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Ferias taurinas

Librarse de tanto por tan poco

La Razón
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La Fiesta de los toros da para unos momentos estelares a lo Stefan Zweig. El triunfo o la derrota –a veces– se esconde detrás de una puerta entornada que da acceso –o no– a Constantinopla. Una espada que cae tres dedos arriba o abajo, un pitón que silba un milímetro más cerca o más lejos de las taleguillas. Ninguno de los tres toreros que hizo ayer el paseíllo en la Real Maestranza –Joselito Adame, Oliva Soto y Esaú Fernández– conquistó Constantinopla. Ni la tarde estaba para grandes hazañas. El paseíllo arrancó en pleno aguacero y los paraguas tapaban a duras penas los dos tercios de cemento. Oliva Soto se libró de mucho por muy poco. Oliva, turquesa y azabache, llegó a la plaza en la tarde de exequias por la muerte de su abuelo, el picador Alfonsillo de Camas. Se libró de su primero, que se volvía sobre las manos buscando la bolsa y la vida. Tornillazos iban y venían y cuanto más insistía el diestro sevillano más agua entraba en el barco de una faena que se iba a pique. Y más desbordado estaba el torero. Pero Oliva se libró de verdad en el quinto. «Mes de marzo» se llamaba el toro de Cayetano Muñoz. Un buen toro, pero con guindilla y carbón. Y a Oliva lo cogió a contrapié, como si de verdad fuera su mes atrasado. La primera cogida fue fea. Quedó un instante prendido del pitón negro y astifino. Afortunadamente no caló el navajazo. Pero la dramática fue la segunda. El hambre desequilibra y desordena. Por eso es tan importante eso de Curro Romero. «Cuando se tiene hambre lo más difícil es comer despacio». El animal se lo echó a los lomos. Los pitones entraron por la chaquetilla y allí el «Mes de Marzo» le buscó con ardor veraniego los blandos del estómago. Un centímetro más arriba o más abajo. Esa es la distancia que en el toreo acerca o separa la tragedia. O la gloria. ¿Qué hubiera pasado si Oliva Soto hubiera matado aquella tarde aquel toro del Conde de la Maza que le daba el acceso a la Puerta del Príncipe, a la Zweigiana conquista de Constantinopla?

Nunca se sabe. En el toro la suerte pasa o se queda . La suerte en el toro –en la vida– es esa pelota de tenis del arranque de Match Point que queda suspendida en mitad de la red, dudando entre pasar o no al campo contrario. El mexicano Joselito Adame fue un mar de enganchones hasta que en los tres últimos minutos de su último toro consiguió elevar la pelota y ganar la oreja. En la red estuvo balanceándose, apuntando más a la caída que a la remontada. Le costó ver las bondades de un jabonero de excelente fondo y estampa. Tras los derechazos desmayados, yertos, se fue a por la espada, la apuntó al cielo a lo Ponce y tras un descabello cobró el premio. Esaú lo intentó, pero en el intento quedó la cosa.

LOS TOROS - Pág. 64