Almodóvar: ««No siento ni un ápice de culpa»
Almodóvar presenta en el Festival de Cannes «Julieta», una «historia sobre la culpa», y contesta a los periodistas sobre su vinculación con los «papeles de Panamá».
Almodóvar presenta en el Festival de Cannes «Julieta», una «historia sobre la culpa», y contesta a los periodistas sobre su vinculación con los «papeles de Panamá».
Érase una vez un melodrama titulado «Los papeles de Panamá». «Si esto fuera una película, nosotros seríamos meros figurantes, pero la Prensa española ha decidido convertirnos en protagonistas». Así de contundente fue Pedro Almodóvar cuando un periodista (¡extranjero!) le preguntó por su implicación en el «Wikileaks» del momento, después de que el moderador de la rueda de prensa, José María Riba, avisara a los presentes de que el cineasta manchego estaba presente en Cannes para hablar de «Julieta», que tuvo una calurosa acogida en su primer pase. Algunos periodistas abuchearon tímidamente al periodista que había cometido el sacrilegio de salirse del guión, de lo que se deriva una lectura diáfana: que en España seguimos sacando las uñas cuando oímos su nombre y que, fuera de nuestras fronteras, es una vaca sagrada.
Una hora y media más tarde, sentado con la Prensa española, Almodóvar se explaya: «Mi película habla sobre la culpabilidad. Soy una persona muy moral. Pues bien, no siento ni un ápice de culpa respecto a la sociedad en la que vivo, ni con la participación de mi riqueza en favor de las clases más necesitadas. Sólo podemos hablar del aspecto moral de esa noticia, porque no hay nada más de lo que acusarme». La noticia, hagamos memoria, saltó la semana del estreno en España de «Julieta», a principios de abril, y le situaba como apoderado, junto a su hermano Agustín, de una sociedad registrada en las Islas Vírgenes británicas desde 1991 a 1994.
w un trato «inmerecido»
Si hay algo de lo que se queja Almodóvar es del revuelo mediático que le ha convertido en imagen efímera de una corrupción que él mismo se ha ocupado de criticar por activa y por pasiva: «Me obligaron a protagonizar un ‘‘reality’’ en el que yo me negué a participar». Como buen director de cine, le gusta controlar. Su imagen pública, lo que dicen, lo que escriben de él. Y por muy verbal que se haya mostrado en múltiples ocasiones, hay algo bastante privado en su manera de dosificar información sobre sí mismo. No es de extrañar que la idea de una autobiografía, o, peor aún, de una biografía o un «biopic» sobre su vida, le provoque ardor de estómago. No duda en recordarnos que hay aspectos de su vida de los que no ha revelado nada en absoluto y no le gustaría que se hablara de gente con la que ha compartido experiencias importantes y que se sintieran heridas u ofendidas. Vale, sí, pero si alguien escribiera esa biografía imposible, ¿qué papel ocuparían los «papeles de Panamá» en ella? ¿Una mancha en un expediente ideológico impoluto, una mosca cojonera que ronronea detrás de la oreja demasiado tiempo? «En el relato de mi vida, creo que ni siquiera lo mencionaría. No ha significado nada excepto en los momentos en los que mi cara protagonizaba los telediarios», explica. «Vi la televisión muy poco durante la semana que saltó la noticia. Por el hecho de ser director de cine o de ser una cara conocida, creo que se me ha dado un tratamiento que no merecía. No hay ninguna causa contra nosotros, yo no sabía nada del tema y lo he dicho públicamente, pero, en cualquier caso, si tengo alguna responsabilidad de cualquier tipo, la asumo. Es lo único que podíamos decir tanto yo como mi hermano Agustín. Pero supo a poco».
w periodismo y taquilla
Y entonces aparecen los medios, con el tridente en la mano y moviendo la cola ante la exclusiva: «Creo que es importante hacer un debate sobre cómo se ha llevado este asunto. Yo aplaudo la filtración, no apruebo los paraísos fiscales, pero estoy totalmente en desacuerdo con la mercantilización de la información. Y creo que es un debate que deberíais abrir vosotros, los periodistas, porque cuando hablo de mercantilización, me refiero a las empresas de comunicación, algo de lo que todos somos víctimas». Y apostilla: «Si tengo que vivir toda la vida sin que se haya entendido mi participación en este asunto, viviré con ello».
El caso es que la taquilla de «Julieta» se resintió de la polémica mediática, hasta el punto de que ha registrado los peores resultados de sus títulos más recientes. «Es obvio que la noticia ha influido en su carrera comercial, aunque no sé cuantificarlo. Apareció la misma semana del estreno y frustró la recta final de la promoción. Lo que tengo claro es que ésta es la película que yo quería hacer». Una película áspera, seca y austera, que carece del sentido del humor que ha caracterizado su marca como autor. «Estoy haciendo un drama y el público español no quiere verlos, está abandonando las salas», concluye.
Es la quinta vez que concursa en Cannes –la sexta si contamos «La mala educación», que inauguró el festival en 2004–, tiene el premio al mejor director por «Todo sobre mi madre», el de mejor guion por «Volver», pero la Palma de Oro se le resiste. No es el único: en competición también figura Jim Jarmusch, que lleva luchando por el galardón desde los tiempos de «Mystery Train» y ahí sigue, en la brecha. ¿Tendrá George Miller, presidente del jurado, respuesta a sus plegarias? «Voy a poner cara de que no he oído esa pregunta», bromea. «En caso de que escribiera mi autobiografía, se titularía “Mis preguntas habituales”». Y ahora se pone serio: «Prefiero estar a concurso, porque mediáticamente estás igualmente expuesto si no compites. Y para vosotros es mucho mejor. Si no me dan ningún premio, ya tenéis titular».
Hace cinco años, cuando Almodóvar estaba en Cannes presentando «La piel que habito», el 15-M ocupaba la Puerta del Sol. «Me alegré tanto de que ocurriera...», recuerda. «Nada más llegar a España me acerqué en un momento en el que no hubiera mucha gente, era un movimiento ciudadano al que no le favorecía que hubiera caras conocidas, era lo opuesto a los ‘‘papeles de Panamá’’. Fue un fenómeno que despertó muchas cosas positivas en la izquierda española. Frente a una especie de letargo, la calle estaba reaccionando. Y la calle tenía razón: no nos representaban».
Ese movimiento ciudadano tiene representación política, encabeza listas municipales, pacta para ganar las elecciones. El tiempo lo transforma todo. ¿Cómo ha transformado a Almodóvar? En «Julieta» ha encontrado «la experiencia placentera del cambio». «Con la edad, soy más consciente del paso del tiempo. Pienso en que tal vez sea la última vez que estoy en Cannes, o que es la última vez que ruedo una película, o que contesto a vuestras preguntas». ¿Quiere dejar un legado? «La verdad es que nunca vuelvo a ver mis películas, excepto cuando me las encuentro en televisión. Y sí, me gustaría que, cuando ya no esté aquí, siguieran siendo accesibles al público. Hay gente muy rara que estudia lo que han hecho algunas personas», explica irónico, «y para ello está Lola (García, de El Deseo), que conserva todos los papeles que pasan por mis manos. Incluso guarda bajo llave una copia de mis películas en súper 8, que no quiero que se vean bajo ningún concepto». Sus últimas voluntades: que alguien pierda esa llave y que el pasado quede enterrado para siempre. O para la posteridad.