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Opinión

La comodidad o el mundo sin peso

El valor del compromiso en lo cotidiano

Atlas (mitología) CC

En los "Opusculos" de Giacomo Leopardi encontramos un diálogo cómico, casi satírico, entre Atlante, condenado a llevar sobre sus hombres el mundo, y Hércules que viene a relevar al anciano Atlante de tan pesada tarea. Cuál es la sorpresa de Hércules al comprobar lo que Atlante le comenta: el mundo ha perdido peso, se ha vuelto pequeño y ligero, apenas se encuentra en él una vida vegetativa propia de la satisfacción de las necesidades meramente instintivas. Así que apenas tiene sentido la ayuda que Hércules puede prestar al viejo Atlante.

Pero, la sorpresa no es menor en el lector de Leopardi, porque lo que allí se describe irónicamente en torno a los años veinte del siglo XIX, resulta ser una espléndida radiografía de estos años veinte de nuestro siglo XXI. Aquella levedad del ser sobre la que reflexionara Kundera, a la que autores como Sloterdijk han dedicado páginas y páginas de concienzudo análisis, no hace sino crecer y crecer. Es lo que Bauman llamaba el “mundo líquido” caracterizado esencialmente por una incapacidad mínima de comprometerse de por vida con nada ni con nadie. Vínculos “líquidos”, delicuescentes, fáciles de deshacer, que se presentan como el horizonte deseado de una vida cómoda, sin sobresaltos, ni agobios. Unos vínculos tan frágiles gaseosos más que líquidos que dan a las relaciones entre personas y a las instituciones la consistencia de una pompa de jabón; seductoramente atractiva, pero condenada a una vida extremadamente efímera.

Es innegable el atractivo del arte de lo efímero, pero, desgraciadamente, si nuestras instituciones, las personas que las dirigen, se hacen incapaces de comprometerse con la idea que las originó, se banalizan hasta perder el sentido, y dejan de prestar la cobertura ante la intemperie para las que fueron creadas. Le ocurre a la familia, y al sistema educativo; al derecho y a nuestras instituciones políticas; al arte y a las asociaciones culturales. Se deshacen o se ningunean, se vandalizan, desde dentro. Los enemigos no son externos, sino internos; muy internos: el virus de la falta de compromiso se hospeda en lo profundo del corazón de cada ser humano, y desde allí se le da pábulo, consciente o inconscientemente.

Quizás por oposición nos conmueven todos aquellos ejemplos de compromiso en el deporte. Vidas sacrificadas desde bien jóvenes, horas, días, semanas, meses, años de renuncias para pelear por una corona y un reconocimiento planetario. Son las vidas de héroes cuyas caras reconocemos en las portadas de semanarios, en series, en sus cuentas de Instagram. Paradójicamente, cualquiera valora la capacidad de compromiso; e incluso la exige en otros. Y cualquiera es tremendamente crítico cuando detecta alguna ligereza en esa capacidad. Sin embargo, poca gente percibe el valor del compromiso sin espectáculo, el que no se publicita en ningún medio; el compromiso de esas vidas sacrificadas que, como telón de fondo, dan consistencia y orden a un todo. Pienso, muchas veces, en ese conductor de transporte público que se ha levantado a la hora en punto, y que, contra las adversidades del entorno y propias, hace que su servicio se dé en el tiempo y lugar oportuno. En el camionero que ha llevado los productos que repondrán las estanterías del supermercado, o en la infinidad de personas que más allá del contrato se esfuerzan por ofrecer ese servicio callado y discreto que solo echamos de menos cuando no se nos da.

Compensa hacer un parón y contemplar todo aquello que damos por supuesto en nuestro día a día si queremos descubrir estos otros “héroes”. Que pase el metro a su hora; que el servicio de limpieza haya limpiado las calles y recogido las basuras; que los profesores estén en el aula a la hora prevista, o que un ejército de repartidores haya provisto de suministro los mercados y supermercados de la zona en que vivimos, no son meras casualidades: alguien está cumpliendo sus compromisos. Y por la misma razón, que nuestra moneda tenga un valor de compra, que los contratos tengan vigencia sin necesidad de acudir a la fuerza física, o que la asistencia médica busque nuestro bienestar, también requiere de “héroes” del compromiso.

“Pondus meum amor meus” decía Agustín de Hipona en las Confesiones, “mi peso es mi amor”, mi capacidad de comprometerme con alguien o con algo. Y nos dicen los psicólogos que la felicidad duradera no consiste en una vida cómoda, ligera; por el contrario, está ligada a esa capacidad de vincularse, de comprometerse. Al fin y al cabo, una vida libre de compromisos es una vida vacía, sin historia, sin biografía, sin peso; porque toda biografía se esculpe a base de decisiones que nos vinculan. No habría danza sin gravedad; por eso es bello y atractivo la ligereza del salto de bailarín. No habría respiración si todo fuese soltar lastre.