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Aaron Kosminski, el nuevo rostro del asesino de las mil caras

Portada del libro de Russell Edwards.
Portada del libro de Russell Edwards.larazon

Un peluquero polaco, señalado junto a otros por Scotland Yard, sería el verdadero criminal. Lo defiende un escritor británico para quien las pruebas de ADN dan por zanjada la búsqueda.

Robert Louis Stevenson, padre de un buen puñado de cuentos góticos contemporáneos a los crímenes de Jack el Destripador, veía Londres como una Babel moderna en la que las posibilidades eran infinitas en virtud de la variedad apabullante de gentes, lenguas, colores, oficios y caracteres... En una época tecnificada y amante del progreso, toda superstición, toda aberración tenía sus morbosos acólitos y en las mismas calles racionales y pulcramente alumbradas en las que paseaban los buenos burgueses triunfaban, al anochecer, el mesmerismo, la frenología, la teosofía y la experimentación opiácea. Londres era sencillamente aquella niebla que los envolvía a todos en una insoportable vecindad entre el bien y el mal, el orden y el caos. Y de aquella niebla surgió e hizo carrera Jack el Destripador.

Jack no es, de larguísimo, el asesino más prólifico de la historia. «Apenas» cinco víctimas frente al casi medio millar de Harold Shipman, el «Doctor Muerte». Su fama viene dada por dos motivos esenciales: la atrocidad de sus crímenes y, más fundamentalmente, su anonimato. Gracias a ello, Jack no es ya un asesino en serie, sino una leyenda y hasta un acervo. Y lo propio de las leyendas es retroalimentar la historia, plagiarla, reescribirla, matizarla, enriquecerla y bifurcarla hasta lo insospechado, hasta donde cualquier posibilidad cuente con su derecho a reivindicarse.

A lo largo de 126 años de especulaciones han surgido «Jacks» tan peregrinos como el duque de Clarence o John Merrick, el «Hombre Elefante» que fascinó a la sociedad victoriana y humanizó David Lynch para la gran pantalla. Hasta un centenar de diversas teorías han aparecido desde que en 1888, entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre, fuesen halladas muertas una serie de prostitutas en el barrio de Whitechapel. Jack ha sido mujer, uruguayo, masón y hasta una sociedad organizada para tapar el libertinaje del duque de Clarence.

Pero sólo siete personajes cuentan con el «honor» de ser los candidatos oficiales a dar vida al criminal más perseguido a lo largo de la historia (los siete señalados en su día por Scotland Yard). Y entre ellos, sólo uno es «definitiva, categórica y absolutamente» el verdadero psicópata. Así, tajante, lo defiende Russell Edwards, un empresario metido a escritor-investigador, para quien no cabe ningún género de duda de que Aaron Kosminski, un peluquero polaco, es el autor de aquellos terroríficos asesinatos con descuartización y desmembramiento. Lo pone negro sobre blanco en su libro «Naming Jack de Ripper» y ha contado con el apoyo entusiasta del «Daily Mail», que ayer abría su edición con un despliegue sensacionalista muy en sintonía con los rotativos de la época victoriana, aquellos que aceleraron y alimentaron el mito de Jack y lo fijaron en el imaginario colectivo de una ciudad aterrada.

Edwards defiende su investigación en base a pruebas de ADN realizadas a partir de un chal con restos de sangre y semen del presunto Jack y Catherine Eddowes, la segunda víctima contabilizada, cotejados con los de los descendientes de la prostituta y del peluquero polaco. «Esto es definitivo: lo hemos desenmascarado», asegura el valedor de esta teoría. «Sólo los incrédulos que quieren perpetuar el mito dudarán», zanja. Edwards se confiesa un apasionado del asunto y un «detective de butaca». Tras 15 años investigando sobre Jack por su cuenta, adquirió la prenda que llevaba Catherine Eddowes el día de su muerte en una subasta y la mandó investigar al profesor de biología molecular Jari Louhelainen. Sus pesquisas, señala, ponen cara definitiva al destripador.

Pero, ¿quién era Aaron Kosminski? Fue uno de los siete señalados por la Policía en un expediente que se dio por clausurado definitivamente en 1892. Nacido en 1865 en Klodawa, hoy Polonia, a la sazón parte del imperio ruso, emigró a Londres en 1882 tras un serie de pogromos en su zona natal. Se instaló como peluquero en Whitechapel y un testigo, que luego se retractó, dijo haberlo visto en la escena del crimen. Las sospechas nunca fueron corroboradas pero las investigaciones psiquiátricas dibujan el retrato de una personalidad enferma, con un odio visceral por las mujeres. En 1889 fue internado en un psiquiátrico y el doctor encargado de sus cuidados escribió lo que sigue: «Declaró que es dirigido y que sus movimientos son controlados por un instinto que informa su mente; dijo que conoce las actividades de toda la humanidad, y rechazó casi todos los alimentos porque su instinto le decía que no lo haga (...). Es incoherente, de vez en cuando excitado y violento. Hace unos días se subió una silla, e intentó golpear al asistente». Según este retrato, Kosminski podría haber sido perfectamente un criminal patológico. La cuestión es si fue, «categóricamente» como defiende Edwards, el famoso Jack. ¿Caso cerrado?

El chal de la discordia

Russel Edwards (en la imagen) adquirió el chal con el que apareció muerta Catherine Eddowes (y que fue supuestamente recogido de la escena del crimen por el sargento Amos Simpson y su esposa refutó usar por estar manchado de sangre) en una subasta en 2007. Lo mandó analizar a una laboratorio. El chal contiene restos de sangre y semen que han sido cotejados con descendientes de la prostituta y del sospechoso. Los expertos dudan de la prenda utilizada.