Gastronomía

Canalla Bistro: armónico eclecticismo, despensa infinita

En un lugar de Ruzafa, urbano y cosmopolita, cuyo nombre ya conocen, nos ofrecen un viaje con la gastronomía ecléctica como anfitriona, una ruta de sabores como compañeros, la proximidad de una inagotable despensa como equipaje y la satisfacción de los paladares como destino final

Vaivén geográfico, sin límites de fronteras, que provoca un maridaje deliberado
Vaivén geográfico, sin límites de fronteras, que provoca un maridaje deliberadolarazonLa Razón

Acompañado por gastrónomos de referencia, formados por un «robinsonismo» tenaz en busca de tesoros gustativos, con adscripción gourmet predeterminada hacia los restaurantes de Ricard Camarena, me dirijo hacia el restaurante Canalla Bistro (C/ Maestro José Serrano, 5). Como un guiño a los acontecimientos que nos marca su declarada querencia programamos una doble visita. Aunque el exceso de expectativas puede revertir la sobremesa admitimos el vértigo.

La gastronomía es el mayor común denominador entre los principales motivos para viajar y conocer otras culturas. Por eso debemos destacar el rol ecléctico culinario que conecta con las almas viajeras de paladares aventureros y cómodos de igual manera.

Los decibelios gustativos son una premonición al probar el «Nigiri de anguila ahumada». Nunca lo ecléctico fue tan sincero. La reverenciada «Coca de dacsa como un taco mexicano de cochinita pibil» confirma las expectativas. Vaivén geográfico, sin límites de fronteras, que provoca un maridaje deliberado. El empoderamiento de la fusión es inevitable también al probar las «Alcachofas fritas con espuma de romescu y zaatar «

Este restaurante pavimenta el suelo gustativo de nuestro caminar sin obstáculo alguno. Los minutos de silencio están permitidos a pesar de las pulsiones que provoca saltar el Atlántico para probar el icónico «Sándwich de pastrani hecho en casa. Versioneando el mítico Katz’s».

La carta se revela tan bien estructurada, amplia y afinada como un catálogo de múltiples escapadas culinarias encriptadas, donde cualquiera de los pormenores de los platos se antoja más que interesante, mientras el Pacífico y nuestro Mediterráneo se hermanan de manera cotidiana. El encuentro se convierte en un viaje para la complacencia donde perderse en busca de los rastros de las identidades culinarias más universales resulta natural.

La gastronomía ecléctica se ha convertido casi en una religión de estado para ahormar la realidad a los deseos de sus protagonistas. La inercia favorable se precipita. Nos vale para ascender por la cucaña de sabores que nos ofrecen. Va más allá de todo lo que habíamos leído, oído y probado. Aunque perseguir aleatoriamente platos (des)conocidos no parece una estrategia arriesgada al conocer la carta, déjense aconsejar por el didáctico servicio.

Aunque celebrar el presente parece más atractivo que recordar el pasado. Por fortuna, no dejamos a un lado esa oscura pasión que llevamos atada a la ensaladilla rusa de Ricard Camarena desde hace más de una década. Interpretamos su ungimiento con espuma de aceitunas rellenas antes de declararla patrimonio emocional. No hay que hacer cábalas para reconocer el eclecticismo que hace proliferar los alardes culinarios dando cobijo y acogida a conseguidos maridajes con otras cocinas históricas. «Causa limeña con corvina ahumada, mahonesa de aji, quicos y huevas de pez volador» y «pescado frito con tamarindo y verduras asadas». Las derivadas de sabores resultan apabullantes.

La capacidad del matiz se representa en un sorprendente «canelón de aguacate, bonito marinado y pico de gallo». El «clásico steak tartar» es una delicia llena de equilibrados contrastes donde se aprecia la justa notoriedad de la carne de vaca gallega.

Nuestros compañeros de viaje exhiben sus dulces convicciones el tiempo necesario que duran los gestos golosos, ni un minuto más, mientras se entregan a la irresistible «tarta de queso rota con frambuesas y helado de galleta». Solo por ceder a la curiosidad y al dulce hábito merece la pena probar la «torrija caramelizada con helado de mantecado».

Pero yendo de lo abstracto a lo concreto, de lo general a lo singular, de lo ya histórico, ochos años desde su apertura, a lo contemporáneo, al final alcanzamos el salvoconducto no solo para el acá mediterráneo sino para más allá del pacífico, sin renunciar a los títulos de crédito de la casa.

Mientras los flashes aún se disparan en la mesa de al lado con acento alemán y los teléfonos móviles se pelean al enfocar los últimos platos optamos por desaparecer en silencio. Si hay algo en lo que coinciden todos, aunque sus razones no sean las mismas, es la firme voluntad de volver muy pronto. Ah, un consejo quizás (in)necesario si quieren una mesa, no se arriesguen, reserva obligada.

Si señoras y señores, en estos tiempos convulsos hay una ley no escrita que suele (i)limitar las maneras de comerse el mundo. La gastronomía ecléctica no tiene fans ni críticos solo clientes cómplices. En un lugar de Ruzafa, urbano y cosmopolita se establece una peregrinación obligada donde el goce está más que garantizado. En el Canalla Bistro by Ricard Camarena nos ofrecen un viaje con la gastronomía ecléctica como anfitriona, una ruta de sabores como compañeros, la proximidad de una infinita despensa como equipaje y la satisfacción de los paladares como destino final.