Conciertos

Alucinante Roger Waters

Alucinante Roger Waters
Alucinante Roger Waterslarazon

El lider de Pink Floyd hace volar al público de Madrid con un espectáculo apabullante

Armado con la mayor pantalla de alta definición que haya soñado ninguna gira en la historia (bueno, o al menos, la más grande vista nunca en el Palacio de los deportes de Madrid), Roger Waters, bajista y compositor de Pink Floyd, fulminó a la audiencia madrileña. Con una escenografía sensacional (más abajo, ampliación) digna de un buen cuelgue de LSD, los temas de la banda británica sonaron como en la catedral que deberían. El concierto fue una animalada, con un truco de magia tras otro.

Aunque David Gilmour hace la guerra por su cuenta, para esta gira Waters ha asumido el papel de evangelista de la palabra de Pink Floyd, de la ciencia lisérgica, de la hondura humana cantada por replicantes. Los temas de la banda británica son la poesía de la alienación cuando “Rebelión en la granja” era un futuro distópico y no la estúpida realidad de 2018. De eso nos prevenían aquellas canciones, pero nunca las escuchamos completamente. Así que Waters anoche dio una lección de profecías autocumplidas y de canciones declamadas. “Os lo advertí”, parecía decir.

Con un repertorio basado en los grandes temas de Pink Floyd (el personal huyó masivamente al excusado con los temas de su trayectoria posterior), Waters se agigantó en “Wish You Were Here”, “Another Brick In The Wall”, “Dogs”, “Pigs (Three Different Ones)”, “Money” y “Us And Then”, que sonaron consecutivas y extasiantes. Extras con monos naranjas como llegados de Guantánamo se alinearon para la famosísima canción de “El Muro” y resultaron ser niños frenando a sus profesores simbólicamente, con una camiseta que decía “Resist”. En eso, seguramente el tema de Pink Floyd ha envejecido muy mal: los tiempos de la disciplina inglesa han dejado paso a los del bullying. Los abusones son los chicos, no los oprimidos. Sin embargo, el mensaje bien les valdría a sus padres, aplastados en su precariado de 9 a 5 de la tarde. Waters, en su primera comunicación con la audiencia, explicó que los muchachos eran de Madrid.

La banda dio un descanso de 20 minutos no sin antes demostrar lo que decíamos antes de las profecías autocumplidas: un mensaje animaba a resistir a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, que, según la advertencia, había comenzado con una web misógina que ponía notas a las chavalas de la facultad para terminar con un imperio. “Puedes ser un hermano en la lucha o el gran hermano. Pero no puedes ser ambos”, decía la pantalla gigante, que siguió proyectando proclamas.

Mención aparte fue el sentido tributo a Trump, al que calificaron de “cerdo”. Después, los lideres del mundo capitalista sonreían en “Money” y se armó el prisma de “The Dark Side Of The Moon” y algunas proclamas de boicot a la “ocupación israelí”. Waters improvisó un monólogo que le devolvió a Trump y su ignorancia, al planeta y a las armas nucleares. ”Mother” y “Comfortably Numb” cerraron el espectaculo con una inscripción en las pantallas por encima de todo: “Ni de puta coña”.

Una vez más, hay que reconocer que el gigante de las giras Live Nation arma espectáculos que valen lo que se paga por ellos. Cuesta escribir estas líneas de una multinacional, es decir, del mismo diablo, pero los últimos shows (si vieron a Arcade Fire lo saben) dan una medida de cómo despejar cualquier crítica. Técnica y escenograficamente, el show de Roger Waters fue perfecto y apabullante como un musical de Broadway, pero que dura una noche o dos en vez de varias semanas. Vayan a conciertos si no saben de qué les hablo, es mucho mejor que el fútbol y que pasar el día en Ikea. Y sale más barato. Pero es que describir lo de anoche como un concierto es quedarse bastante corto. Fue una ópera y una clase de historia. Y vimos un cerdo volar, junto al público, como un enorme dirigible. Lo juro.