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De repente, un maestro

Fue pintor de corte de Carlos V y Felipe II y amigo del Duque de Alba. El Museo M de Lovaina acoge la primera gran retrospectiva de Michiel Coxcie, genio relegado al olvido durante cuatro siglos
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Vivió 93 años, fue amigo de Miguel Ángel y protegido de Carlos V, que le nombró pintor de la corte. Fue tan longevo que también llegó a ser uno de los favoritos de Felipe II, su sucesor en el trono de España. Michiel Coxcie (1499-1592) era una estrella de su tiempo, amigo del Duque de Alba, con el que compartió la defensa de las creencias cristianas en un momento histórico en el que, en Flandes, las imágenes religiosas se destruían a fuego. Su vida, extraordinaria, sigue a continuación. Su obra, de enorme calidad, puede contemplarse en la primera retrospectiva que se organiza de su trabajo, en el Museo M de Lovaina (Bélgica), una preciosa localidad a tiro de piedra de Bruselas.
Coxcie aprendió pintura en el taller de Bernard Van Orley, de quien heredó su puesto como pintor de la corte española, a quien, curiosamente, terminó por robar el apelativo de «Rafael de Flandes», y cuyo final, perseguido por la intolerancia religiosa (al ser su maestro protestante), también le hizo entrar en contacto con una de las grandes lacras que marcaron su vida igual que a su maestro.
Pintar la Basílica de San Pedro
Coxcie dejó el taller de Van Orley para aprender pintura con los maestros, en Roma. Conoció a Giorgio Vasari y a Miguel Ángel, y su reputación llegó a crecer tanto, que le hicieron encargos para la Iglesia de Santa María dell'Anima y la Basílica de San Pedro (un honor que ganó en competición pública, aunque sus frescos se perdieron). «Miguel», como le conocían en Italia, alcanzó más honores en Italia que ningún otro «fiamminghi». «La cuestión es, ¿por qué no le conocemos apenas hoy?», se pregunta Koenrad Jonckheere, comisario de la exposición. Varios elementos y el infortunio se unieron en su contra: el principal es que se conservan relativamente pocas obras. Muchas fueron destruidas por los iconoclastas protestantes y por la crítica artística posterior, que le relegaba a un papel secundario, de mero «copista» rafaeliano. Sin embargo, por su técnica, por el dominio de la composición y la variedad de los temas que trató, y desde luego, por su biografía, Coxcie fue una figura de primer orden y de enorme interés artístico. Trató temas mitológicos y religiosos con las dos almas de su pincel, las de la técnica de los primitivos flamencos y la de los maestros italianos. Pintó en tabla, óleo, frescos y diseñó tapices. Coxcie se mantuvo siempre fiel a Roma y a los Austrias, y llegó a tener tanto poder que el propio Felipe II intercedía por carta a sus peticiones. Su reputación fue tal que le hizo crecer en soberbia, y, como muestra la exposición llegó a retratarse con la armadura del Duque de Alba e incluso como si fuera una especie de «San Jorge militar» (imagen grande) en pleno ascenso de los inonoclastas, que a partir de 1566 acabaron con altares y figuras de las iglesias. «Fue un poco arrogante», concede el comisario de la exposición. San Jorge no era un santo contemplativo, sino que se enfrentó al mal (el dragón) con su lanza, y Coxcie defendía el recurso de la fuerza contra herejes y destructores de arte sagrado. Fue un propagandista incansable, tan al pie del cañón que murió a una edad imposible (93) para la época, pintando. «Se cayó de un andamio haciendo los frescos de la Catedral de Amberes. Tardó tres días en morir», comentaba el comisario.
Pincel de doble filo
En la muestra que hoy se inaugura en Lovaina (donde, por cierto, Coxcie nunca residió) hay muestras del vocabulario pictórico de Coxcie: abordó temas bíblicos como «David y Goliat», mitológicos como «La Caverna» (que se considera su manifiesto pictórico) o «El rapto de Europa». Y su pincel, si de un filo hablaba italiano, como en «La Sagrada Familia» (imagen de arriba), del otro inventaba un modelo de «Cristo llevando la Cruz» en «verbo» flamenco, que sería repetido casi en serie por su taller, e incorporado a decenas de iglesias.
Estrella de la Corte española
Felipe II se enamoró del altar de la catedral de Gante y lo quiso comprar. Pero el obispo se negó. Así que pidió a Coxcie que copiara esa «Adoración del Cordero Místico» (imagen a la izquierda) para que colgase en el Monasterio de El Escorial, que estaba terminado. Tardó dos años y recibió 2.000 ducados, e incluso se hizo traer el carísimo lapislázuli, un tipo de azul, porque no daba con la mezcla exacta. Pero no hizo una copia esclava, sino que corrigió los errores del original e incluso tuvo el descaro de autorretratarse en un detalle. Durante muchos años ha sido su obra más conocida (a pesar de estar troceada en varios países en la actualidad) y probablemente eso le costó tener una reputación de pintor menor. Sin embargo, en su tiempo, cobraba por encargo hasta cuatro veces más que otros pintores: era la estrella de la corte antes de Rubens. Cuando la revuelta iconoclasta fue sofocada, Coxcie dedicó el final de su vida a volver a vestir las iglesias, pero, por su edad, la calidad de sus piezas ya no era la misma, y eso le restó importancia para los historiadores del arte. Sin embargo, esta obra, que realiza con 56 años, es un ejemplo de maestría de técnica flamenca.