Vaticano

Marie Collins

La Razón
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La dimisión de Marie Collins de la Pontificia Comisión para tutela de los menores (creada por el Papa en marzo del 2014) es una triste historia y, al mismo tiempo, una campanada de alerta sobre hasta qué punto la burocratizada Curia Romana es capaz de paralizar o ralentizar las reformas de la Iglesia que Francisco considera indispensables.

Esta septuagenaria irlandesa fue víctima en los años sesenta de los abusos sexuales por parte de un sacerdote cuando tenía sólo 13 años. Desde entonces sufrió en silencio su calvario y cuando explotó el escándalo de la pederastia clerical en su país natal se sumó a la denuncia de tan graves delitos. El Papa la invitó a formar parte de la antes citada Comisión que preside el arzobispo de Boston Cardenal Sean O’ Malley y de ella ha formado parte hasta el 1 de marzo de este año. En su carta de dimisión y en las numerosas entrevistas que ha concedido asegura que está convencida de que Bergoglio está haciendo todo lo que puede para luchar contra la plaga de los abusos sexuales, pero denuncia los obstáculos que en su trabajo ha encontrado la Comisión por parte de la Curia Romana «cuya burocracia se revela lenta e ineficaz»; sin citarla expresamente, es obvio que se refiere a la Congregación para la Doctrina de la Fe responsable en la gestión de estos asuntos. Más en general acusa a un «clericalismo que no respeta el trabajo de la comisión; algunos clérigos ven la acción de la comisión como una interferencia en su trabajo».En su carta dirigida al Papa es aún más dura; manifiesta su frustración por la vergonzosa falta de cooperación de algunas instituciones de la Curia.

Pero, con una honestidad que la honra, reconoce que se está avanzando en este pantanoso terreno y se ofrece a seguir colaborando con la comisión en los cursos de formación a los nuevos obispos para combatir la pederastia en la Iglesia. Creo que su gesto y su denuncia no caerán en el vacío. La Iglesia, como ha repetido Francisco, no puede permitir que algunos criminales (aunque sean declarados enfermos) destruyan su reputación y, sobre todo, traicionen su misión evangelizadora.