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Su ropero es un peligro

“La industria de la moda emite 1,2 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, más que las emisiones conjuntas de los vuelos y viajes internacionales”

La tendencia general nos dice que a medida de que la producción de ropa ha aumentado en más del doble, su uso ha disminuido
La tendencia general nos dice que a medida de que la producción de ropa ha aumentado en más del doble, su uso ha disminuidolarazon

La industria de la moda y, especialmente, de la denominada moda rápida o «Fast fashion» aporta anualmente a la economía mundial 1,3 billones de dólares americanos; el 1,5 % del total. Emplea a unos 300 millones de personas y emite 1,2 millones de toneladas de gases de efecto invernadero, cantidad superior a las emisiones conjuntas de los vuelos y viajes marítimos internacionales. Esto último nos advierte de su perfil de industria contaminante. La Fundación Ellen MacArthur espera que en 2050 la industria de la moda use el 25% del denominado «presupuesto de carbono» o cantidad total de emisiones compatibles con el objetivo fijado en el Acuerdo de París de no rebasar las temperaturas en más de 2 grados Celsius por encima de la etapa preindustrial. Parte crucial del perfil contaminante de la industria textil se deriva de los hábitos de uso de ropa que el mundo ha desarrollado, marcados por la exhibición del vestido como prueba del éxito social o salvoconducto para la entrada en nuestro grupo de amigos de referencia. Desde el 2000 el número de veces que una misma prenda se usa ha disminuido un 36%. La tendencia general nos dice que a medida de que la producción de ropa ha aumentado en más del doble, su uso ha disminuido. La industria de la moda utiliza anualmente 98 millones de toneladas de recursos para su producción. El 30% de la fibra utilizada tiene al algodón como componente principal y este producto es especialmente intensivo de agua. Añadamos a esto que en aquellos países donde coinciden sistema energéticos intensivos en combustibles fósiles con una industria textil potente resultado de la deslocalización desde países occidentales, la producción de un kilogramo de producto industrial es responsable de la emisión de unos 23 kilos de gases de efecto invernadero. Aún hay más. El impacto contaminante de la industria textil en absoluto termina con la producción de prendas sino que hay que tener en cuenta el total de su vida útil y la fase final una vez que se convierte en residuo o se tira a la basura. Para que nos hagamos una idea precisa, a lo largo de toda su vida útil, lavar y secar un kilo de ropa implicará emitir unos 11 kilos de gases contaminantes. Las microfibras de plástico que se desprenden en los lavados suman medio millón de toneladas al año y el problema, como avanzamos, no termina aquí. Queda gestionar los residuos, algo nada fácil si se tiene en cuenta que los materiales sintéticos no son reciclables y que las fibras naturales, que sí son biodegradables, emiten gas metano. Todo lo anterior explica el esfuerzo que están haciendo las empresas propietarias de las principales marcas para reducir su huella ecológica o impacto ambiental. Para ello cuentan con un público que cada vez valora más este tipo de comportamientos. No en vano hay que tener en cuenta que los contenidos de educación ambiental son hoy transversales en casi todas las materias de la enseñanza reglada. Tomen Vds. desde el libro de religión hasta el libro de ciencias sociales, comprobará que los contenidos están cruzados de información de este tipo. Pero antes que concienciados medioambientalmente estamos persuadidos por la publicidad desarrollada por la industria de la moda; la más potente de todas. Si la conciencia ambiental nos llevase 50 años atrás, a un mundo donde el más potentado tenía unos zapatos para diario y otros para el fin de semana y el menos tenía la ropa de faena y un terno para los domingos, entonces ninguno de los riesgos de los que nos advierte la Fundación Ellen MacArthur sobre la industria de la moda existirían. Pero es el mundo que hemos querido tener. Un mundo en el que la austeridad en el vestir es la carta de presentación de los perdedores y los roperos a reventar el purgatorio donde esperan prendas menospreciadas con apenas una puesta. Viendo las revueltas de los chalecos amarillos en Francia, las de hace poco en Ecuador y las iglesias y edificios emblemáticos chilenos ardiendo habría que preguntarse cómo reaccionaría la juventud y la chiquillería si, buscando un consumo responsable o medioambientalmente sostenible, se grava el negocio de la moda con impuestos o tasas por sus emisiones contaminantes. No es tan diferente de lo que se quiso hacer en Francia subiendo el precio del diésel o en Ecuador retirando la subvención al combustible.

*José Manuel Cansino es Catedrático de la Universidad de Sevilla y profesor de la Universidad Autónoma de Chile