Coronavirus

Diario de cuarentena con niños: Día 57

Cuando tu hija ya está en la fase dos

Nora ya se mantiene en pie
Nora ya se mantiene en pieAnna Maria Iglesia

Han pasado ocho semanas desde que empezó el confinamiento. Nora tenía siete meses y medio. Dormía cuando iba en cochecito, se pegaba siestas de más de dos horas y tras su biberón de desayuno volvía a coger un sueño profundo que nos daba a sus padres un tiempo valiosísimo para poder sentarnos frente al ordenador y trabajar. Ahora, ocho semanas después, todo ha cambiado. Nora ha cumplido los nueve meses. Sus siestas duran, en el mejor de los casos, una hora, tras el desayuno, ya no la vence el sueño y durante sus paseos, tan escasos como sus ganas de dormir, va canturreando alegremente. Pero esto no es todo. Ya no es la niña que se tambaleaba cuando la sentábamos en el suelo, todavía insegura, necesitada de cojines donde apoyarse o donde recaer cada vez que perdía el equilibrio. Ahora, Nora se ha convertido en toda una exploradora. No gatea excesivamente bien, pero sabe perfectamente cómo moverse, empujándose con las manos. A ello se le suma una nueva y fascinante moda: la de tratar de ponerse de pie agarrándose a la mesa o a las patas de la silla. Esto es algo que se traduce en la desesperación de la madre que trata de evitar un accidente mientras Nora llora por no poder erigirse como una bebé con libertad de movimientos.

Es una situación de caos que no aparece en ninguno de los manuales de supervivencia para estos días de confinamiento. No he oído declaración alguna de ningún presidente hablando de qué se puede hacer con una niña que se mueve sin parar, de un lado a otro, cogiendo una cosa u otra, trepando por el sofá o metiéndose bajo la mesa. Todo apunta que sus pilas tardarán muchos años en agotarse. Me gustaría que esos sabios que salen estos días por todas partes hablando de los avances de la ciencia y de sus virtudes, los mismos que hasta hace poco lo conocían todo del apasionante mundo de la política, nos dieran consejos sobre pasar horas con una pequeñaja de nueve meses que, a la manera de una discípula aventajada de Livingstone, lo quiere explorar todo.

La cosa se complica más si a uno se le estropea el teléfono móvil. En estos días de encierro lo único que está abierto, como es lógico, son los establecimientos de alimentación. Si te quedas sin teléfono, imprescindible para superar la incomunicación, te tienes que buscar la vida. En esa situación de desesperación el único remedio es recorrer el barrio, no más allá de un kilómetro, y buscar una tienda abierta con gran angustia interior. Aprovechando la hora de paseo infantil, cogí a Nora y dedicamos el paseo a buscar alguna tienda de telefonía móvil. Hicimos un barrido tratando de localizar algo de guardia que sirviera para reparar o vender móviles. “Tenemos una hora, Nora. No podemos fallar”, dije a mi hija. Ella, tan tranquila, siguió mirando al horizonte mientras saboreaba su chupete como si fuera a acabarse. Una cerrada. Otra cerrada. Una tienda iluminada, pero con la persiana bajada. Al final, cuando el mundo parecía derrumbarse a nuestros pies, allí estaba un establecimiento pequeño, pero bien surtido, a nuestra disposición. La luz al final del túnel. Eso sí, cuando vuelva será sin la niña para evitar que se contagie.

Puede que sigamos en la fase cero, pero mi mujer -que de esto sabe mucho- cree que nuestra hija ha tomado la directa y que por su cuenta ya ha llegado a la fase dos. Seguro que nos espera.