Educación
Berrea colegial
La merma del índice de natalidad, instalado en subsuelos vaticanos, ha amainado la carga dramática –tragicómica, cabría decir– de la elección del colegio de los infantes, berrea anual que por estas calendas producía en los mamíferos superiores comportamientos extremos, de un paroxismo que lindaba a veces con lo irracional. Todos habrán escuchado historias de detectives siguiendo a abuelos en su paseo matutino para demostrar que el nieto no convivía con él y de invitaciones al tercer cumpleaños presentadas en un juzgado como prueba de cargo. Se vuelven tarumbas las mamás y los papás con el edificio en el que sus nenes deberían ser alfabetizados. Luego, van perdiendo interés hasta desconocer detalles mucho más relevantes como la supresión de cualquier herramienta para imponer un mínimo de disciplina o el orgullo por la burricie de su prole que muestran al exigir aprobados sin que medie acreditación de conocimiento alguno. La educación en Andalucía está mal, sí, y los principales responsables son unos progenitores convencidos de que sus hijos vinieron al mundo omniscientes y ajenos a cualquier impulso hacia la menor travesura, gamberrada o comportamiento censurable. El consejero Imbroda ha modificado ahora los baremos para la repartición de alumnos en centros, incrementando el peso de la renta familiar, que lógicamente puntúa más alto cuando más baja sea. Noble matiz que le será útil en términos propagandísticos, ya que deberá seguir explicando por qué las demandas para estudiar en colegios concertados, incluso en los religiosos segregados, son masivas y dejan centenares de plazas libres en las escuelas públicas. La gente se pelea por que sus criaturas se instruyan con curas, monjas o, al menos, con un profesorado lo más alejado posible de la Administración. Para colmo de bienes, un alumno de concierto comporta un 30% menos de coste que uno por completo estatalizado. Nadie se atreverá a externalizar el servicio. Una pena.
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