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Adiós alejada de todo y de todos

larazon

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A Lina Morgan se le ha ido yendo la vida poco a poco, en silencio, alejada de todo y de casi todos. Falleció ayer jueves, de madrugada, a los 78 años, de muerte natural, y la noticia se conoció gracias a un comunicado de la Academia de Cine. Nadie sabía que se encontraba tan mal, aunque suponíamos que su situación era lo suficientemente complicada como para no querer recibir a nadie en su casa. Ni sus amigos más íntimos tuvieron acceso a la enferma, tan sólo unos pocos fieles (Paloma Gómez Borrero o el Padre Ángel) pudieron hablar con ella por teléfono.
A su lado, siempre, su incondicional Daniel Pontes, antaño chófer y ahora hombre de total confianza, confidente y amigo, es hoy un hombre destrozado. Desde que Lina cayó enferma ha sido también su filtro con todo el mundo, la artista «hablaba en su boca» con todos aquellos que se interesaban por su salud.

- Herencia cuantiosa

A las cuatro y media de la tarde de ayer, el Teatro de La Latina, posesión más preciada de Lina durante décadas, se convirtió en capilla ardiente hasta las doce de la noche. Fue entonces cuando todos los que la querían pudieron darle el últimos adiós. Lina seguía manteniendo en el local su despacho de siempre, a pesar de que vendió el edificio hace años. Antes de caer enferma acudía a todos los estrenos en el teatro al que dedicó sus mejores momentos como artista. Dicen que consiguió con aquella operación unos siete millones de euros. Su herencia es cuantiosa, a las jugosas cuentas bancarias se unen las joyas, los abrigos de visón y varios inmuebles. Y aunque tiene familia, sobrinas con las que no tenía el menor contacto, todo quedará, según dicen, para sus fieles Dani y Abelardo, para la Asociación Mensajeros de la Paz, de su gran amigo, el Padre Ángel, y para una comunidad de religiosas cercana a su casa del barrio madrileño del Retiro.
El día 18 de noviembre del 2013 tuvo que ser ingresada en la UCI del Hospital Beata María Ana de Madrid a causa de una fuerte neumonía que, según fuentes hospitalarias, causó «una insuficiencia en los órganos». Fue la propia Lina la que dispuso antes de entrar en el centro sanitario que no la visitara nadie a excepción de su hombre de confianza y amigo, Daniel Pontes, y su chófer, Abelardo González. Y nadie más.
Por aquel entonces, Pontes declaraba a LA RAZÓN que «¿a quién le puede sentar mal que yo no permita las visitas? ¿Es que no conocen a Lina Morgan? Pero si nadie se enteró de cuando murieron sus hermanos, es una mujer superdiscreta. ¿Qué mal estoy haciendo? Estoy respetando el deseo de mi jefa. Y cuando le pregunto si quiere recibir visitas, me sigue negando con la cabeza. Ni quiere ver a nadie, ni que la vean en su estado. Y cuando ella pueda hablar va a poner las cosas claras, porque yo le cuento todo lo que se comenta de ella, lo bueno y lo malo, y pongo nombre a las personas...».
Pontes trabaja con la familia de Lina desde hace más de cuatro décadas. Al principio, estaba a las órdenes de José Luis, el hermano de la Morgan, pero tras la muerte de éste, en 1995, pasó a depender de la artista.
Lina estuvo ingresada nueve meses en la UCI del citado hospital, hasta que a finales de agosto del 2014 fue trasladada a planta. Desde allí, a una residencia geriátrica, aunque ha fallecido en su domicilio porque los médicos que la trataban vieron oportuno que siguiera la recuperación en casa. La atendían a diario dos enfermeras, y un médico acudía de inmediato si se le necesitaba. Cuentan que ha sido una enferma ejemplar, que cumplía al dedillo las órdenes de unos galenos que nunca recibieron un no por respuesta.

- Hermetismo

a que se exageraran las informaciones sobre su estado de salud, y sabemos que tenía en mente hablar con algunos de los que propagaron falsos rumores cuando se sintiera con fuerzas suficientes como para reaparecer en público. Pero su hermetismo, y el secretismo con que se ha mantenido su enfermedad, auspiciaban esos bulos.

En los últimos tiempos, Lina se quejaba de que empezaba a sentirse peor, por eso siguió prohibiendo las visitas de amigos que ansiaban verla. Pero era una mujer que estaba al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor, que veía la televisión y leía periódicos y revistas. No le ocultaron nada, porque ella no lo permitió.
Moncho Ferrer es amigo de Lina desde hace más de treinta años, y nada más enterarse de la noticia de su muerte, abandonó Valencia, donde disfrutaba de unas vacaciones, para dirigirse en tren a Madrid: «Estoy consternado, hundido. Lina era una persona muy especial para mí, una gran amiga. Me he sentido muy mal al enterarme de su muerte, no me la esperaba». Quiso parecerse a su artista de referencia, a Charlot, y consiguió ser la doble en femenino de Charles Chaplin, le imitaba en gestos y maneras y tenía guardadas todas sus películas.
La última vez que hablamos con ella, meses antes de ser ingresada, nos dijo que no le ofrecían guiones que le empujaran a regresar a los escenarios, pero que no desechaba la idea de hacerlo. Se sentía deprimida por la muerte de su hermana Julia y apenas salía de casa. Aquella conversación telefónica supuso, a la postre, el adiós adelantado de la artista con nuestro periódico. Porque nadie acertaba a pensar que el destino le tenía preparada una vida en la que los hospitales y el silencio ocuparían un lugar privilegiado y maldito.