El desafío independentista

Hay que prepararse para la guerra de la mentira política

La Razón
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La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, planteó ayer ante el ilustre auditorio del foro «LA RAZÓN DE» una de las cuestiones más candentes y que más deberían preocupar a las sociedades democráticas como es la práctica desaparición de las barreras de protección frente a la desinformación maliciosa y los nuevos desafíos que afrontan los medios de comunicación para seguir ejerciendo su función de intermediación social, que es garantía de rigor de las informaciones que ayudan a conformar las opiniones públicas. Sin duda, nada puede alarmar más que ese temido declive de la Prensa, al que se refirió la ministra, como actor protagonista en la formación de opinión y en el control de los poderes democráticos, y su sustitución por esa nebulosa indeterminada que son las «redes sociales», así en genérico, en las que cualquier argumento razonado sucumbe ante la emotividad y la pulsión irreflexiva. En realidad, no hablamos de nada nuevo en la historia de la humanidad, porque detrás de términos de reciente acuñación como «posverdad», «trolls» o «infoxicación» se hallan las técnicas de la vieja propaganda política y bélica, perenne arma de guerra. Sí es cierto, y de ahí que sea una ministra de Defensa la que suscite la discusión, que las nuevas tecnologías de la comunicación han determinado un cambio trascendental en la estrategia de la propaganda, contra la que es preciso actuar. Nos referimos a la capacidad de individualizar los mensajes, de adaptarlos a las condiciones cambiantes del cuerpo social al que van dirigidos, sin que quepa acción previa de contraste, ni del contenido ni del emisor. De Cospedal señalaba el riesgo de este tipo de guerra de la información, dirigida a manipular las conciencias y a modificar la propia percepción de la realidad de sus destinatarios. El ejemplo más próximo y evidente, por el éxito que obtuvo, de esa nueva estrategia de desinformación, lo tenemos en la campaña del referéndum sobre el Brexit, en la que se registraron decenas de miles de mensajes de twitter, desde perfiles falsos, instando a la salida de la unión Europea. Una maquinaria de la intoxicación, que usa «bots» que replican cientos de miles de veces informaciones falsas, con la que algunos actores internacionales, véase Rusia, estarían tratando de manipular las decisiones cívicas, incluida la más importante de todas en una democracia: la decisión del voto. Pero no sólo. La redes sociales, combinadas con medios tradicionales de comunicación, fueron el arma más eficaz del terrorismo yihadista para captar nuevos combatientes islamistas entre las sociedades occidentales de acogida. Y, también, la divulgación de bulos de forma robótica, táctica que fue utilizada durante la crisis en Cataluña, incluso por medios vinculados a gobiernos, como fue el caso del periódico «Russia Today». Sólo en la medida en que los medios de comunicación tradicionales mantengan su credibilidad y sean capaces de cumplir con eficacia y profesionalidad la labor que tienen encomendada, podrá limitarse el daño de la propaganda, que las nuevas tecnologías han convertido en un arma barata y al alcance de cualquiera. Anunció la ministra la creación de un grupo de trabajo que reúna a diputados y editores de los principales medios de Comunicación para estudiar cómo hacer frente a la amenaza de la desinformación. Por supuesto, la propuesta cuenta con todo el apoyo de LA RAZÓN, conscientes de que sólo desde el rigor en la información y la libertad en la opinión que representamos se puede servir a los ciudadanos.