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Cuando España estuvo en la Primera División de la Egiptología

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Con el hallazgo del sarcófago de niño faraón en 1922 eclipsando al mundo y las instituciones luchando por contar en sus auditorios con el descubridor Howard Carter, el XVII duque de Alba trazó con él una amistad que le trajo a España en dos ocasiones, 1924 y 1928, para presentar los progresos en la catalogación de los tesoros de la tumba.
Candil en mano, Howard Carter entraba el 26 de noviembre de 1922 en las entrañas del Antiguo Egipto. Detrás llevaba pegados a Lord Carnarvon, a lady Evelyn y a Callender. Todavía tuvo que abrir un poco más el agujero por el que debían pasar e introdujo la luz, el aire caliente que salía de allí hizo tambalear la llama lo suficiente para que de primeras no se
viera nada. Entonces, fue cuando los ojos tuvieron que hacerse a las tinieblas de aquel nuevo cuarto. Poco a poco se intuían animales, estatuas y un brillo especial: el del oro libre del saqueo que otras tumbas habían sufrido. Se quedó petrificado: «Un momento», para Carter; «una eternidad», para el séquito que le seguía. –«¿Ve usted algo?», preguntaba ansioso el patrocinador de la expedición, Carnarvon. –«Sí... cosas maravillosas», respondió el arqueólogo (diálogo que se
recogía en «Discovering Tutankhamun», 2014). Tenían ante sí la mayor colección de antigüedades egipcias jamás encontrada. Tras años de búsqueda, Carter daba con su Santo Grial: la tumba KV 62, la del niño faraón, la de Tut-Ankh-Amen, la de Tutankhamón. «El descubrimiento que reescribió la historia del Antiguo Egipto» –comenta Hirsham el-Leithy, director del Centro de Documentación de Antigüedades Egipcias– y que hizo eternos dos nombres: el del soberano egipcio y el de Carter. Ahora, Myriam Seco y Javier Martínez Babón se han propuesto sumar una tercera rama a la pareja, al menos en su tierra: Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba. «El faraón y el arqueólogo se han convertido en iconos universales y es objetivo de esta obra que la impagable aportación del duque al desarrollo cultural empiece a ser valorada como se merece en España», justifican en «Tutankhamón en España. Howard Carter, el duque de Alba y las
conferencias de Madrid» (Fundación Lara). Tres figuras que los autores han querido unir, como ya hizo la historia
en los años 20 del siglo pasado, con lazos comunes: «La memoria Tutankhamón fue oscurecida por el general Horemheb cuando este accedió al trono de Egipto; Carter fue cuestionado por algunos colegas, incluso después de su extraordinario hallazgo, y la dedicación de don Jacobo a la cultura, cuando por posición no tenía ninguna necesidad, es prácticamente desconocida para la mayoría». Por ello se han propuesto reivindicar en este libro de divulgación –premio Manuel Alvar de
Estudios Humanísticos 2017– a un duque de Alba que «situó a España en la Primera División de la Egiptología», cuentan. Su nieto Carlos, actual poseedor del título nobiliario, le define en el prólogo de la obra como un «impulsor entusiasta de muchas de las grandes empresas culturales durante la llamada Edad de Plata de la cultura española» y narra cómo
hizo de los viajes a Egipto –«a principios del XX, cuando el trayecto era una aventura en sí misma»– una constante en su vida: «Llevó a sus personas más queridas, pues parece que sentía verdadera necesidad de compartir con ellas sus sensaciones sobre el terreno», cierra Carlos Fitz-James Stuart. En una de esas visitas, en 1933, la acompañante fue su hija Cayetana, una de las principales responsables de que Seco y Martínez Babón se zambulleran en el libro: «Todo empezó a partir de unas palabras pronunciadas por la duquesa de Alba cuando conoció al doctor Zahi Hawass en la Academia de Bellas Artes de Sevilla. Doña Cayetana dijo al prestigioso egiptólogo que, siendo una niña, viajó a Egipto con su
padre, el cual era amigo de Howard Carter. Como testigos de aquel encuentro –continúan–, comenzamos a investigar sobre el tema y el actual embajador de España en Egipto, don Arturo Avello Díez del Corral, nos puso en contacto con el duque de Alba quien ha tenido la gentileza de permitirnos acceder al archivo del palacio de Liria. Y allí, entre sus múltiples tesoros culturales, se encuentran algunas cartas que se escribieron el duque y el arqueólogo, entre otros documentos
relacionados con las dos visitas del arqueólogo a Madrid». Y es que fue Jacobo la persona «fundamental» –sentencia «Tutankhamón en España»– para que el aqueólogo inglés pronunciara cuatro conferencias en Madrid, en 1924 y 1928, organizadas por el Comité Hispano-Inglés y la Residencia de Estudiantes. «(...) Les relaté cómo levantamos la tapa,
cómo apartamos las encolturas y mortajas y pusimos al descubierto el ataúd exterior del rey (...)», pronunciaba el arqueólogo en su segunda cita. El duque consiguió establecer una buena relación con el «poco amigable» –según las crónicas de la época– Carter después de un primer encuentro durante el viaje de bodas del duque con su esposa Rosario.
«Uno de los aspectos más relevantes [del libro] es la magnífica amistad que se generó entre ambas personalidades. Al margen de aspectos relacionados con la arqueología, las cartas transmiten el respeto, la admiración y el aprecio que hubo entre ellos», expone Seco. Llegó tan lejos la relación que en sus visitas a Madrid el arqueólogo se alojó en el propio palacio de Liria. «Ha sido la mejor semana de mi vida», se despedía Carter del duque tras las primeras charlas. «La parte epistolar demuestra que se cimentó una amistad importante. Se ve la emoción del inglés cuando iba sacando las piezas de la tumba, la minuciosidad con la que descifraba toda esa información del pasado», explica el divulgador. No solo había sido tratado a cuerpo de rey por su anfitrión, y ya amigo, sino que el público se volcó con la visita: «También es interesante observar cómo las conferencias permitieron al público español conocer de primera mano las investigaciones que en aquellos tiempos se llevaban a término en la tumba de Tutankhamón». Un nombre casi desconocido hasta la fecha como recordó Jacobo Fitz-James en una de las presentaciones del inglés, hablando del antiguo rey como «un pobre faraón, apenas conocido
antes fuera del campo de la Egiptología, es ahora conocido por el mundo entero». Se despertó el interés del pueblo: «Máximo, según recogen todos los periódicos de la época. Incluso el rey Alfonso XIII quiso conocer
personalmente al arqueólogo. La anfluencia de público a las conferencias fue masiva, hasta el extremo de que muchas personas no pudieron escuchar a Carter debido a los aforos completos –explican los arqueólogos–. Además, el descubridor de la tumba de Tutankhamón tuvo la gentileza de ceder sus materiales visuales, los cuales recorrieron buena parte de la
geografía española, según muestra una lista de instituciones, asociaciones, entidades y personas privadas que la solicitaron. Por lo que sería interesante que, desde los correspondientes ámbitos locales, se efectuaran rastreos que permitieran recuperar informaciones relacionadas. Gracias a la mencionada amistad, España pudo acceder a una información puntera en el ámbito de la egiptología. ¡Lástima que no hubiera continuidad!», se lamentan.
De la maldición al «show»
La tumba de Tutankhamón se ha convertido, una vez más, en el centro de las miradas de la Egiptología, esta vez por la posibilidad de encontrar tras sus paredes una cámara secreta que llevase al sarcófago de Nefertiti, ni más ni menos. Una posibilidad que los autores del libro ven «muy lejana» y que entienden como «un espectáculo alrededor de dos
iconos». Lo que empezó como una opción terminó siendo una «comidilla que no gustó entre los investigadores», dice Martínez Babón. Unos palos de ciego que se han convertido en la nueva maldición del niño faraón, como la que ha acompañado a la tumba durante los años. Con muchas leyendas escritas, que Lord Carnarvon muriera tras el hallazgo avivó un fuego al que los periódicos ya habían contribuido cuando el patrocinador de la expedición vendió la exclusiva a ‘‘The Times’’», explica el libro. Las enfermedades contraídas por los ocupantes de un vuelo que transportaba piezas del ajuar de Tutankhamón, continuó en los años 60 con la idea de la magia negra.
Una década entre faraones
Myriam Seco y Javier Martínez Babón se pueden ahcer buena idea de lo que vivió Carter en 1922. «Hemos excavado templos y tumbas, sacado material para después clasificarlo y conservarlo...», cuentan. Una pareja de arqueólogos que cumple diez años de trabajo en el templo de Millones de Años de Tutmosis III, al oeste de Luxor. Un lugar que «ha aportado ingentes cantidades de materiales desde que iniciamos los trabajos. Tutmosis III fue el constructor del gran imperio del Reino Nuevo, marcando unos pautas militares y diplomáticas que perdurarían a lo lardo de tres siglos. Además, hemos descubierto una serie de necrópolis situadas debajo y alrededor del templo», resumen de un trabajo que «se ha mantenido al margen de la bajada del turismo en Egipto tras la Primavera Árabe»: «Todas las misiones arqueológicas siguen», aunque no del modo que les gustaría, pues cuentan con pena cómo después de la Guerra Civil «no se recuperó el nivel en Egiptología que teníamos y dejamos sitio otros». Por ello, ahora reclaman más inversión pública –se sustentan con fondos privados– y la creación de un grado universitario centrado en la cultura de los faraones.