Unión Europea

Brexit: el populismo rasga la UE

La Razón
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El Reino Unido ha votado y ha ganado el Brexit. Por muy poco margen se han impuesto los partidarios de abandonar la Unión Europea, después de 43 años desde su ingreso. Es la primera vez que un país deja las estructuras comunitarias. Se trata de la segunda economía europea y de un país cuya tradición política ha marcado a las democracias modernas. La decisión, por lo tanto, es de gran trascendencia y supone un verdadero terremoto que ha hecho tambalear los cimientos de la UE. Las consecuencias de la marcha de Reino Unido están todavía por ver, pero todo indica que, más allá de los efectos económicos que ya estamos notando –caída en picado de la libra, mientras el Ibex descendió un 12%, su peor nivel histórico– estamos ante la peor crisis que ha vivido el proyecto de unidad europea. Si algún país podía hacer compatible su idiosincrasia nacional «british» con la soberanía política compartida con otras 27 naciones era precisamente el Reino Unido, como así ha demostrado al explotar su «hecho diferencial» euroescéptico, mantener la moneda y marcar distancias respecto al centro político representado por Alemania y Francia.

Pero las circunstancias políticas siempre coinciden con un factor humano. Ante momentos especialmente duros vividos en los últimos años, como el rescate económico el algunos países comunitarios y el desbordamiento fronterizo propiciado por la crisis de los refugiados, Gran Bretaña ha contado con un primer ministro que ha sobrepasado todos los niveles de irresponsabilidad. David Cameron ha hecho lo que suelen hacer los malos gobernantes: dejar que los ciudadanos decidan lo que ellos son incapaces de decidir, vistiéndolo como un ejercicio de democracia. Y, lo que es inadmisible, por puro interés de mantenerse en el Gobierno dada su debilidad para volver a ganar las elecciones. De los 650 diputados que componen la Cámara de los Comunes, sólo unos 200 estaban a favor de dejar la UE, sin embargo el «premier» conservador se propuso llevar a un referéndum la posibilidad de abandonar la UE en una operación partidista cuyas consecuencias afectarán tanto a su país como al conjunto de Europa. Una de las primeras lecciones que podemos extraer del triunfo del Brexit es el avance de los xenófobos y ultranacionalistas del Partido de la Independencia del Reino Unido (Ukip), una formación liderada por Nigel Farage, único diputado de este partido en los Comunes. Los partidos populistas han crecido explotando la idea de que la UE es la culpable de una crisis económica gestionada al gusto de los mercados. En este diagnóstico no hay diferencia entre las formaciones radicales de derechas y de izquierdas. «La UE es un instrumento al servicio de una ideología globalizadora», ha dicho el Frente Nacional francés. «La expropiación de la soberanía y el sometimiento al gobierno de las élites financieras amenazan el presente y futuro de Europa», dijo el líder de Podemos en su primer discurso en el Parlamento Europeo. No hay diferencia ni en los planteamientos ni en las estrategias desarrolladas porque tienen el mismo objetivo antieuropeísta. Basta recordar que los grupos de Marie Le Pen, Beppe Grillo y Pablo Iglesias han hecho causa común contra la moneda única en Bruselas o que apoyaron la muy polémica enmienda número 23 por la que instaban a que se anulasen los acuerdos y los tratados que regulan la pertenencia a la UE. Sólo han buscado minar las políticas comunes, adaptándolas a la «voluntad real de su pueblo».

Éste es el peligro real del proyecto europeo, considerar que se limita la soberanía para acabar imponiendo políticas proteccionistas y retrógradas. En la traumática experiencia del Brexit resuena el populismo de raíz nacionalista, de aquellos que están empeñados en dividir a Europa a fuer de dividir el territorio español. El independentismo catalán tiene delante el espejo de lo que supone romper una estructura de cooperación aplicando de manera frívola el «derecho a decidir» –el mismo que ayer reclamaba Le Pen para Francia– y convocando un referéndum sin ni siquiera haber acordado previamente con qué margen de diferencia se da por ganador a la opción de abandonar la UE. No olvidemos que entre las dos opciones median 3,8 puntos. ¿Se puede con ese margen declarar la «independencia», como proclaman los que apoyaron el Brexit? Sin duda, el método de utilizar el referéndum para dirimir temas de tanta importancia queda seriamente tocado. Para aquellos que, como Podemos, creen que el independentismo sólo se aplaca con un referéndum, lo sucedido en el Reino Unido es una buena lección.

El golpe recibido debe servir para reflexionar sobre las causas que han llevado a este bloqueo y para revisar los protocolos de adhesión, pero sería un error hacer una lectura en la línea de los partidos populistas para frenar su avance, porque su estrategia se basa en minar la UE con la idea de «refundación» basada en un «antiestablishment» –o anticasta– que recela tanto del flujo de inmigrantes, trabajadores y ciudadanos como de la globalización que va en contra de los privilegios y esencias nacionales. Mariano Rajoy reclamó ayer el voto para las políticas que ofrecen estabilidad, que quieren fortalecer el proyecto europeo y que, sobre todo, rechazan culpar a Europa de nuestros males cuando en ella está parte de la solución.