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La CIA y el LSD nos hacen adictos al «Wormwood»

Netflix estrena la serie documental, una de las mejores producciones del año

Imagen de este inquietante documental dirigido por Errol Morris
Imagen de este inquietante documental dirigido por Errol Morrislarazon

Netflix estrena la serie documental, una de las mejores producciones del año.

Un hombre rompe los cristales de la ventana de la habitación de un hotel y se tira en pijama. Errol Morris, el director de «Wormwood», lo rueda a cámara lenta mientras se muestran los títulos de crédito de esta miniserie documental, la oferta más insólita y valiente, desde el punto de vista formal, que se ha visto en televisión durante este año y que Netflix estrenó el viernes. No tiene el glamour de la presentación de «Mad Men» porque hace daño a la vista. Durante esta compleja secuencia, el espectador ve la cara de espanto del sujeto mientras está cayendo y, si la audiencia es muy impresionable, siente el vértigo al ver el vacío que tiene por delante antes de impactar contra la acera.

La producción también lastima el alma porque ese hombre no es un personaje, existió. Era Frank Olson y era un científico que trabajaba para un departamento secreto del ejército que investigaba la creación de armas biológicas. «Wormwood» cuenta la historia de una pesadilla, la que él sufrió y la que padeció su familia desde que falleció en 1953. Y lo hace a través de su hijo Eric, que tenía nueve años en ese momento. «Nos decían que se había caído o saltado, y que era un accidente...», dice acongojado en el documental, antes de que Morris desvele la verdad con una aparente impaciencia, que más bien se puede interpretar como un vómito narrativo provocado por la rabia. Y esa certeza no es otra que en 1975 se creó una comisión sobre las actividades delictivas de la CIA en Estados Unidos, llamada «Comisión Rockefeller», y salió el nombre de Olson, víctima de un suicidio inducido. ¿La causa? Durante un tiempo se le suministró sin su conocimiento dosis de LSD. Eran los tiempos del conflicto de Corea –es imposible no acordarse de «El mensajero del miedo» (1962), con la que «Wormwood» comparte alguna similitud–, y de la Guerra Fría, pero no desvelamos ningún «spoiler». La historia es bien conocida, lo que no lo es tanto es la angustia que sintió la familia y en especial Eric, nuestro guía en esta travesía por el horror que da más miedo: el de la locura, la indefensión frente al poder –la visita de la familia al Despacho Oval invitados por Gerald Ford, asquea por lo que sabremos después– y, en definitiva, la pérdida.

Historia de una obsesión

Morris se descubre como un narrador y un cineasta formidable. En primer lugar, porque convierte en un todo sin fisuras las imágenes de archivo, el testimonio de Eric y escenas de ficción interpretadas por Peter Sarsgaard («Loving Pablo») y Christian Camargo («Penny Dreadful), entre otros. Luego, está su forma de rodar. Vale que Eric es un hombre hablador, preciso en sus explicaciones, sin pudor al expresar sus sentimientos y con una narración que convierte cada frase en el gancho para la siguiente, pero Morris se toma la molestia –para que no desfallezcamos– de mostrar su testimonio en una sala inhóspita desde diferentes ángulos. A eso hay que añadir la multiplicación de pantallas divididas que magnifican una doble sensación: la obsesión por enfatizar todos los datos y la voluntad de aturdir, como estuvieron los Olson durante décadas. A eso hay que sumar la astucia, inteligencia o, simplemente genialidad artística de Morris, de ilustrar el testimonio de Eric –que se identifica con el príncipe Hamlet y su deseo de vengar a su padre– con las imágenes de la película protagonizada por Laurence Olivier.

No se puede obviar las escenas dramatizadas en las que se evidencian los efectos del LSD en el involuntario protagonista. Sí, durante, antes y después del «verano del amor», parecía una droga recreativa muy «cool» que consumieron los Beatles, el escritor Aldous Huxley, Steve Jobs, Cary Grant o Jimi Hendrix, pero los «viajes» que Frank vivió, o así se nos ofrecen, deberían ser visionados en cada centro de desintoxicación.

Para los amantes de las conspiraciones, de meterse una y otra vez en el terreno pantanoso de la CIA, de intentar (y lograr) un lavado de cerebro a través de las drogas y de la historia «Wormwood» crea adicción porque la van a consumir con ansiedad. Es oscurísima, sórdida, en la que se ven cosas muy raras y en la que a través de la música hipnótica, opresiva e inquietante de Paul Leonard- Morgan nos lleva en volandas a un universo que supura impotencia y rencor.