Fuerzas Armadas

Acoso al Ejército en Cataluña

Frente a tanta hostilidad política, inútil y cainita –incluyendo unos cada vez más habituales ultrajes a los símbolos nacionales de España–, estoy convencido de que las Fuerzas Armadas seguirán cumpliendo con sus obligaciones constitucionales con la ejemplaridad que lo vienen haciendo en las últimas décadas

La Razón
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Desde hace un tiempo se vienen sucediendo determinados hechos en la política catalana que, si bien aisladamente pueden ser calificados como meros episodios burlescos, carentes del más mínimo rigor político e intelectual, sin embargo, analizados en su conjunto, constituyen un verdadero acoso al Ejército y a lo que éste representa en Cataluña, la España Constitucional.

En Celdrá, Gerona, hace unos días, organizaciones y partidos políticos independentistas, con su alcalde a la cabeza, mostraron su rechazo a las maniobras militares realizadas en dicho municipio, argumentando que se trataba de una «provocación». El asunto no es nuevo. En la toma de posesión de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, el teniente general Álvarez Espejo, máxima autoridad militar en Cataluña, recibió un desconsiderado trato por parte de algunos concejales. El general soportó con dignidad el desagravio a su persona y a su cargo.

Más tarde, la misma alcaldesa se declaró partidaria de excluir al Ejército del Salón de la Enseñanza de Barcelona. En este caso, la ciudadanía desmintió a su regidora, ya que en la siguiente edición de la Feria se incrementó significativamente el número de visitantes al stand de las Fuerzas Armadas.

Posteriormente, el Ayuntamiento de Barcelona se mostró contrario a la reapertura del Museo Militar de esa ciudad, salvo que se tratara de un «memorial pacifista», lo que es tanto como autorizar la apertura de una Iglesia a condición de que allí se predique el ateísmo.

A continuación, el Parlamento de Cataluña, con evidente «desviación de poder», ya que carece de competencia para pronunciarse sobre la cuestión, declaró a Cataluña como «territorio desmilitarizado», solicitando a la Generalidad que prohibiera, como ejercicio de coherencia con los valores de la paz, «los actos de exaltación militar y de legitimación de la violencia y de las armas, no permitiendo los desfiles militares y otros actos de este tipo en espacios civiles de Cataluña». Coherencia poca, a la vista de la exagerada, parcial y partidista exaltación que hace la Generalidad de la derrota militar de 1714, y del que es un claro ejemplo el Centro de interpretación de la Batalla de Talamanca, que, si bien no pasó de ser una simple escaramuza, sin embargo, los nacionalistas la han elevado a la categoría de mito.

El pasado diciembre se celebró el 53 Festival de la Infancia en el recinto de la Feria de Barcelona, que ha sido la primera en la que no han estado representadas las Fuerzas Armadas. La medida, según los organizadores, respondía a la voluntad de «reenfocar el salón hacia actividades más lúdicas y de ocio», aunque resulta poco creíble, al ser coetánea de otras medidas de desplazamiento de las Fuerzas Armadas de los espacios públicos catalanes.

Hace pocas fechas, el Gobierno autonómico catalán envió una carta a la Feria de Lérida solicitando que se evitara la presencia del Ejército en la siguiente edición del Salón F&T (Formación y Trabajo). Esta feria ha contado desde sus inicios con un stand del ejército en el que se muestra la oferta de formación académica militar a los estudiantes de secundaria. El alcalde socialista de Lérida ha desestimado, con argumentos de peso, la sugerencia de la Generalidad.

Ninguno de los hechos expuestos, camuflados de pacifismo de pacotilla, pueden ser tenidos en cuenta con una mínima seriedad, dada su inconsistencia social, política y jurídica, debiendo enmarcarse en la estrategia de enfrentamiento institucional en la que se ha embarcado el nacionalismo catalán desde hace unos años. Prueba evidente de ello son las declaraciones del ex presidente Mas en Harvard, donde señalaba que una hipotética Cataluña independiente cumpliría con los «compromisos» de la OTAN.

Frente a tanta hostilidad política, inútil y cainita –incluyendo unos cada vez más habituales ultrajes a los símbolos nacionales de España–, estoy convencido de que las Fuerzas Armadas seguirán cumpliendo con sus obligaciones constitucionales con la ejemplaridad que lo vienen haciendo en las últimas décadas, sin que la evidente política de acoso y presión institucional que se está ejerciendo sobre el Ejército en Cataluña sea motivo suficiente para que decaigan en su labor. Han pinchado en duro. En vano pueden esperar esos irresponsables políticos una desafección del Ejército hacia Cataluña, como parte fundamental de España que es. En vano pueden esperar que los militares sintamos a los catalanes de forma diferente que como verdaderos y auténticos compatriotas nuestros. Los políticos catalanes autores de esta campaña de acoso deberían saber que la presunción de valor que tenemos los militares, resultado de evidencias históricas, como la de los generales Prim y Batet, o la de los animosos voluntarios catalanes, que en Cuba y Marruecos lucharon al grito de «por la honra de España y para mantener la integridad territorial» entre otros ejemplos, no se limita al simple valor físico, sino a lo que es más importante, al valor moral. Un valor que es necesario para soportar fuertes presiones hostiles, como las ilegítimas e inmorales de esos políticos catalanes, pero que, a su vez, sirven de verdadero aliciente y estímulo para continuar cumpliendo sus obligaciones constitucionales de defensa de España y los españoles en ese entrañable rincón de España que es Cataluña.

*Comandante de Caballería. Abogado y Economista