Andalucía
El precio justo
Los agricultores y ganaderos andaluces reclaman control en la cadena alimentaria y más remuneración en origen
En la mitad de un puente que cruza la A-92, a la salida de Sevilla, hay una señora de pelo cano, tiene la mano colocada sobre la frente a modo de visera y achina los ojos para ver todo lo que su vista, cansada de zurcir durante años las ropas de labranza, no alcanza a distinguir a lo lejos. Responde al nombre de Eulalia y confiesa al plumilla que se le acerca que esto no lo esperaba ver «jamás» en su vida. Esto es el modo en que, con la economía del lenguaje que siempre ha caracterizado a la gente de pueblo, sabia por tanto, resume la manifestación de más de 5.000 tractores y 16.000 agricultores y ganadores de todas las organizaciones agrarias y sindicatos que desde las once de la mañana han bloqueado cuatro de las principales vías de entrada y salida a Sevilla.
Asistimos a otro día histórico, del que a estas alturas del mes de febrero –sí, amigo lector, hoy es 29 de febrero y sólo podemos decirlo cada cuatro años– se acumulan ya unas cuantas hojas en el almanaque desde que el campo español, y en particular el andaluz, dejó parada las máquinas, para echarse a la calle y clamar atención y soluciones por parte de nuestros políticos. A Pedro Sánchez le ha estallado el asunto apenas asentado en Moncloa y ha puesto a Luis Planas a trabajar.
Eulalia, madre de tres varones y esposa de Sebastián, habla, sin atisbo de cansancio, de la vida sacrificada en el campo. «Ni mi marido ni yo hemos sabido nunca lo que es tener una tarde sentados delante del sofá o salir a un baile. En el campo siempre hay cosas que hacer, quitarle hierbas a las patatas, atar las lechugas, mirar las hojas de los manzanos para que no le entre el pulgón, enumera con la pausa propia de quien ha hecho todas estas tareas con paciencia, sin prisa, como se hacen los buenos guisos de cuchara.
«A nosotros ya nos queda el campito, con el que mi marido se entretiene, porque él no sabe hacer otra cosa que darle una vuelta a la huerta –aclara–. Pero estoy aquí por mi hijo, me ha traído mi nuera, mi Joaquín es el que lleva ahora mismo la explotación, lucha mucho a diario para llevar un sueldo a su casa y dar trabajo a mucha gente… Y no llegan ni para gastos, prefiere dejar las papas que se pudran en la arena antes que sacarlas. Con lo que le pagan no cubre ni el jornal». De repente, la señora dirige su mano a la hilera infinita de tractores y de centenares de chalecos amarillos que colapsan la calzada y se lamenta. «No lo veo, pero ahí debe estar, con todos los demás. Mire usted, ¿ve una bandera de Andalucía? Él la lleva enganchada arriba», comparte en un guiño fortuito a esta semana de fastos por el 28F.
Joaquín, el hijo de Eulalia es uno de los cooperativistas de los miles y miles que en toda España han salido a la calle reclamando un precio justo. «Las papas a 15 o 16 céntimos el kilo, ¿usted se cree que así se puede vivir? Súmale el gasoil... No salen las cuentas. Queremos unos precios justos de origen y más control en la cadena agroalimentaria. Póngalo usted ahí bien clarito», conmina Gabriel, agricultor de Carmona, a pie de tractor. Aquí escrito está.
Si lo que produce el campo no se paga como es debido pero usted y yo compramos los tomates a precio de caviar beluga, alguien se lo está llevando. Según datos del Ministerio de Agricultura, la renta agraria alcanzó en 2018 una cifra récord de 30.217 millones de euros y las exportaciones agroalimentarias han aumentado un 97,5% en la última década. ¿Qué está ocurriendo entonces? Estas buenas cifras macroeconómicas no están repercutiendo en agricultores y ganaderos, sino todo lo contrario.
En otras páginas de este periódico, habrá tenido usted amplia información de los males que aquejan al campo: falta de renovación tecnológica, cambios climatológicos, exceso de intermediarios, competencia desleal de los productos importados… A todo ello se suma una tendencia puesta de manifiesto por la COAG en el interesante informe «La uberización del campo español». La ambición de los grandes oligopolios empresariales ha puesto sus ojos en el campo, sabedores de que las materias primas son necesarias para la subsistencia del mundo. «España camina hacia una agricultura sin agricultores», alertó Miguel Blanco, secretario general de esta organización, en la presentación del documento.
Los modelos industriales de producción, que ya dominan el sector del taxi o del transporte de mercancías y que son producto de la precarización más absoluta, han llegado al campo para quedarse. Y en breve, ni Joaquín, ni Gabriel serán necesarios. Tampoco la memoria de Eulalia.
Puestos a apoyar causas justas que se escenifican en la vía pública, el que firma estas líneas muestra sin fisuras su respaldo a estos señores del campo: reclaman lo obvio, el precio justo. ¿Usted no lo haría?
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