Papa Francisco

Francisco I: «Evangelizar es nuestra revolución, nuestro grito»

Francisco recorrió el parque Bicentenario de Quito a bordo del Papamóvil
Francisco recorrió el parque Bicentenario de Quito a bordo del Papamóvillarazon

El Papa Francisco defendió la necesidad de la Iglesia de evangelizar y exclamó: «Esa es nuestra revolución», durante la misa multitudinaria que celebró en el parque del Bicentenario de Quito, una de sus etapas del viaje que realiza por Latinoamérica.

El Papa Francisco vivió ayer el momento multitudinario de su visita a Ecuador, primer destino de su viaje a América Latina, durante la misa que presidió en el parque del Bicentenario de Quito ante un millón de personas. Participó en la ceremonia el presidente ecuatoriano, Rafael Correa. Aunque se había especulado con que no iba a presentarse para no calentar más los ánimos por las protestas de la oposición de las últimas semanas, finalmente sí acudió. Sin corbata y luciendo una sonrisa, lanzó besos a la multitud. Correa, el mismo que había causado indignación entre los quiteños que esperaban a Francisco por las calles de Quito la noche anterior, ya que les «robó» tiempo para estar con el Pontífice, tras prolongar demasiado el encuentro que mantuvieron.

Revestido con una casulla adornada con motivos típicos del país andino, Francisco hizo en su homilía un llamamiento a favor de la unidad social. En una nación amenazada por la fractura política, destacó «la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración». Estas palabras fueron celebradas con aplausos de los fieles. Esa unidad a la que debe aspirar tanto la sociedad ecuatoriana como las de otros países resulta «impensable si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica». Ese enfrentamiento se hace a costa de los más pobres y excluidos, quienes «no pierden su dignidad pese a que se les golpea todos los días».

Para Francisco no resultó un elemento banal que la misa se celebrara en el parque del Bicentenario, que recuerda «el grito de independencia» de los pueblos latinoamericanos. «A aquel grito de libertad prorrumpido hace poco más de 200 años no le faltó convicción ni fuerza», remarcó en su homilía, «pero la historia nos cuenta que sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con características distintas pero no por eso antagónicas”.

Ese anhelo de unidad al que apeló el Papa se ve empañado por «las guerras y la violencia» que laceran hoy el mundo. «Sería superficial pensar que la división y el odio afectan sólo a las tensiones entre los países o los grupos sociales. En realidad, son manifestación de ese difuso individualismo que nos separa y nos enfrenta, de la herida del pecado en el corazón de las personas, cuyas consecuencias sufre también la sociedad y la creación entera», comentó Francisco, echando mano de uno de los puntos tratados en su exhortación «Evangelii Gaudium», el documento magisterial en el que expone su concepción de la Iglesia.

En su alocución, el Papa relacionó el grito de libertad de los pueblos latinoamericanos con la necesidad de evangelizar de los cristianos, algo que consideró «urgente y apremiante». «Tiene una similar fascinación, el mismo fuego que atrae. ¡Sean un testimonio de comunión fraterna que se vuelve resplandeciente!». La evangelización, destacó, forma parte del ADN de la comunidad eclesiástica, cuyos miembros han de «darse» para dejar que actúe a través de ellos «toda la potencia del amor que es el Espíritu de Dios». Al donarse, el hombre «vuelve a encontrarse a sí mismo con su verdadera identidad». «Eso es evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe es siempre revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito», dijo Francisco al final de su homilía.

El objetivo de la Iglesia por «incorporar en su marcha a todas las naciones de la Tierra» no tiene que confundirse con el proselitismo, que el Pontífice calificó de «caricatura de la evangelización». De hecho, insistió en «el respeto» con el que «nuestro Dios» llama a la puerta de cada uno y en que nos ama «hasta en nuestras bajezas».

Jesús también respeta sin ambages la diversidad del hombre. «La unión que pide no es uniformidad», aseguró Francisco, añadiendo después: «La inmensa riqueza de lo variado, lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel Jueves Santo, nos aleja de la tentación de propuestas más cercanas a dictaduras, ideologías o sectarismos». La propuesta de Jesús, explicó, es «concreta», va más allá de las ideas. Esa unidad a la que apeló tampoco es «un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás». Esa forma de vivir la fe como una «religiosidad de élite» no es propia de Jesús. Él a lo que aspira es a que «formemos una gran familia», lo que no se fundamenta en «tener los mismos gustos, las mismas inquietudes o talentos».

Antes de la ceremonia, el Papa mantuvo un encuentro con los miembros de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana en una sala del parque del Bicentenario.