100 años de Giulini
Este mes se cumplen cien años del nacimiento de Carlo Maria Giulini. El pasado sábado, día grandes para los madrileños, no pude menos que recordar su última visita a Madrid el 20 de mayo de 1998. Mijatovic marcaba el gol que daba la séptima Copa de Europa al Real Madrid frente al Juventus. Quienes llenaron el auditorio se quedaron sin ver aquel gol, vitoreando y tratando de estrechar la mano desde la primera fila de butacas del Auditorio Nacional al maestro. El octogenario músico había dirigido sentado dos grandes sinfonías románticas. El gesto comedido pero preciso, el concepto claro en la cabeza y en los ojos, el magnetismo de la verdad de la música. Poco después Giulini se recrearía en sus silencios y sólo abordaría otras notas con la joven Orquesta Verdi de Milán y los alumnos de la Escuela de Música de Fiesole. Giulini estuvo bastante ligado a España, compartió actuaciones con Teresa Berganza, Dalmacio González y Rafael Orozco y, no lo olvidemos, «La vida breve» fue una de las primeras óperas que dirigió. No sólo vino con orquestas invitadas, sino que también se puso al frente de la ONE, con una inolvidable «Séptima» de Beethoven. En 2001 recibió el Premio Menuhin de la Escuela Reina Sofía.
Inteligencia, técnica y sentimiento
Giulini vuelve a estar con nosotros en estos días gracias a un emotivo artículo de Ruben Amón en su «Blog de pecho», escrito como sólo puede hacerlo alguien que le conoció y admiró, y a la amplísima entrevista de Juan Antonio Llorente en Beckmesser.com en la que Alberto Zedda reconoce que gran parte de su carrera se la debe a él. Y, sobre todo, por un inmenso legado discográfico que ahora se reedita. Versiones de referencia para el «Réquiem» de Verdi, las novenas de Beethoven, Dvorak, Schubert y, sobre todo, Bruckner y Mahler, el ciclo de Brahms, los conciertos de Chopin, el «Amor brujo» con Victoria de los Ángeles, el «Don Giovanni», el «Don Carlo» de Verdi con Caballé y Domingo o el mismo «Falstaff». En todo ello un denominador común: sólo dirigía músicas que formasen parte de su vida. «Dirigir es un acto de amor», decía. De ahí sus dos únicas sinfonías mahlerianas o su alejamiento de Puccini y la música contemporánea. Me vienen a la memoria los tres elementos que el maestro consideraba claves para una interpretación: «Inteligencia o capacidad para comprender, técnica para ejecutar lo aprendido y sentimiento o amor. Sólo cuando se juntan los tres elementos se hace música». Un caballero en la música y en la vida como muy pocos.