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Amarna Miller: “Si voy sola, evito ponerme minifalda”

Acaba de publicar “Vírgenes, esposas, amantes y putas”, un libro en el que trata de explicar qué significa ser mujer en la sociedad actual
Ruben MóndeloLa Razón

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Hace tiempo que Amarna Miller “encauzó” su vida. Dejó el porno y, simplemente, se dedicó a otros menesteres. Como el que deja una empresa para saltar a otro sector, pues igual. No le den más vueltas a que esta madrileña del 90 cambiase de trabajo. Algo tan sencillo que, escribe en “Vírgenes, esposas, amantes y putas” (Martínez Roca), el pueblo de a pie no entendió: “Intentan convencerte de que tu propio ser se ha devaluado”. Pero no. La Miller tiene cuerda para rato, sobre todo, para luchar por lo suyo, por la igualdad y por desmontar los estereotipos sobre qué es ser mujer.
–Escribe que terminó el libro “revuelta”, ¿ya se ha repuesto?
–Ha sido una somatización. Me he quitado un peso de encima. El activismo feminista lo llevo a cuestas desde hace años, pero nunca me había parado a compilar mis experiencias. Hablo de cosas muy íntimas: maltrato, violencia... Y es un ejercicio de vulnerabilidad. Casi como si hubiera dado a luz, pero ya está fuera.
–¿Se habla poco de sexo?
–No creo. Otra cosa es que tengamos prejuicios.
–¿No es un tabú?
–El sexo vende, aunque hay que naturalizarlo. Hay que hacer que no todo lo que tenga que ver con el sexo sea noticia.
–¿Los hombres hemos querido que seáis “Vírgenes, esposas, amantes y putas”?
–Más bien la sociedad. La identidad de las mujeres ha sido construida por estándares ajenos. Y hemos sido las vírgenes prudentes, las esposas complacientes, las amantes pasionales... Y no está mal ser todo eso, pero siempre que lo elija una misma. Se pueden construir muchas más identidades.
–¿Es un libro más necesario para hombres o para mujeres?
–Está orientado a las mujeres, pero los hombres pueden hacer una lectura muy positiva para entender el mundo de hoy, su propia identidad y el feminismo, donde ha habido una exclusión de los hombres.
–¿Por qué ese rechazo?
–Hay mucho miedo a que los hombres acaparen los movimientos culturales y de liberación. Sería absurdo que hubiera hombres en las primeras filas, aunque también es importante no estén lejos de la delantera. Es necesario que los hombres hablen de feminismo. No hemos hecho un feminismo deseable para ellos. Es una labor que tenemos que corregir.
–Dice que no se fía de los periodistas...
–A veces... En las entrevistas se crea una extraña sensación de intimidad. Se preguntan cosas muy profundas. Da la sensación de que se interesan por ti. Y te abres sin ser consciente de que están, o estáis, haciendo su trabajo. Digamos que mi experiencia es regulera. Echo de menos un poco más de empatía.
–¿Qué prejuicio le molesta más?
–Que se intente polarizar mi discurso. Estoy muy cómoda dentro de los grises y eso no vende igual que una opinión extrema. En más de una ocasión me he visto presentada de una forma más totalitaria de la que soy.
–Se le abrió un nuevo mundo en los tiempos de la “Súper Pop”, cuando se dio cuenta de que tener dos X en sus cromosomas le iba a “condicionar”. ¿Es más difícil o más fácil la adolescencia de ahora?
–Los problemas evolucionan. Si antes yo me preocupaban de que no me pusieran una etiqueta en clase, ahora los intereses son tener más comentarios en TikTok que sus compañeros.
–¿Son las redes sociales un problema?
–Simplemente es una herramienta que puede ser tan sana como tóxica. Puede dar altavoz a personas y minorías que hasta ahora no tenían cabida en el discurso hegemónico, pero también generan un grave problema de adicción. Gran parte de la población se acuesta y se levanta con el móvil.
–¿Es usted de esas?
–Intento no hacerlo. Pero, a veces, me pillo en comportamientos que no me molan. Intento no mirar el móvil cuando estoy con gente o nada más levantarme.
–¿Y eso es posible?
–Si te pones una app que te bloquea todo, salvo las llamadas y el reloj, sí. Yo me levanto a las 8 y hasta las 9:30 no me deja entrar en las redes. Hay veces que es frustrante.
–¿Por qué escribe que no quiere convencer a nadie de ser feminista?
–No es mi tarea.
–¿Y de quién es?
–Es una tarea propia. No se puede convencer a nadie de que cambie sus valores. Se pueden plantar semillas para hacer que el suelo sea fértil, pero intentar modificar la ética a alguien es trabajar en vano. Aunque suene como una señora, he visto un cambio muy grande desde hace seis años. El feminismo ha vuelto. De pequeña yo no sabía qué era, si me preguntaban yo contestaba que no era feminista. Ahora, por ejemplo, las niñas conocen a Simone de Beauvoir. Las redes han formado un lugar en el que las mujeres han creado información. Y así han surgido movimientos como el #metoo, cuando antes solo había miedo y silencio.
–¿Cuándo fue la última vez que pagó ese “impuesto por tener que usar el espacio público”: el acoso, como lo describe en el libro?
–Hace unas horas. Mientras me hacían las fotos para esta entrevista un grupo de seis hombres no paraban de hacer comentarios sobre mi minifalda y sobre si el fotógrafo necesitaba un asistente... Vamos, el día a día.
–¿En eso no mejora la sociedad?
–En el acoso callejero no he notado la diferencia y a mí cada vez me da más pereza enfrentarme a esos comentarios, así que evito ponerme minifalda si voy a ir sola.
–Me choca que tire la toalla.
–Solo son batallas. No sé si es recular, pero tiene que ver con estar dispuesta en un momento concreto. Con la depilación sí libro una batalla constante. Parece que ir en metro y levantar el brazo [con la axila sin depilar] para agarrarte a la barandilla es un acto político. Al principio no me sentía cómoda por enfrentarme a las miradas. Construir la identidad femenina es complejo y cada una debe librar las batallas en las que esté cómoda.
–¿Acepta los piropos?
–Sí, pero hay que andar con mucho cuidado porque también las chicas estamos a la que salta... y con razón. Hay una sensación de cansancio tan grande... Solo hay que ser respetuoso y saber leer los mensajes que te mandan las otras personas. No saltarte los límites.
–En el libro dice que está cansada de hablar de la industria del sexo, a la que perteneció, y, aun así, decidió meterlo entre las páginas.
–Al hablar en primera persona de cosas que me parecen importantes de la mujer, me parecía hipócrita hablar de la sexualidad y omitir mi pasado.
–¿Somos una sociedad mojigata?
–Yo veo avances: que el Satisfayer fuera el aparato electrónico más vendido del Black Friday de 2019 fue espectacular. Para el placer femenino es un gran logro. Yo encuentro una perspectiva muy positiva. Pero todavía quedan muchos estereotipos que romper.
–¿Cuál es el siguiente estigma con el que hay que acabar?
–Las mujeres hacemos mucho ruido y hace falta que los hombres también lo hagan. Que hablen de lo que el patriarcado les ha robado: las nuevas masculinidades, la paternidad, el verdadero hombre deseable... Hay miedo a decir cosas que incomoden.
–¿Hay algo en la historia que se haya librado del machismo?
–Me gusta más hablar de patriarcado, que el machismo es una construcción moderna. Pero no, el patriarcado lo ha cubierto todo. Nada se ha librado de él.
–Pensando en los adolescentes, ¿hay que limitar el acceso al porno?
–Hay que dar más educación sexual. Ahí está la batalla. El problema es saber distinguir la realidad de la ficción. En una película de acción sabes que si saltan de un edificio tiene truco. Y, por otro lado, es una industria bastante machista que tiene que reinventarse.
–¿Qué opinión tiene de OnlyFans?
–Parece el gran tema de este año. Me parece bien que exista. Es una plataforma como otras que tiene la parte buena de que no hay intermediarios. Darle el control a la persona siempre es positivo.
–¿Prostitución sí o no?
–Yo estoy a favor de descriminalizarla. La prostitución no es un problema, sino un trabajo que necesita de unas condiciones.