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«Se muestra desnuda a sus criados y que no conviene a una reina de España»
Un libro recoge una amplia selección de algunas de las mejores cartas eróticas de todos los tiempos
Hay cosas que solo pueden decirse por carta. Ahora se hace todo por correo electrónico. De lo que quedó manuscrito, de lo que se enviaron escritores, artistas, políticos y algunos personajes peculiares acaba de ver la luz un libro que se fija en los aspectos más íntimos de estas misivas. Eso es lo que puede encontrar el lector de «Cartas eróticas», publicado por Ediciones B bajo el cuidado de Nicolas Bersihand. Sus autores son de lo más variado, en una línea que va de Paul Gauguin al marqués de Sade, de Oscar Wilde a Emilia Pardo Bazán, de Emily Dickinson a Luis II de Baviera pasando por Napoleón Bonaparte, James Joyce, Miguel Hernández, Lewis Carroll, Safo o Marcel Proust, por citar unos pocos de una gran lista. Todo ello clasificado en diversos temas, en variantes de la pasión y del deseo, desde el flirteo hasta la caída del ideal.
Empecemos este paseo por el principio y es el momento del surgimiento del deseo. Así se lo presenta el escritor Juan Valera a su hermana, en 1885, cuando el autor de «Pepita Jiménez» forma parte de la delegación española en Washington. A Valera le llama la atención lo que ve en la capital de Estados Unidos: «Por dicha o por desgracia, según quiera considerarse, tengo ya sesenta años. Si no correería gran peligro mi virtud. Pero como ni la virtud padece ni la ancianidad es grave inconveniente para el flirteo, siempre tengo damas que gustan de flirtear conmigo; y, dicho sea en sigilo, Misses también, que no reparan en que estoy cansado, ni ven en ello obstáculo a sus inocentadas. Por lo demás, el flirteo es aquí un furor».
Luego están los que prefieren hacer propuestas, algunas no demasiado inocentes. Es algo que pasa incluso con algunas coronas, como la de Fernando VII cuando le asegura a María Cristina de Borbón que «yo ya me había informado de tus prendas personales y todo esto ha hecho que, sin conocerte, ya estoy enamorado de ti y no deseo más que unirme a ti, pues todo el día no pienso más que en mi amada Cristina». Al muy controvertido monarca español le preocupaba y con mucha razón una una cosa como era «si yo te gustaré a ti, porque tengo el genio muy vivo y algunas veces me impaciento».
Algunas de las cartas reunidas en el libro, siguiendo con la Corona, son toda una confesión, por ejemplo, de la falta de pudor de toda una reina. Eso es lo que le transmite Luis I de España a su padre Felipe V en 1724, suponemos que ruborizado mientras escribe esas líneas: «Yo preferiría estar en galeras a tener que seguir viviendo con una criatura que no observa ninguna conveniencia, que no me complace en nada, que no piensa sino en comer y en dar escándalo sin recato, que se muestra desnuda a sus criados y que no conviene a una reina de España llevar una vida de la que ni yo ni nadie puede apartarla».
Hay algunos y algunas que llegan a mitificar la relación, aunque su pareja sea una bestia. Es el caso de la actriz italiana Claretta Petacci y de su célebre amante Benito Mussolini. Ella misma se lo confiesa en agosto de 1937: «Tu amor se ha abierto al sol como una fruta madura, como un torrente impetuoso que ha destruido los muros de contención, ha invadido el mundo con su júbilo, ha inundado de alegría mi corazón, que vibra, se estremece, se siente feliz, aunque todavía sigue temblando y llora. Tú me amas. Tu amor es violento y sublime, es divino como todo en ti».
Probablemente son las cartas de James Joyce a su muy paciente esposa Nora Barnacle las que más han dado que hablar por lo que tienen de abierta confesión de deseos satisfechos e insatisfechos. En el presente libro no podía faltar un fragmento donde el autor de «Ulises» recuerda «el polvo más sucio que te he echado nunca». El resto es mejor que lo lean en el libro.
Un sinónimo de poder en la Europa de finales del XVIII y principios del XIX fue Napoleón Bonaparte. Sin embargo, las cartas demuestran que quien realmente tenía el poder era Josefina de Beauharnais. Lo que realmente quiere el emperador es estar con ella, como le comunica en 1796: «Sería sumamente feliz si pudiese asistir al agradable baño: un pequeño hombro, un pequeño seno blanco, suave, rotundo; y, más arriba, esta carita con el pañuelo al estilo criollo, para comérselo. Sabes bien que no olvido las pequeñas visitas; sabes bien el pequeño bosque negro. Le doy mil besos y aguardo con impaciencia el momento de adentrarme en él».
En «Cartas eróticas» también hay confesiones entre hombres, como ocurre con Balzac a Eugène Sue, con Flaubert a Louis Bouilhet, o con Goya a Martín Zapater. La carta del pintor aragonés a su querido amigo, uno de los epistolarios que más han dado que hablar en nuestro país, expone que «me arrebataría a irme contigo porque es tanto lo que me gustas y tan de mi genio que no es posible encontrar otro; y cree que mi vida sería el que pudiésemos estar juntos y cazar y chocolatear y gastarme mis veintitrés reales que tengo con sana paz, y en tu compañía me parecería la mayor dicha del mundo (pero qué poltroncitos que nos volveríamos».
Galdós y Pardo Bazán
Pero si hay un epistolario erótico y literario que ha dado –y sigue dando– que hablar es el que tuvieron los escritores Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós. Se ha especulado mucho sobre unas cartas de las que, por desgracia, nos faltan las de Galdós a la Bazán. Las que se conservan, las de la autora gallega, nos dan muchos detalles, en ocasiones muy íntimos, de la relación entre los dos literatos. Es el caso de una carta de abril de 1889, en la que doña Emilia habla de «mis picardías, ¿qué quieres que te diga? Tú eres más indulgente para ellas que yo misma; tú las explicas y las perdonas, yo tengo instantes en que no las sé perdonar, aunque me las explique aquella lógica interior que nos ayuda a comprender nuestras propias acciones por más disparatadas que sean».
El trabajo de Nicolas Bersihand nos ayuda a pasear por el éxtasis, pero también por los escándalos de grandes nombres que supieron abrirse en cada uno de sus epistolarios.
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