardias civiles con la atrocidad de un rayo celestial. Santa Colau o nuestra señora de las violaciones en grupo quería que en el imaginario los agentes fuesen la manada de los sanfermines. No le podemos pedir un ápice de vergüenza porque con esas declaraciones ella misma se hace un «selfie» del embuste patológico. De otra manera ya habría dimitido.

El legítimo y necesario uso de la fuerza ordenada por una juez la jornada aciaga del simulacro de referéndum ha dado alas a los cuervos para abalanzarse sobre la carroña del embuste, ahí tienen a la mujer a la que supuestamente rompieron los dedos, retuiteado hasta el orgasmo por Guardiola, que ahora reconoce que solo padece una capsulitis, y echar kilos de odio sobre la representación del Estado en Cataluña. No a los siervos de Rajoy, que es otra de las falacias, sino a los servidores de España, esté quién esté en el Gobierno. De ahí los ataques a los agentes, los insultos, las expulsiones de pueblos que en el futuro los echarán de menos cuando los que están en su bando ya no les sirvan y se vuelvan contra ellos. Un día saldrá el sol y muchos de los que aplauden los escraches a partidos democráticos estarán también en una lista negra en la que quedarán encarcelados para siempre. Es el final escrito de todas las revoluciones que en el mundo han sido. Para entonces, la fábula de los tocamientos de Colau formará parte de un volumen de cuentos de terror en el que éste será uno de los que menos miedo provoquen. Un día, poco antes de que salga el sol, llamarán a las puertas de su casa y será la canallesca de la ANC. Y puede que la víctima de otros tocamientos morales sea la alcaldesa misma, aunque no creo. Colau sabe bien de qué lado de la barricada ponerse en cada momento sin que peligre su anatomía.