Asuntos sociales

La otra Juana: Diez meses fugada con su hijo

Entre 2014 y 2015, Sarah Estrada estuvo en busca y captura acompañada de su pequeño de 2 años. Debía devolverlo a su padre por orden judicial. Hoy se enfrenta a un delito de sustracción de menores

Sarah, de 33 años, vive en Barcelona y ejerce como trabajadora familiar
Sarah, de 33 años, vive en Barcelona y ejerce como trabajadora familiarlarazon

Entre 2014 y 2015, Sarah Estrada estuvo en busca y captura acompañada de su pequeño de 2 años. Debía devolverlo a su padre por orden judicial. Hoy se enfrenta a un delito de sustracción de menores.

«Somos muchas Juanas», dice Sarah Estrada. Como la madre granadina, esta barcelonesa de 33 años estuvo en busca y captura por negarse a entregar a su hijo al padre. ¿El motivo? En el caso de Juana, los malos tratos sufridos a manos de su pareja y que constan en sentencia judicial. En el caso de Sarah, ella asegura que también, aunque su ex pareja fue absuelta. Actualmente se enfrenta a un delito de sustracción de menores y está pendiente de juicio oral. Como esas otras «Juanas», Sarah quiere que se «revise mi caso».

Sarah conoció a su pareja en 2008, aunque la relación no se consolidó hasta 2010. La joven tenía dos niños de una relación anterior. Ya en 2012, nació su hijo en común. Se fueron a vivir a un pueblo de Valencia, donde él trabajaba, bajo la promesa de «un cuento de hadas espectacular». Sin embargo, y siempre según su versión, distó mucho de ser así. Con un ojo morado, se fue a Barcelona con el objetivo de poner una denuncia ante los Mossos d’Esquadra, pero al final, y tras recibir una llamada de él y convencerle de que no lo hiciera, cambió de opinión. Ya en 2013 llamó a su hermana. «Ven a buscarme, me ha pegado otra vez», le dijo. Regresó a Barcelona con sus tres hijos y, esta vez, sí interpuso una denuncia. Hasta entonces se lo había ocultado a su familia, pero ya sospechaban algo. Sarah entró entonces en una casa de acogida.

En principio, y como medidas provisionales, decretaron guarda y custodia del menor para ella y orden de alejamiento para él. No obstante, el denunciado salió absuelto. Entretanto, y tras presentar informes médicos al respecto, denunció a su ex pareja por abusos sobre su hijo en común y sobre su otra hija. Sin embargo, la jueza le aplicó la «alienación parental». «Me dijeron que yo le había dicho al niño que lo dijera y que, por ello, tenía que entregarlo a su padre. Yo podía hacer cualquier cosa, incluso asumir la culpa, pero lo que no iba a hacer era darle a mi hijo», relata.

La entrega tenía que llevarse a cabo en la comisaría de la Guardia Urbana de Nou Barris. Pese a las requisitorias judiciales, Sarah se negó a entregarlo. Acudía todos los días a la Fiscalía de Menores de Barcelona para presentar su caso, pero sin resultado. Finalmente, la pusieron en busca y captura. «Los agentes me decían: ‘‘Tienes que entregar al niño; si no, nos vas a dar un problema». En diciembre de 2014, un trabajador social le da el «chivatazo»: «Tienes que irte, la Policía va a ir a tu casa».

En principio, Sarah no salió de Barcelona, pero no se acercaba a nadie de su familia porque las autoridades podían estar al acecho. «Me buscaban en los colegios de los niños», dice. Dejó a sus otros dos hijos al cuidado de su familia. Acompañada del pequeño, entonces de dos años, alquiló una habitación y trabajaba como camarera de pisos en la Ciudad Condal. Tras contactar con una asociación de ayuda a mujeres maltratadas, ambos viajaron hasta Madrid, concretamente a un piso de acogida de la localidad de Fuentidueña del Tajo. «Allí me localizó la Guardia Civil, pero me escapé», recuerda. Así, acudió a la parroquia de San Carlos Borromeo de Entrevías, en Vallecas, la «iglesia roja» que saltó a la fama en 2007 por el intento de cierre del Arzobispado de Madrid debido a su particular celebración de la liturgia católica. Sarah participaba en las asambleas que se celebraban en este centro pastoral, mientras que su hijo jugaba con otros niños. Allí fue precisamente donde conoció a otro hombre, con el que se fue a vivir. Sin embargo, alguien –«otra mujer, posiblemente celosa»– avisó a las autoridades. «Fue como en las películas. Eran de la Guardia Civil de Puzol (Valencia), que se desplazaron hasta Madrid. Entraron 15 hombres armados. Se llevaron a mi hijo y nos detuvieron a nosotros», dice. Era septiembre de 2015. Habían pasado alrededor de 10 meses desde su fuga.

Aquel día estuvo hasta la una de la madrugada en los juzgados de Plaza de Castilla. «El juzgado de Sagunto, en Valencia, pedía cárcel para mí. Pero la jueza me dijo que era incapaz de hacerlo. Por eso, me dio la libertad condicional», afirma. Mientras, su hijo le fue restituido al padre. En principio, no tenía permitido verle. Sin embargo, poco tiempo después, mientras participaba en una de las protestas que la asociación Ve-la Luz, de ayuda a mujeres maltratadas, protagonizaba en la Puerta del Sol, contó su historia a una televisión. «Curiosamente, tras esa aparición, recibí una llamada del juzgado diciendo que podía ir a verle. Desde entonces, veo al niño una vez al mes en el punto de encuentro de Sagunto. Siempre bajo la vigilancia de un psicólogo y un policía».

Sarah ha perdido la cuenta de las denuncias que hay contra ella, a las que habría añadir las que ella ha interpuesto sobre su ex pareja. Pero cree que superan fácilmente las 80. «Lo único que quería era proteger a mi hijo. Y al hacerlo, nos vemos obligadas a huir, convirtiéndonos en unas delincuentes».