Amparo Soler Leal: muere la «chica Berlanga»
Hablaba tan claro en escena como fuera de ella. Pocas actrices pueden presumir de un curriculum así y de haber sido una de las favoritas de Berlanga. Cumplió los 80 en verano y había pedido que no se celebrara un funeral
En su 80 cumpleaños, el pasado agosto, pidió que en vez de regalos realizaran una aportación a la Sociedad Protectora de Animales. Para su despedida, solicitó que no enviaran flores ni se celebrara funeral. Habrá brindis en su casa de Barcelona, donde murió a los 80 años, por parte de sus amigos dentro de unos días. Amparo Soler Leal no solo ha sido una de las actrices con uno de los curriculum más envidiables de este país, sino que puede decirse que formó parte de la familia de la farándula con todas sus consecuencias: se casó con un director/ actor primero y un productor después, no tuvo hijos, habló alto y claro y siempre le quedaban ganas de tomar otro gin tonic. Soler Leal conservó sus dos apellidos porque eran un buen símbolo de su estirpe escénica: tanto Salvador Soler Marí como Milagros Leal fueron actores. Contra lo que hubieran deseado sus progenitores, debutó en el teatro a los 15 años: «No querían por nada del mundo que me dedicara a las tablas y casi nunca iba al teatro. Como ellos estaban mucho de gira, me metieron interna en un colegio de monjas», comentó recientemente en una entrevista. Como ella misma recordaba al estrenar «La Celestina», su madre destacó en el papel, pero ambas estaban de gira al mismo tiempo en distintas compañías y no pudo verla en escena tanto como para ser capaz de recordarla. Hizo muchos papeles protagonistas, aunque tenía la misma técnica que la de tantos secundarios que hicieron grande el mejor cine español en blanco y negro: la de lograr la verdad en la primera toma.
La «zarina»
Su primer gran éxito fue «La gran familia», en la que interpretó a una joven madre de un clan numerosísimo. Soler Leal fue, sobre todo, como ella misma decía, «chica Berlanga»: ya enseñó las piernas en «Plácido» (1961) y formó parte del rodaje de «París-Tombuctú» (1999), la última obra del maestro; además, participó en «Tamaño natural» (1973) y la trilogía formada por «La escopeta nacional» (1982), «La vaquilla» (1985) y «Todos a la cárcel» (1987), en la que comprobamos su fuerte carácter, que también demostró fuera de las tablas. Detrás de estas películas estuvo el productor Alfredo Matas, a quien Berlanga apodaba «el zar» por su trascendencia en nuestra cinematografía, y que acabó convirtiéndose en su segundo marido. Así siguió de cerca proyectos a los que se acabó sumando como actriz: «El crimen de cuenca» (1980), de Pilar Miró, «Bearn» (1982), y «Las bicicletas son para el verano» (1983), de Jaime Chávarri. Su carrera teatral es también inmensa. Tanto como para que las hemerotecas guarden elogios de los tiempos en los que tenía edad para representar «La zapatera prodigiosa» de Lorca hasta cuando peinó las canas suficientes como para hacer de «La Celestina». Después de su debut abordó pronto los clásicos y bajo la dirección de Luis Escobar obtuvo su primer gran éxito en el Teatro Nacional María Guerrero con «Historias de una casa», de Joaquín Calvo Sotelo. «Entonces se empezaba de meritoria, cosa que hoy ya no existe. Aprendíamos varios repertorios y realmente casi todo lo que sé lo debo a esa época fantástica de mi vida. Miguel Narros era el galán de la compañía, fue un gran director porque había sido un gran actor». Pronto tuvo su propia compañía, con la que representó a autores imprescindibles como Pirandello, pero también «Sartre», especialmente para una España bajo el franquismo. Con «Ondina» obtuvo el Premio Nacional de Interpretación. Su último gran papel en esta etapa fue la mítica «La señorita Julia», de Strinberg: «Una obra muy difícil y ácida que exigía un gran esfuerzo día tras día, aunque me dio muchas satisfacciones», reconoció después. Adolfo Marsillach fue su compañero de tablas, y, sobre todo, de vida durante buena parte de este periodo. Tuvieron una separación difícil que acabó en nulidad matrimonial. Años después, el actor y director aireó algunos detalles de su vida íntima en una polémica biografía.
La vuelta al teatro
Se apartó por una temporada de las tablas por problemas de salud y se centró en su faceta cinematográfica. Volvió a subir el telón con «El zoo de cristal», en 1995, de Tennessee Williams, gracias a una invitación de Mario Gas. La crítica celebró su vuelta, como la madre, con elogios: «Domina el gesto y la palabra y sabe disimular su derrota con tenues pinceladas de humor que arrancan del espectador sonrisas amargas». En esos momentos, el empeoramiento de su esposo fue lo que propició que volviera a vivir a Barcelona. Alternó las grandes giras como «Salvajes», dirigida por Gerardo Malla, con sus apariciones en televisión, como «Querido maestro» y otras esporádicas en «Raquel busca su sitio», «Un paso adelante»...
Como algunos otros artistas nacionales de larga trayectoria, incluso algunos de los fallecidos este año (Sara Montiel, sin ir más lejos), desapareció sin haber obtenido el Goya de Honor, como lamentaba en su última entrevista para Aisge: «Quiero agradecer a la Academia de Cine, que fundó mi marido, que nunca hayan pensado en mí para uno de Honor. Creo que con mi carrera me lo merecía». Como pueden comprobar, conservó el brío hasta los últimos latidos. Berlanga y Alfredo Matas seguro que están preparando algo artístico para recibirla al otro lado de la pantalla.
El detalle
«LA GRAN FAMILIA»: UN MEGAÉXITO
Al año siguiente de estrenar la amarga «Plácido», 1962, protagonizó la otra gran película navideña de su carrera: «La gran familia», junto a Alberto Closas, Pepe Isbert y José Luis López Vázquez, entre otros. La Gran Vía se abarrotó para ver el filme, tanto que estuvo más de 40 semanas en cartel y hasta la compraron los rusos. Soler Leal se enfrentaba a la paradoja de que, con 29 años, interpretaba a un personaje demasiado joven para haber dado a luz a 15 retoños. Y lo más curioso, el mayor de ellos, encarnado por Jaime Blanch, había cumplido 22... Pero al público no le importó lo más mínimo.