Ciencia y Tecnología

Tu próximo presidente puede ser una IA

La Inteligencia Artificial puede procesar un millón de libros en un segundo, tiene capacidad de aprendizaje y es sensible a las emociones humanas. ¿Votaría usted a un ordenador en unas elecciones?

Tu próximo presidente puede ser una IA
Tu próximo presidente puede ser una IAlarazon

La Inteligencia Artificial puede procesar un millón de libros en un segundo, tiene capacidad de aprendizaje y es sensible a las emociones humanas. ¿Votaría usted a un ordenador en unas elecciones?

Últimamente se habla mucho de que las máquinas nos quitarán gran parte de los trabajos que hoy realizamos los humanos. Y, pese al miedo, quizás haya un puesto en el que no solo podrían desempeñarse mejor, sino que el cambio podría ser bienvenido. Estamos hablando de la política. En la actualidad, la inteligencia artificial (IA) es capaz de realizar muchas de las tareas inherentes a los mejores representantes del pueblo. Son capaces de encontrar, en todo un libro, el párrafo que responda a nuestra pregunta, reconocen las emociones en un discurso y en un rostro humano (esto les permite variar el discurso para cautivar a los oyentes, por ejemplo). La IA, puededescubrir nuevos medicamentos (es lo que han conseguido en la empresa Recursion Pharmaceuticals), predecir hipoglucemia en diabéticos horas antes, identificar enfermedades en las cosechas, anticipar el fraude fiscal y las tendencias económicas, pronosticar los veredictos del Tribunal Supremo mejor que los humanos y optimizar el rendimiento de las energías renovables. Nos ganan al ajedrez, el póker y el Go entre muchas otras cosas.

Dos semanas antes que se definieran las elecciones en Estados Unidos, el sistema de IA conocido como MogIA, utilizó 20 millones de datos obtenidos de plataformas como Google, YouTube o Twitter para anticipar correctamente que iba a ganar Trump. Un acierto que ha repetido en las tres últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos.

La inteligencia artificial tiene la gran ventaja de que puede analizar una enorme cantidad de datos en segundos, confrontar decenas de posibles resultados y elegir el mejor (quién decide qué es lo mejor, es algo que analizaremos más tarde). Gracias a ello son sistemas muy aptos para tomar decisiones políticas estratégicas que estén vinculadas a las relaciones internacionales, la defensa o la política sanitaria. También pueden anticipar el efecto que tendrán sus elecciones en el ámbito económico, tanto a nivel provincial, como nacional o internacional.

No roban (se supone), no se corrompen y pueden publicar todas sus decisiones en la red, lo cual promueve una transparencia nunca antes vista.

Y lo mejor de todo es que su perfil sería diseñado por los votantes. Cada ciudadano podría elegir los temas que más le preocupan y dar recetas para resolverlo. La inteligencia artificial analiza todos esos datos y selecciona aquellos más solicitados para construir el mejor candidato. Y luego toma las decisiones que benefician a la mayoría. «Imagina un robot configurado en base a los parámetros decididos democráticamente por mayoría –nos explica la abogada Susana González Ruisánchez, directora de Hiberus LegalTech–, con la preparación técnica y dotes de comunicación que consideramos óptima, y al que, además, si sumamos el big data, es capaz de analizar millones de datos en tiempo real para tomar decisiones y tener argumentaciones sólidas y contrastadas. Tendríamos algo que hasta la fecha no hemos conseguido obtener del ser humano. Y ya si le programamos en cumplimiento e intolerancia cero en materia de corrupción, tendríamos un resultado cuasi-perfecto».

El ordenador candidato

Lo interesante es que algo así ya existe. Lo está proponiendo la Fundación Watson 2016.

Esta organización independiente ha propuesto a Watson, el superordenador desarrollado por IBM como candidato a presidente de Estados Unidos. Para darnos una idea de lo que Watson es capaz de hacer basta señalar que puede procesar el equivalente a un millón de libros, en apenas un segundo. Y cuanta más información obtiene, más aprende y mejores sugerencias hace. Por si fuera poco puede reconocer las emociones humanas e interactuar con ellas. Es el primer paso de la empatía. «Los robots carecen de emociones humanas – añade Ruisánchez–, de flexibilidad para dimensionar decisiones y de capacidad de tener debilidades o sucumbir a tentaciones. Aunque nunca se sabe, seguro que alguien decide programarles también para sucumbir a las tentaciones. Hoy por hoy esto es todavía futuro. Quizás cercano, pero futuro».

Uno de los que piensan que ese futuro está más cerca de lo que creemos es Zoltan Istvan. Este empresario, periodista y filósofo estadounidense no solo se presentó como candidato a las presidenciales de 2016 (obviamente no ganó), sino que figura entre los posibles gobernadores de California para 2018. Su plataforma está basada en el transhumanismo, que propone destinar más fondos a la investigación en biotecnología, inteligencia artificial, envejecimiento y biónica. Lo interesante es que el año pasado Istvan tuvo un debate con Watson. Y sus conclusiones, publicadas «Newsweek», son capaces de, al menos, dejar algún interrogante. «En términos históricos – confesaba por entonces Istvan – uno de los grandes problemas de los líderes políticos es que son mamíferos egoístas. Una inteligencia artificial sería completamente altruista. No estaría sujeta al poder de ningún lobby o deseos personales. Creo que en 2020 veremos un nuevo campo en el que los robots y los seres humanos discutiremos de política. Y una década después ya podrán ocupar algún cargo público. Incluso el de presidente».

Pero hay algunos obstáculos que tendremos que salvar si queremos ver este escenario convertirse en realidad. De acuerdo con la Constitución de España «para ser presidente del Gobierno se requiere ser español, mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme». Es decir, primero, la inteligencia artificial debe considerarse española, mayor de edad y haber ejercido el voto previamente. Luego es el congreso quien lo aprueba. O no.

Por otra parte, hay que tener muy en cuenta que, pese a que estemos hablando de inteligencia artificial, quienes la programarían seríamos los humanos. Y eso deja abiertas muchas incógnitas sobre su comportamiento y los métodos que fundamentarán su aprendizaje. Si a ello le unimos que no hay ningún sistema invulnerable, un ciberataque al presidente de un país podría, en el mejor de los casos, «matarlo» y en el peor, llevarlo a tomar decisiones catastróficas.

Si hablamos del último escenario, ¿quién lo juzgaría? «Hoy por hoy –afirma Ruisánchez – si a través de la tecnología se comete un delito, el responsable es el titular usuario de la tecnología. Tendría que llegar el día en que el legislador reconociera a la inteligencia artificial como sujeto de derechos y obligaciones para que pudieran además tener directamente algún tipo de responsabilidad. De hecho, éste es el debate constante con cuestiones como los vehículos autónomos y la responsabilidad ante un accidente, o los drones. Hoy por hoy se prevén licencias, seguros, etc., pero todo gira en salvaguardar la responsabilidad del titular de la tecnología. Si los conceptos de justicia, sanidad, seguridad no son estándar para todos los seres humanos, transmitir esos conceptos a una máquina conllevan una inmensa subjetividad».

Hoy mismo ese escenario es imposible, tanto en términos tecnológicos como legales. Pero es algo que pronto podríamos llegar a ver y si somos capaces de debatirlo, es porque no es una opción imposible, solo improbable. Por ahora.

La otra cara de la moneda

La posibilidad de un ente digital convirtiéndose en político habla de un futuro en el cual las máquinas se introducen en uno de los aspectos claves de la sociedad. Pero ¿qué ocurre cuando los políticos se entrometen en la tecnología? La Comisión Federal de Comunicaciones de EE UU (FCC) dio el visto bueno para que se pudiera modificar lo que se conoce como Neutralidad de Internet. Las normas actuales, sancionadas en 2015 durante la administración de Obama, impedían a los proveedores bloquear el acceso a determinados sitios web, vigilaba que los navegantes no fueran dirigidos hacia sitios que favorecían a ciertas empresas y evitaba que los proveedores cobren por llevar a los usuarios a determinados lugares antes que a otros o que la descarga de ciertas páginas sean más veloces que las de la competencia. Y esto es con lo que se quiere terminar. Muchos ven la intención de acabar con la neutralidad como un control sobre lo que el contenido al que tendremos acceso, mientras que otros, como el director de la FCC, Ajit Pai, señalan que, dos años atrás, internet no estaba «rota y no había que arreglarla».