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Ángela Vallvey: «Tengo tantas manías que no se pueden enumerar»

larazon

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Hoy les propongo un viaje emocional a los años 40 de la mano de Ángela Vallvey. España era entonces un país devastado y asolado por la guerra, en el que las mujeres, obligadas a vivir conforme a una férreas normas de comportamiento, a veces no tenían más vía de escape que las revistas femeninas. Gracias a ellas fantaseaban con otros escenarios e incluso llegaban a encontrar el amor y el marido o, lo que era lo mismo, la puerta a una vida más completa que, sin pareja bendecida, era imposible siquiera imaginar. «Las revistas –cuenta Ángela Vallvey– eran una forma de soñar. De alguna manera siguen siéndolo ahora; pero entonces, cuando la mayoría de la gente no tenía las tres o cuatro pesetas que costaban, para gastárselas cada mes, ya se iba gestando una pequeña clase media. Y esas revistas, además de educar a las jovencitas en las buenas costumbres y en la estricta moral nacional católica de la época, eran una ventana para soñar con las modelos, con las actrices, con los maravillosos vestidos de Sarita Montiel...».
El matrimonio, una vía de escape
Ángela Vallvey recupera la memoria sentimental de aquellos años en su última novela, «Mientras los demás bailan» (Destino), utilizando como hilo conductor esas revistas mágicas que suponían una bocanada de aire fresco en la cotidianeidad asfixiante de las mujeres españolas. Dos de ellas, de distintas clases sociales, se encuentran en esta historia en la que también hay un arriba y abajo, como en aquella famosa serie británica, pero con un punto de unión gracias a la costura. «Ambas tienen una enorme fuerza de voluntad que, a mi modo de ver, es un regalo mayor incluso que el de la inteligencia o el del talento, porque es propio de un alma con carácter. Y ellas la tienen aunque pertenezcan a distintas clases, quizás porque la situación de la mujeres era la misma fuera cual fuese su condición. Fuerza de voluntad para coser ese ajuar que simbolizaba una vida mejor para las clases populares o para soportar un matrimonio impuesto tras el desdoro de una violación». Comentamos que esa fuerza de voluntad fue la que ayudó a las mujeres de toda una generación a sacar adelante a sus hijos, que era, en definitiva, su cometido, porque no tenían posibilidades de desarrollar una carrera profesional, ni prácticamente de hacer nada si no estaban casadas: «Eso era así –confirma Ángela–. Las posibilidades de la mujer eran muy limitadas y la mejor aspiración que se podía tener era la de encontrar un buen marido que, bien pensado, no es tan mal negocio. En todo caso, sobre las emociones de entonces y sobre los pequeños sucesos, en unas circunstancias que no podían ser peores, se construyó lo que es España en este momento. Y eso habla muy bien del país y habla muy bien de las mujeres de esa generación». Mujeres que, como dice Ángela, buscaban marido por convicción y por falta de alternativas y muchas veces lo encontraban, como Adelia, una de las protagonistas de «Mientras los demás bailan», en las secciones de contactos de las revistas femeninas.
A través de una de ellas, la muchacha conoce a José Padilla, un solterón solitario que, impresionado por la belleza sencilla del retrato que manda la joven a una publicación, decide convertirse en su corresponsal, aunque ocultándole su verdadera identidad, su físico y su condición, algo tan actual ahora, le apunto a la escritora, en los contactos en internet. «Camuflarse, esconderse, falsear, mentir, adoptar otra personalidad es algo intemporal –asegura Ángela–. Eso se hacía entonces, se hace ahora y se va a hacer siempre. Nunca estamos contentos del todo con nosotros mismos y siempre tenemos la tentación de mejorarnos un poquito de alguna forma. Este personaje de mi novela se camufla detrás de la apariencia de otro para resultar más interesante, cuando lo que de verdad nos hace interesantes es nuestra propia realidad». Le digo a Ángela que la realidad de esos años, tan oscuros por otra parte, parece haberse puesto de moda en la ficción de nuestros días y me responde: «Pues yo no tenía conciencia, pero sí, ya lo voy viendo. Supongo que, cuando hay épocas como la nuestra en la que todo nos parece bastante devaluado y un poquito barato tendemos a echar la vista atrás y a revisar; sentimos curiosidad por el sitio de donde venimos. De hecho yo creo que también es cierto que, en España, por su propia trayectoria, no se ha acabado de hacer esa revisión del pasado desde un punto de vista más íntimo. Desde la verdadera intimidad de nuestros antepasados, que cuentan una historia bien diferente a la de los libros de Historia». Quizá por eso, Ángela Vallvey, después de documentarse exhaustivamente como buena historiadora, ha querido recoger el perfume de los sentimientos y vivencias más personales de los protagonistas de aquel tiempo no tan lejano, pero tan diferente, en el que las cartas aún se escribían a mano. «La correspondencia escrita era una forma de relación muy íntima y peculiar que yo creo que volverá, ahora que la comunicación tecnológica está cada vez más devaluada y no sólo se escribe mal, con faltas de ortografía y sin pensar, sino que, además, te pueden espiar, ''hackear'' o intervenir», dice Ángela, quizá olvidando tantas cartas que quedaron interceptadas en tiempos pasados.
Lo que no olvida es la poesía, que sigue escribiendo. Al parecer, tiene en mente publicar un nuevo poemario, ahora que ha cambiado la novela negra, a la que no tiene interés en volver, por el mundo de la moda, casi tan en boga como las tertulias en las que ella participó mucho y de las que un día desapareció. «A veces pienso que alguien me vetó», reflexiona. Yo más bien creo que quizá se reclaman discursos más previsibles que el suyo, que no pongan en peligro las reglas del juego. En todo caso, a ella no parece importarle: «Soy bastante más pobre, pero puedo hacer otras cosas que me gustan». Como seguir escribiendo novelas fascinantes y repletas de emociones. La última: «Mientras los demás bailan» (Destino). Muy recomendable.

Personal e intransferible

Cuenta Ángela Vallvey que ella nació en un lugar de La Mancha que «no es La Mancha, sino el Valle de Alcudia», en 1964, que su estado civil es dudoso, que «tiene menos hijos de los que quisiera» y que se siente orgullosa «de los hijos que no ha tenido». Ya no se arrepiente de nada, siempre perdona, olvida más a menudo de lo que le gustaría y es el mundo lo que le hace reír y llorar. A una isla desierta se llevaría compañía. Se confiesa frugal en el comer y devota del agua con gas. No describe las manías pero apunta que «son tantas que no se pueden enumerar». Dice ser muy promiscua a la hora de regalar libros y regalar «cualquier cosa, siempre que me guste». De mayor le gustaría ser «una vieja verde» y si volviera a nacer sería «astronauta, psicópata o médico».