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Albéniz, un Quijote con cuerpo de Sancho Panza

Alfonso Alzamora, bisnieto del compositor, ha escrito una «no biografía» del padre de «Suite Iberia», un libro que subraya su personalidad única a través de sus diarios y documentos del archivo familiar
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Alfonso Alzamora, bisnieto del compositor, ha escrito una «no biografía» del padre de «Suite Iberia», un libro que subraya su personalidad única a través de sus diarios y documentos del archivo familiar.
Cuando a Alfonso Alzamora, que es un hombre absolutamente cordial, se colocó delante del folio en blanco o frente a la pantalla de ordenador, que al cabo es como una hoja pero sin serlo, tenía una cosa clara: que lo último que deseaba escribir sobre su bisabuelo, Isaac Albéniz, era una biografía. Su padre, el nieto del compositor, le animó tiempo a atrás a hacerlo porque echaba en falta un texto que se detuviera en el lado más humano del músico, que a él se le antojaba tan fascinante como para destacarlo. Y así es: cómo no sentirse literalmente enamorado de un hombre que, además de ser uno de los grandes de la cultura española (restringirlo a la música sería cicatero), fue capaz de inventarse episodios de su biografía que forman parte del ideario popular como que se embarcó a los 10 años rumbo a Estados Unidos para ganarse allí la vida, o que conoció a Liszt. Bien distintas son la realidad y el deseo. «Yo no sabría escribir una biografía porque no soy ni biógrafo ni académico. Soy un impostor», explica con cierta ironía su bisnieto que deja patente desde el principio de la conversación que él no ha hecho nada para pasar a la historia y que ni ha ejercido ni hará valer su parentesco con el músico. Queda claro.
¿Qué es, entonces, «Suite Albéniz»? Julio Samsó, arabista e historiador de fuste, define el libro como una colección de pequeños ensayos. «He tratado de decir verdades con palabras sencillas. Voy a la línea clara». Y no le falta razón, pues los capítulos van de lo corto a lo muy corto. Usted puede empezar a leerlo por el primero o empezar por la mitad o arrancar desde el final. En cada uno, en todos, hay una nota que hace que sea especial, un comentario, una fotografía. «En parte he saldado una deuda con mi padre. ¿Por qué no lo escribes?», me preguntó un día porque las biografías que hay son tan académicas, tan técnicas. Y le contesté con un ''por supuesto que no’'', que es lo que hay que contestarle siempre a los padres», desvela.
Cuando Alzamora acerca la lupa al bisabuelo, la pluma y la palabra se hacen más próximas: «Era un tipo absolutamente extraordinario, osado, valiente, temerario, lleno de talento, inteligente, sensible, muy amigo de sus amigos. Un Quijote con cuerpo de Sancho Panza». Fue extremadamente generoso, capaz de ayudar con lo percibido en un concierto a quien no había tenido esa noche la misma suerte que él; capaz, también, de comprar obras de intérpretes a los que no sonreía la suerte para que tuvieran la ilusión de haber vendido: «Mis obligaciones con el prójimo las considero más sagradas que las mías propias y esto ha sido la norma de toda mi vida», escribe en mayo de 1897. El buen amigo de Albéniz, Déodat de Séverac, decía de él: «Uno no podía acercarse a él sin adorarle, porque era la generosidad, la lealtad y la amistad misma (...) ¡Tenía tal cantidad de amor en él que su misma música es la más efusiva, la más cordial e ilusionada que existe!».
Vida de película
«Fascinante es la palabra que mejor le cuadra. No sabemos el talento y la valía que tenemos al lado, a nuestro lado», dice con autoridad Alzamora para añadir durante la conversación que «conviene reivindicar nuestro patrimonio, que es brutal. Conocemos mejor a Mozart que a Granados. Del primero se hizo una película que todo el mundo conoce, en cambio de Albéniz hay alguna hagiográfica y con poco guión, que incide más en la leyenda que en la realidad», un aviso para que algún director recoja el guante. Material, con la vida de nuestro protagonista, no les iba a faltar. Todo lo contrario: el problema llegaría a la hora de condensarlo. Se trata de la cinta argentina «Albéniz: una vida inmortal», dirigida por Luis César Amadori en 1947, y «Serenata española», de Juan de Orduña y del mismo año, protagonizada por Antonio Vico, Juanita Reina, Luis Peña y un niño llamado Carlos Larrañaga que daba vida al músico en sus primeros años y en la que se registraba el hipotético encuentro más brumoso que real, entre Frank Liszt y el compositor de Camprodón.
«Un miserable sustento»
Y junto a las virtudes que le adornaban, «también tenía súbitos ataques de irascibilidad, la mayoría producidos por sus dolencias físicas –la minoría se la dedicaba a la mediocridad política y cultural– y era propenso a la melancolía, que lo llevaba a profundas meditaciones, como esta del día de su cumpleaños en 1897», que transcribe su bisnieto: «Hoy cumplo treinta y siete años...y llevo veintisiete de una lucha tenaz y constante por la vida. Si tuviera facilidad literaria tendría especial gusto en escribir mis memorias, o por mejor decir, en contra a mi hijo, que tantas facilidades tiene para su educación y en consecuencia para llegar algún día a crearse una posición, el cúmulo de trabajos y penalidades que he tenido que llevar a cabo para ganarme un miserable sustento. Ha sido la mía una lucha homérica contra todo lo que podía acercarme a la pobreza... con todo su cortejo de bajas y asquerosas vulgaridades (...)». En sus escritos, por ejemplo, antes y después del estreno de «Pepita Jiménez», que supone un exitazo en Praga, se duele de no tener cerca a su esposa, la echa de menos pero sin ser almibarado, la necesita cerca. De ella dice que «rara vez en el arte y en la vida deja de tener razón».
Califica su bisnieto este libro de «vivo, pues he ido escribiendo según me han ido pasando cosas. Quién sabe si añadiría, de tener una segunda edición, cosas que en este no puesto», como el subtítulo que se quedó fuera y que tarde o temprano entrará, vaya que si entrará: «El día que Rosa Torres-Pardo y yo ejercimos de bisnietos de Isaac Albéniz». Así de rotundo. A ella la considera la «madrina» de este proyecto, impulsora desde el primer momento, una mujer que respira Albéniz por cada poro. «Todos somos bisnietos de Albéniz, no tiene que ver necesariamente con la consanguinidad», asegura. Y a buen seguro que ella, que tantas veces ha hecho suya la «Iberia» asiente y se ríe. Las imágenes rescatadas en esta no biografía tiene también su historia: las fotografías en casa, en el jardín en una reunión familiar, el músico con la Torre Eiffel a la espalda en la ciudad que fue su segunda casa o esa que le gusta especialmente al bisnieto, un retrato de la familia Money-Coutts, «con el indescriptible sombrero de Nellie, que merece un comentario», tomada en 1902 en Tiana. Pero, ¿quiénes eran los Money-Coutts? ¿Qué significaron en la vida del artista? Todo. Francis, el esposo de Nellie, fue el mecenas y el amigo, el hombre cercano al maestro. Ella, según se recoge en un testimonio escrito en «Suite Albéniz» no mostró el menor apego hacia la familia y se mostraba absolutamente contraria a la asignación que Coutts pasaba a la viuda del compositor y que «moralmente se había comprometido a seguir pagando» a pesar de contar con la oposición frontal de Nellie. Alzamora le da su justa importancia: «‘’Iberia’’ no existiría sin el concurso de él. Su mecenazgo fue fundamental. En la familia se hablaba de que el ‘’Pacto de Fausto’’ perjudicó a sus intereses porque coartaba su creatividad. Su relación personal fue extrordinaria hasta el final de sus días y más allá, pues mantuvo la asignación a su viuda, la que acordaron por tener la exclusividad de sus libretos, tras la muerte de Albéniz».

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