Alvar Aalto, el arquitecto contra el frío
CaixaForum acoge en Madrid una exposición sobre el genio finlandés, que ideó una arquitectura que ayuda a vivir a la gente corriente a través de la luz y las líneas que, según decía, brotaban de su subconsciente. Fue también uno de los maestros del diseño moderno
Humanizó la construcción y el diseño y los despojó de líneas rectas y de la frialdad cartesiana.
Alvar Aalto (Kuortane, 1898-1976) no distinguía entre las bellas artes o las aplicadas: le interesaba de la misma manera proyectar una iglesia que una banqueta para viviendas de clase media. Aalto se implicaba de la misma forma para diseñar una residencia privada o un sanatorio para tuberculosos. Todo formaba parte del mismo proyecto de humanismo: una conexión entre el arte y la naturaleza que, sencillamente, ayudase a vivir.
Esta es la idea que plasma la exposición más ambiciosa de su obra, la que acoge el CaixaForum, primero fue en Barcelona, y ahora se despliega en Madrid con más de 350 piezas entre maquetas, muebles, fotografías, dibujos y lámparas que constituyen una forma de entender la sociedad moderna a través de los objetos, los volúmenes y la luz. «Para Aalto, construir un edificio constituía una obra de arte completa en la que él mismo debía encargarse de pensar hasta el más mínimo detalle», explica el comisario de la exposición, Jochen Eisenbrand, quien destaca la pasión del arquitecto por la cultura italiana y el Renacimiento, cuyos modelos tomó como punto de partida de un ideal de belleza, pero que trabajó para simplificarlo y racionalizarlo de manera que sirviera también para un propósito social. «Esto tiene una lectura a partir del tiempo que vivió Aalto. En 1917, Finlandia acaba de independizarse de Rusia y el país, en la frontera con Oriente, trata de reafirmarse como parte de la cultura occidental. Por esa razón también empiezan a construirse muchas iglesias y los concursos se vuelven algo habitual», explicaba Eisenbrand, conservador jefe del Vitra Design Museum.
La obra de Aalto se ha interpretado tradicionalmente como una simbiosis entre el paisaje finlandés y sus materiales –las limitadas horas de luz y la omnipresente madera–, pero la muestra plantea su reación con artistas como Moholy-Nagy, Calder y Miró, entre los españoles. «A pesar de su racionalismo, él pensaba en los edificios como un todo y por eso no dudaba en sacrificar algunas necesidades prácticas no primordiales si con ello lograba dar al conjunto un sentido como obra de arte», explica el comisario.
25 años sin historias
Esta visión de conjunto de sus proyectos, que ha sido descrita como la de un «director de orquesta», la llevó a cabo en múltiples edificios, como el Sanatorio de Paimio para tuberculosos (1928-1933), en el que se encargó de proyectar cada detalle en las habitaciones con el fin de atender a las necesidades de los pacientes: las estancias se orientan al sol, los lavabos amortiguan el sonido, las esquinas del mobiliario están redondeadas y hasta los colores de las paredes están elegidos por Aalto. «Hubo quienes calificaron estos proyectos de arquitectura psicológica, y este edificio le dio casi al momento fama mundial», señala Eisenbrand. Para hacer la experiencia más real, la muestra incorpora una de las habitaciones del sanatorio casi a tamaño real entre sus piezas.
La exposición, planteada en sentido cronológico, muestra también cómo las exposiciones universales y las ferias comerciales le ofrecen la oportunidad de interpretar la esencia de su país pero con la mentalidad de un artista, porque sus volúmenes adoptan una forma libre, caprichosa como si se tratara de una línea en un lienzo. «Para él, las raíces comunes de la arquitectura y el arte estaban unidas en el subconsciente», comenta el comisario, que pone como ejemplo que Aalto trató de convencer a Miró para que pintase un mural destinado al techo de uno de sus edificios, y ante la pasividad del catalán, el arquitecto dibujó un diseño a imitando sus maneras.
Sin embargo, algunos de los diseños por los que el finlandés ha pasado a la historia no son edificios, sino objetos más cotidianos, como sillas, jarrones, platos y lámparas destinados a las salas de estar de la clase media, no a museos ni exposiciones. La del CaixaForum recoge una nutrida selección de ellos, algunos icónicos, y que son prácticamente el alfabeto de los catálogos de Ikea. Sillas apilables, butacas de una sola pieza, formas limpias y maderas que se enroscan para dar forma a muebles icónicos que sugían de un principio estético: doblegar a los materiales de la naturaleza. «Eran su punto de partida. Aalto se ocupó de las maneras de curvar la madera, para hacer ángulos sin partirla ni ensamblarla», explica el comisario. Así, a través de la madera laminada, se podían producir en serie patas de mesas y sillas en forma de «L», una técnica que el arquitecto consideraba la «hermana pequeña de la columna» arquitectónica por su importancia en la fabricación de objetos sencillos y eficientes en serie. Llamó a este proceso el «principio de estandarización flexible», basado en la producción de forma económica. Sí, otra vez Ikea. De hecho, Aalto proyectó su propia compañía para la fabricación y distribución de sus diseños, Artek, concebida como una empresa de mobiliario internacional y, al mismo tiempo, galería.
La filosofía de producción en serie de diseños eficientes fue fundamental para la reconstrucción de la sociedad de su país tras la Segunda Guerra Mundial. «Cuando la guerra estallaba, Aalto había terminado un proyecto para el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, en ingles) y tenía la opción de quedarse a vivir en Estados Unidos gracias a la fama que había adquirido en todo el mundo como arquitecto. Sin embargo, decidió volver a ayudar con la reconstrucción de Finlandia, que había luchado primero contra la Unión Soviética y después contra los nazis», explicó el comisario. Algunas de las localidades del sur del país quedaron devastadas, y encargan a Aalto proyectos para reconstruirlas. En la muestra hay ejemplos de ello, como el de Rovaniemi, que no llegará a ejecutarse del todo, para el que el arquitecto optaba por un modelo más mediterráneo que nórdico. El centro se estructuraría en torno a una «piazza» y una iglesia, de la que surgirían avenidas en forma de «cornamenta de reno». Después se embarcó en proyectos de envergadura como el Palacio de Congresos y Conciertos, en Helsinki (1975), la construcción de viviendas sociales en Hansa (Berlín), la Casa de la Cultura de Helsinki, multitud de viviendas privadas, el Centro Cultural de Wolfsburgo y la Ópera de Essen, que se inauguró póstumamente.
En el final de su vida, Aalto hizo dos visitas decisivas para la arquitectura española en 1951. Pronunció dos conferencias en Madrid y Barcelona, y posteriormente visitó la Alhambra de Granada. Su repercusión fue tal que ese mismo año se fundó el Grupo R, y, al año siguiente, unas jornadas darían como conclusión la redación de «El manifiesto de la Alhambra», un estímulo para los arquitectos españoles en plena apertura internacional de posguerra.
Iluminación natural vs. artificial
Uno de los aspectos decisivos de la obra de Aalto está abordado de manera especial: la luz natural, decisiva por principio y también a la hora de compensar los volúmenes de sus proyectos, siempre guardaba una relación amistosa con la artificial. El finlandés solía utilizar la luz eléctrica pero tratando de asemejarse a la del sol, montando las lámparas en claraboyas de forma que pasasen inadvertidas para el observador. Aalto seguía las enseñanzas del diseñador Poul Henningsen que opinaba que la fuente de luz no debe ser visible directamente y las lámparas deben iluminar todo el espacio sin brillos, mediante reflejos. Por eso, en las múltiples lámparas de la factoría Aalto que se muestran, la bombilla nunca es visible, sino que siempre está tamizada por una pantalla. «La luz artificial es muy importante en Finlandia y en muchos casos, las lámparas eran específicamente creadas para un edificio en concreto. Sin embargo, esos modelos, a partir de los años 50, pasaron a reproducuirse en serie», explicó el comisario
- Dónde: Caixa Fórum. Pso. del Prado, 36. Madrid
- Cuándo: hasta el 10 de enero.
- Cuánto: 4 euros, gratuita para clientes la Caixa.