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Carmen Cervera: «En febrero abriré un nuevo museo en Andorra»

Carmen Cervera / Coleccionista. La baronesa Thyssen analiza la apertura de su exposición en Málaga y habla de sus planes de futuro
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Desde el patio central del Museo Carmen Thyssen Málaga se aprecia el rostro de la baronesa, que observa todo lo que sucede unos metros más abajo desde un fondo rosa en el que destaca el rubio de su pelo. El retrato se lo hizo Mercedes Lasarte y conserva un cierto tono naíf, desenfadado, pero los colores, muy potentes, reflejan también la personalidad de Carmen Cervera (Barcelona, 1943), quien recibe a LA RAZÓN tras inaugurar la exposición «Sorolla. Apuntes de Nueva York».
–¿Se sigue reconociendo?
–Sí, tiene energía... También lo acabo de ver y he pensado: mira ahí estoy yo (risas).
–Tras cinco años de su inauguración, el museo sigue imparable y con éxito.
–Pues sí, pero ha sido un tiempo que se me ha pasado muy pronto, debe ser la aceleración de la Tierra porque creo que vamos todos muy revolucionados. Ha sido muy bonito porque se trata de un museo consolidado con todo un entorno Thyssen que es maravilloso. Cuando se empezó a restaurar este edificio, aquí no venía nadie porque era un barrio no aconsejable, pero se ha convertido en un lugar encantador con restaurantes, hoteles, tiendas. Me siento muy orgullosa de haber cooperado con el arte porque creo que el arte no es para uno solo, pertenece a la humanidad y yo se lo presto.
–¿No se esperaba que hoy fuera uno de los motores de Málaga?
–Tanto no, pero yo confiaba en la ciudad, porque la colección permanente es tan de aquí y de Andalucía que, claro, fue mi ilusión mostrarla. A mi madre lo que más le gustaban eran los costumbristas y me educó para entender a los autores andaluces pese a que no había, ni hay, mucha obra del siglo XIX y XX en los museos españoles, pero gracias a Dios aquí sí la tenemos.
–Usted eligió «Julia», de Ramón Casas, como imagen del museo porque le recordaba a ella.
–Así es, muchísimo.
–¿Qué peso tiene su madre en todo lo que hace?
–En 1992 se fue al cielo y la echo de menos cada día más, todos los días, pero desde la tranquilidad y la felicidad. Sé que está ahí, aunque cuando era más jovencita teníamos grandes peleas, porque los padres siempre están encima de nosotros cuando queremos salir del cascarón. Pero al final tenía razón cuando se enfadaba conmigo.
–¿Era muy revolucionaria?
–Cabezona, como buena tauro.
–Esa cabezonería también la proyectó como coleccionista. Con todo lo que ya ha logrado, ¿se puede mantener la ilusión de las primeras adquisiciones?
–Sí, sobre todo cuando un cuadro me emociona; parece mentira, pero sigo coleccionando obras españolas porque creo que en España los cuadros son buenos. Nosotros no somos muy amigos de nosotros mismos, de los españoles, no como los franceses con sus siglos XIX y XX. Ellos los han paseado por el mundo entero y los han hecho famosos hasta convertirlos en los más caros del mundo. Nosotros, que tenemos un periodo igual de maravilloso, no hemos hecho mucho.
–¿Por qué cree que los españoles somos así?
–No sé, porque tendemos a que nos guste más lo extranjero.
–Pero este museo demuestra lo contrario.
–Sí, casi todo lo que hay es español.
–Diga alguna obra ahora que le gustaría poder tener.
–Sigo todas las subastas, entonces siempre veo cosas. Es muy curioso, cuando adquirí «Corrida de toros en Éibar», de Zuloaga, lo hice porque era un cuadro que salía por un precio muy razonable en Nueva York y ahora está aquí colgado en el museo. Estaba determinada a que estuviera en España para que lo viera la gente, porque es una obra maestra, y a los seis meses de haberlo adquirido me encuentro en otra subasta con un millonario mexicano que me dice que también pujó por él. Discutimos por ver lo que íbamos a pujar ese día, él quería un maestro antiguo y yo un Sorolla, y al final quedamos como amigos pero pude conocer al personaje que hizo que aquel Zuloaga subiera tanto.
–El barón pujaba con intermediarios, ¿no?
–Sí. A veces me decía: «Hazlo tú», aunque nos gustaba mucho porque íbamos viendo los precios, apuntándolos, tachándolos y en un momento, con sólo una mirada, sabíamos que teníamos que seguir, aunque hay veces que no quieres que un cuadro suba demasiado.
–Así que el intermediario realmente era usted.
–Los dos juntos.
–¿Qué se siente cuando el cuadro ya es suyo?
–Me siento feliz porque al final es un patrimonio de todos. ¿Qué hacía ese cuadro de Zuloaga en Nueva York?, lo tienen que ver los españoles.
–En unos museos que ya no son meras colecciones de cuadros.
–No, y éste es precioso, es una joya que se ha hecho con muy buen gusto. Cada vez que vengo me da una especie de alegría que recibes cuando llegas aquí, es mágico, porque es uno de los más bonitos del mundo y yo he recorrido todos con mi marido.
–¿Qué tiene en la mente ahora?
–Pues siempre tengo la mente en museos, en cosas artísticas, me hacen ilusión muchas cosas. Bueno, ahora voy a abrir en Andorra uno nuevo, en febrero del año que viene.
–En Andalucía, ¿habrá otro Thyssen?
–Pues con éste estamos muy contentos, pero siempre estaré dispuesta a dejar cuadros y a seguir colaborando.