Cultura

Lorca, un poeta confinado

Así fue el encierro del autor de “Bodas de sangre” en casa de Luis Rosales

Granada.- El Museo-Casa Natal de Lorca presenta la edición especial de su discurso 'Medio pan y un libro'
Busto de Federico García Lorca en el Museo-Casa Natal de Fuente VaquerosDIPUTACIÓN (Foto de ARCHIVO)05/06/2010larazonDIPUTACIÓN

Pocos episodios de la Guerra civil habrán sido tan analizados como el asesinato de Federico García Lorca. Lo injusto del crimen, los enigmas que todavía planean sobre él siguen siendo un terreno fértil para la literatura de todo tipo y para la especulación. El drama empezó a tomar forma cuando Lorca fue amenazado y se escondió por unos días en casa de su amigo Luis Rosales. Ese confinamiento, sin embargo, no le salvó la vida.

Tras un registro en su casa familiar y ser amenazado, un episodio que debió suceder el 9 de agosto de 1936, Lorca empezó a tener miedo. Sabía que los más conservadores de la ciudad no lo miraban con buenos ojos. Él, que se había mostrado siempre al lado “del perseguido. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro”, no lo podía tener fácil en una ciudad en la que, según sus palabras, “se agita actualmente la peor burguesía de España”. Así que decidió con su familia buscar un lugar en el que poder pasar desapercibido, confinarse lejos de los ojos de sus enemigos. Para ello pidió consejo a Luis Rosales, un amigo, también poeta como él, pero miembro de una familia muy vinculada con el golpe de Estado en Granada. Sin ser uno de los miembros del círculo más íntimo de Lorca, Rosales había logrado el afecto de una autor diez años mayor que él y a quien consideraba uno de sus maestros literarios. En aquella reunión celebrada por la noche, con la presencia de sus padres y de su hermana Concha, Federico fue descartando trasladarse al domicilio de Manuel de Falla -un querido amigo con el que llevaba un tiempo distanciado- y Emilia Llanos, una de sus más queridas amigas. Finalmente se decidió por el hogar de la familia Rosales, en el número 1 de la calle Angulo de Granada.

Con algunas pertenencias encima, el poeta partió esa noche hacia la que fue la última vivienda en la que habitó. Los Rosales sabían que se estaban jugando mucho: esconder a un enemigo de los sublevados, y Lorca lo era, podía costarles la vida. Incluso entre los hermanos de Luis hubo dos excepciones de oposición a la llegada de ese huésped. Hablamos de Antonio y Miguel que tuvieron un importante papel en los hechos que tendrían lugar en los días siguientes.

¿Cómo era la vida de Lorca confinado? Por lo que sabemos aparentemente tranquila. Vivía en una zona aislada de la casa, un viejo y enorme edificio que hoy es un hotel. Mientras los chicos estaban en el frente y el padre de los Rosales acudía a su trabajo en unos almacenes de su propiedad, el poeta permanecía bajo el atento cuidado de las mujeres de la casa: la madre Esperanza Camacho, la hija Esperancita, la tía Luisa y una criada llamada Basilisa. Pasó las horas con ellas, contándoles sus vivencias en América, su experiencia al frente del teatro universitario La Barraca recorriendo los pueblos de España, sus proyectos teatrales más inmediatos, como el viajar a México donde era esperado por Margarita Xirgu, su actriz de referencia… Los Rosales conservaban un piano al que Lorca acudió en pocas ocasiones para animar a sus anfitrionas cantándoles las canciones populares que él había recuperado, como “Los cuatro muleros” o “El café de Chinitas”.

Luis Rosales tenía una biblioteca bien surtida en la calle Angulo y el invitado acudió a ella para releer a Gonzalo de Berceo, uno de sus autores favoritos. No era la primera vez que volvía a “Los milagros de nuestra señora” del escritor medieval en un momento de crisis personal. En 1929, durante su paso por Nueva York, acarició la idea de escribir sobre Berceo e, incluso, llegó a tomar notas en la biblioteca de la Universidad de Columbia. Por otra parte, nunca se ha podido saber con certeza en qué estuvo trabajando Lorca en casa de los Rosales. Es probable que trabajara en algunas de las composiciones que forman parte de los llamados “Sonetos del amor oscuro”, una manera también de recordar a su querido amor Rafael Rodríguez Rapún o, tal vez, a Juan Ramírez de Lucas, que también tenía en ese tiempo un peso importante en su corazón. Hay otra hipótesis: Luis Rosales aseguró que durante sus conversaciones con Federico surgió la idea de componer una cantata a los muertos por la guerra. Muchos años después, el hoy justamente olvidado Eugenio Montes afirmaría que, en realidad, lo que Lorca y Rosales se proponían era un himno para la Falange. El propio Luis Rosales se encargó de desmentirlo, pero la falsa leyenda se sigue manteniendo de la mano de algunos revisionistas.

A la casa de los Rosales llegaba puntualmente el diario “Ideal” donde se informaba de los bombardeos que sufría la ciudad de la Alhambra, así como de los primeros momentos de la represión puesta en marcha por las autoridades fascistas. También tenían teléfono, lo que permitió al poeta tener contacto regular con su familia. De esa manera, el 16 de agosto de 1936, a primera hora de la mañana, supo que su cuñado Manuel Fernández-Montesinos, último alcalde republicano de la ciudad, había sido asesinado en las tapias del cementerio de Granada. La muerte ya empezaba a rondar a Lorca y un día antes se había empezado a dibujar la decisión final sobre su trágico destino.

El 15 de agosto en Víznar, uno de los puestos militares más importantes para los sublevados, se celebró el día de la Asunción de la Virgen. Hasta ese pueblo se acercó desde Granada un ex diputado de la CEDA llamado Ramón Ruiz Alonso y en esos días implicado en las actividades represivas que se llevaban a cabo por orden del Gobierno Civil. Ruiz Alonso se encontró en Víznar con el tesorero de Falange en Granada, Antonio Rosales, hermano de Luis. Según varios testimonios –entre ellos, los de Gerardo, sobrino de Luis Rosales, y el general Fernando Nestares, hijo del capitán José Nestares, responsable militar de la zona–, Antonio le comentó que estaba por la presencia en casa de sus padres de un enemigo, de un intelectual de izquierdas y homosexual que pensaba podía ser una mala influencia para su hermano Luis. La confesión fue también escuchada por Juan Luis Trescastro, un matón que acompañaba al ex diputado. Esa misma tarde, Ruiz Alonso redactó la denuncia contra Lorca, aprobada al momento por el gobernador civil José Valdés Guzmán. Antonio Rosales unos días antes también le habló al secretario de Falange, Julio Alguacil González, de lo poco que le gustaba que Lorca estuviera en casa de sus padres. En la semana que el poeta estuvo en la calle Angulo, Antonio no quiso acercarse hasta allí.

Al día siguiente, a las cinco de la tarde, Ruiz Alonso rodeado de varios hombres armados, se presentó el domicilio de los Rosales para detener al poeta. Probablemente le habría informado Antonio que a esa hora no había nadie, salvo las mujeres de la casa. En el patio ya estaba preparada la merienda para Lorca quien permanecía todavía en su cuarto. Por la ventana pudo escuchar como Esperanza Camacho plantó cara a Ruiz Alonso: no quería entregarlo hasta que uno de sus hijos volviera a la casa. El ex diputado esperó comiendo la merienda preparada para Lorca hasta que finalmente apareció Miguel, el otro hermano de Luis que veía con malos ojos al autor de “Yerma”.

No hubo otra opción. Era un simple trámite. Había que llevarlo al Gobierno Civil. Todo se arreglaría allí. Palabras y más palabras. Lorca salió del número 1 de la calle Angulo arrestado. Pocas horas después se convirtió en un desaparecido para las autoridades de Granada. Para muchos otros pasó a ser una víctima inocente de la Guerra Civil, otro asesinato.