Nacionalismo

Pedagogía y propaganda

La Razón
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Una tal Susi Dennison habla de Cataluña en «The New York Times». Sí pero no pero sí pero en fin. El referéndum fue ilegal aunque ganaron los partidarios del SÍ (como si el referéndum hubiera tenido lugar). El jaleo independentista es populismo pero «hablar de un comportamiento anticonstitucional del movimiento independentista catalán suena hipócrita dadas las denuncias de violencia injustificada por parte de la policía española que están siendo investigadas». No, desde luego, por la señorita Dennison. En realidad por ninguno de sus colegas. Ni en las oficinas de la Unión Europea ni en las redacciones de los periódicos. Fumando espero el parte de bajas. Los atestados y partes médicos que desglosen, uno a uno, porrazos y migrañas, y los choques con la policía, y los accidentes domésticos. E, insisto, Dennison, que estudió en Cambridge, no ha debido nunca de asistir a las cargas de los antidisturbios británicos. O a las de los Mossos d´Esquadra, que por algo tienen prohibidas las pelotas de goma. Pero lo más inquietante, tratándose de alguien que trabaja en Bruselas y, para colmo, viene de Amnistía Internacional, es su petición de diálogo entre Barcelona y Madrid. Esa imposible equidistancia entre una institución subordinada y golpista y el gobierno de una nación que cumple con todos los requisitos de un Estado de derecho. Esa siniestra paralela entre los fanáticos de vivir aparte y los defensores de la convivencia entre libres e iguales... más allá de unas diferencias (posibles e irrelevantes, y a la postre ficticias), en un territorio, Cataluña, donde el 55% de la población tiene por lengua materna el castellano, frente al 31,6% cuya lengua materna es el catalán. Esa repugnante parábola de colonos y colonizadores. Cuando en ese mismo lugar, donde ya hemos visto que la lengua mayoritaria es el castellano, encontramos a una clase política en la que el 93% de los parlamentarios reconoce el catalán como su «identidad lingüística» (véase T. Jeffrey Miley y Félix Ovejero, «Nacionalismo y política lingüística» y «La seducción de la frontera»). Pero, sobre todo, la abracadabrante petición de sentar a quienes niegan la soberanía política a una buena parte de los ciudadanos con los defensores de la ciudad democrática, enfrentados a las milongas identitarias para que todos seamos ciudadanos, no súbditos con privilegios en función de la lengua o la cultura o etc. Y qué cansancio, y lo explicaba magistralmente anteayer Antonio Muñoz Molina, vivir fuera y aclarar por enésima vez que España es uno de los países más descentralizados del mundo (en atención al PIB que controlan el gobierno central y los gobiernos de las comunidades autónomas). O reiterar que del fascismo quedan ellos, los nacionalistas, empeñados en construir naciones en base a argumentos miticopoéticos. Los intelectuales de fuera nos quieren con el fusil al hombro. Milicianos en lucha contra el franquismo. Comprender que en España lo que está en juego es la noción moderna de ciudadanía les obliga a asumir que ya no existe aquel país que leyeron en Hemingway. En la guerra contra la reacción no basta con tener a ley de tu lado. También hay que explicarlo, y venderlo.