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Historia

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Montgelas, el hombre que modernizó el Sacro Imperio Romano Germánico

Sosa Wagner publica una obra centrada en el estadista bávaro y todo lo que le rodeó

Representación de Otón II, rey de Alemania e Italia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico
Representación de Otón II, rey de Alemania e Italia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.La Razón

La historia del Sacro Imperio Romano Germánico es desconocida del gran público. Es una forma política realmente singular, con un titular electivo. Heredera del Imperio Romano de Occidente. Estuvo bajo el dominio continuado de los Habsburgo desde 1430 hasta 1740, cuando accede al patrimonio dinástico María Teresa de Austria y el Imperio estaba en franca decadencia y al borde de su defunción, que no tardaría en llegar con el impacto revolucionario y el auge del liberalismo.

Ahora, el profesor Sosa Wagner, buen conocedor del mundo centroeuropeo, aborda en «Gracia y desgracia del Sacro Imperio Romano Germánico. Montgelas: el liberalismo incipiente» (Marcial Pons) las circunstancias a la que se enfrentó el Sacro Imperio en la transición del Antiguo Régimen al liberal. Y lo hace tanto desde una vertiente interna, la de sus propias estructuras político-administrativas, como desde la externa. Maneja una narrativa amena y ágil, como el gran maestro que es y sin abandonar el rigor académico, lo que lo hace accesible a un público extenso.

Regala una buena historia de un abigarrado Imperio (Reich), desde su formalización institucional, allá por el siglo IX, hasta su liquidación con las guerras napoleónicas. Fija su atención en las dificultades del emperador para hacer prevaler su soberanía, sometida a la del Papa desde el conflicto de las Investiduras y en las tensiones internas que hubo de enfrentar (Reforma, Guerra de los Treinta Años...). En su discurrir narrativo no rehúye precisar conceptos como el de «nación alemana», el sustantivo de «nación», el surgimiento del «Estado moderno», el «dinastismo político» y otros. Explica magistralmente el mosaico de poderes salpicados por todo el imperio. Un entramado feudal en el que se insertan las «ciudades», el Reichstag, los Landtage vertebradores de los príncipes con los estamentos, la evolución de la relación Rex, el tribunal de justicia Reichskammergericht; los Reichskreise...

Todo este aparato institucional lo proyecta con ejemplos de la práctica del poder: Rodolfo II, Matías o la Guerra de los Treinta Años de la que salieron perdedores el Reich y el emperador. Interesante su aproximación a la maiestas o soberanía (Bodino), con la diferencia entre regalías mayores (del emperador) y menores (de los Landeshoheit). Destaca la utilización que hicieron unos y otros de esos instrumentos, así como la liquidación de la regla «pinceps legibus solutus» que abriría el camino al desarrollo de Derecho público alemán y al Estado de Derecho. Al inicio del siglo XVIII, poco se podía hacer frente a los choques jurídicos entre partes sin un ejército del Reich, carente de recursos y con unas instituciones que carecían de centralización.

Este es el momento donde da la entrada al barón Maximilian Graf von Montgelas (1769-1838), jurista, político ilustrado y primus ministro de Baviera. El hombre que hubo de desplegar toda su capacidad, que fue mucha, para hacer frente a las grandes potencias (Francia, Rusia, Prusia y la propia Austria), que, en disputas constantes, mantenían unos desequilibrios en el Sacro Imperio que basculaban de un lado al otro. En esos turbulentos mares, trufados de constantes acuerdos, a los que Napoleón no se ataba y en la recién creada Federación del Rin, hubo de navegar Montgelas, pilotando la difícil nave del principado bávaro, cuyo titular, el duque Max IV, convertido en rey en 1806, era más dado a frivolidades que a la gobernación.

Fue así, según nos relata finamente el profesor Sosa Wagner como el entonces ministro de varias carteras, hubo de asumir la dirección de aquel Estado para afrontar las reformas modernizadoras, mientras hacía equilibrios en la cuerda floja de la difícil política exterior con los conflictos cruzados entre Francia, Prusia, Gran Bretaña, Rusia y Austria, pero acordando (1805) con el árbitro, Napoleón, en pos de la salvaguarda de la soberanía bávara. De esta forma, pudo aplicar entre «las brumas de la tradición» muchas de las reformas liberales y revolucionarias. Defendía que el poder de su soberano venía de la nación y actuó contra las propiedades y derechos del clero para dotar de suficiente territorio al Estado. Con la aprobación de la constitución de 1808, consiguió una administración centralizada, un legislativo sin carácter estamental, la independencia del poder judicial y la igualdad ante la ley.

La caída de Napoleón y su creada Federación del Rin dio lugar a la Confederación Germánica, liderada por Austria. Pocos años después, en vísperas de la Constitución bávara de 1818, la estrella del ministro empieza a apagarse coincidiendo con su deteriorada salud. Bien es verdad que, a pesar de no participar Montgelas en la elaboración del nuevo marco jurídico, su legado se perpetuó.

Sosa Wagner cierra con una revisión del Derecho Público del periodo, destacando a una notable pléyade de autores. Además de todo el saber que condensa, este libro está narrado con maestría, lo que lo aproxima a la buena literatura, pero en este caso fundamentada en hechos históricos sometidos al rigor. También se parece a esas obras del barroco porque, dentro de lo narrado, se encuentran otras historias. Desde luego, la del Sacro Imperio Romano, pero también, más concentrada en el tiempo, la de Baviera, la historia apuntada de Montgelas, las guerras napoleónicas y, en general, la política exterior de Europa en ese periodo.