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Aquella Barcelona no excluyente

Nostalgia de Bocaccio en la muerte de Moix
larazon

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Cuesta reconocer que aquella Barcelona de los años 60, la del «Boom» de la literatura hispanoamericana, la «gauche divine» y la barra de Bocaccio, existió.
Cuesta reconocer que aquella Barcelona de los años 60, la del «Boom» de la literatura hispanoamericana, la «gauche divine» y la barra de Bocaccio, atestada de brillantes escritores, cineastas y arquitectos, existió. Es historia, por pasada, pero aún más por olvidada; barrida como hojas caídas de los plataneros de las Ramblas. Como lo es también la Barcelona underground de los años 70, que, en apariencia, se rebelaba contra la generación que más proyección y lustre dio a la Barcelona intelectual de Carlos Barral, Castellet, Gil de Biedma, los Moix, Azúa, Marsé, Trías, Boadella y Muñoz Suay.
Esa misma que atrajo a sus callejuelas del centro histórico a miles de jóvenes españoles deslumbrados por el prestigio de su Universidad, de su vida intelectual, de las editoriales y publicaciones y el ensueño «chic» de vivir en un Londres español, con su Carnaby trasmutado en Tuset Street y la fiesta continua de su gente. Elegante calle que vio emerger la Cova del Drac, donde cantaban los de la Nova Cançó; donde se reunía los sofisticados componentes de la Escuela de Barcelona, pioneros de un movimiento cinematográfico y cultural que aunaba la alta cuna con la baja cama, la Barcelona del Ensanche con la Barcelona Sur, la tortillería «Flash Flash» con el Jazz Colon y los cuchitriles gays de Rauric. Los años en los que Ana María Moix triunfaba como la única poeta de los «Nueve novísimos», junto a su hermano Ramón, que quiso llamarse Terenci.
Que un obituario dedicado a la Moix sea el lugar donde recordar a la Barcelona del milagro cultural en la España de la recuperación económico tiene un regusto a metáfora crepuscular descorazonador. Fue Barral y Montalbán y cuantos conformaron el grupo de la izquierda exquisita, quienes marcaron las pautas de modernidad a la España mesetaria, tan denostada, a la mediterránea, tan próxima pero aún aletargada, y la norteña, que soñaban con sacudirse la rigidez provinciana.
Eran los mismos que engarzaban la Barcelona del esplendor cosmopolita con la «underground» que despertaba de sus ensoñaciones y vería truncadas sus expectativas al darse de bruces con la llegada de Pujol y el nacionalismo que de forma insistente trataban de imponer el pensamiento único a una ciudad que se desbordaba sobre sí misma, pero que, en pleno esplendor, sería «La Barcelona que fue», según el título de la biografía de Jiménez Losantos. Tardaría una década en espantar a esos miles de españoles que querían vivir y trabajar en Barcelona, atraídos por su inaudita liberalidad, su concepción de la promoción y el diseño, su capacidad para captar talentos locales o fuereños en grandes editoriales como Lumen, que publicaba a Umberto Eco; Anagrama, cuya colección underground «Contraseñas» era el sueño de cuantos escribían literatura contracultural; Tusquets, pionera con su colección erótica «La sonrisa vertical», y Laertes con la gay «Rey de Bastos». Todos habían soñado con esa Barcelona que comenzaba a ser una realidad incuestionable: individualista pero integradora.
A finales de los años 70, cuantos querían hacer un cine independiente, distinto a las comedias madrileñas, acudían a la Barcelona de Bigas Luna. Hasta Almodóvar tuvo que finalizar «Pepi, Luci y Bon» con la ayuda de Pepón Corominas. Durante dos décadas, decir Barcelona fue sinónimo de lo más «in». La misma que da paso a la generación de las escuelas de diseño, el cómic underground de Nazario y Mariscal, el arte conceptual y las provocaciones rambleras de Ocaña, disfrazada de mamola. La de Cardín, El Víbora, Disco Expres y Ajoblanco. La Barcelona moderna que se desliza hacia la posmodernidad sin perder su capacidad de asombrar al resto de España. Frente a la Barcelona actual, excluyente y ensimismada, Moix y cuantos artistas, intelectuales, periodistas, videoartistas y diseñadores representan la Barcelona cosmopolita que no pudo superar, por desgracia, la llegada de la democracia a España, pues a lo largo de los años 80 despidieron, sin pensar las consecuencias que tendrían, a miles de personas que quisieron hacer de Barcelona la capital de España.