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El arte «neorrupestre» de Ibarrola

A sus 85 años posee una energía envidiable. En un bosque de encinas de Muñogalindo, en Ávila, ha pintado 115 de sus piedras de colores. Y ya se prepara para más rocas y pinceles, esta vez en la isla de La Palma
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A sus 85 años posee una energía envidiable. En un bosque de encinas de Muñogalindo, en Ávila, ha pintado 115 de sus piedras de colores. Y ya se prepara para más rocas y pinceles, esta vez en la isla de La Palma
La naturaleza quizá sea lo más figurativo que nuestros ojos puedan captar. Excepto en la dehesa de Garoza, en Muñogalindo (Ávila), donde Agustín Ibarrola ha extraído al paisaje de su propia imagen, plasmando sobre sus rocas un profundo arte abstracto mediante una pintura colorista, geometrizante y a veces conceptual. El pintor bilbaíno comenzó a pintar sobre estas piedras en 2005, cuando el propietario de la dehesa le invitó a pasar una temporada en la finca para que huyera de la persecución que sufría en el País Vasco. La curiosidad es, precisamente, que Muñogalindo es una zona repoblada por vascos. En su retiro, lo que Ibarrola tuvo con el paraje que se encontró fue un verdadero romance de gran confianza y comunicación, casi como el que mantiene con su esposa. El artista comenta que escogió las piedras que iban a ser pintadas al azar, aunque también con algo de ayuda del reino animal que habita en Garoza: «Las vacas descubren la sombra a determinada hora día día, andan despacio y son bastante curiosas. Yo me iba con ellas y pensé que allí donde se quedaran iba a ser un santuario para ellas y para mí». También asegura que «hablaba» con las rocas, las cuales «hay que mirarlas en su emplazamiento, observar más allá de ellas, en este caso al valle de Amblés, y relacionarlas con el ramaje de los árboles porque ahí es donde aparece el color de la roca». Entre los pedruscos afortunados por ser cubiertos por la sensibilidad de Ibarrola se encuentra el que él mismo llama de «las palomas de la paz», que muestra unas aves negras y blancas que se relacionan, afirma el pintor, «con el arte contemporáneo, que tiene bastantes referencias a la paz por las numerosas guerras que hemos vivido en Europa». Una batalla es lo que ha mantenido este trabajo con la crisis económica. «En el momento en el que lo proyectamos no había dinero en ninguna parte», declara Ibarrola. Hasta que en 2012 se forma la Fundación Asocio de Ávila, en colaboración con el Ayuntamiento de Muñogalindo, y reactiva el proyecto que, finalmente, se ha abierto al público seis años después de que el artista terminara las pinturas en las rocas. En total, son 115 las piedras que han sido tratadas, dispersas por las once hectáreas de la dehesa de Garoza. A ello se suma una exposición semipermanente en la sala de arte Colección Amblés situada en el casco histórico de Muñogalindo, a escasos minutos de la finca. Desde la Fundación Asocio prevén una cifra media de 40.000 visitantes anuales para observar estas rocas expuestas no sólo al público, sino, además, al clima, por lo que las pinturas ya tuvieron que ser restauradas en una ocasión antes de mostrarlas y seguirán siéndolo permanentemente según su evolución. Aunque a esta reparación Ibarrola le pone otras palabras: «Las piedras deben cuidarse y mimarse si queremos que tengan futuro y una vida intensa en la naturaleza».
Más allá del paisaje
Para Ibarrola, que ya ha realizado otros proyectos en común con la naturaleza, como en el emblemático bosque de Oma, los Cubos de la Memoria en Llanes y las Piedras de Arteaga, todos estos trabajos producen «una prospección cultural bastante más allá de lo que pueda sugerir el paisaje de las rocas y los árboles». Concretamente en los pedruscos, lo que más llamó la atención fueron «sus rupturas», es decir, sus grietas y también «su profundidad», lo que permite que en ellas se encuentren «mundos que hay que crear con más libertad que ante un lienzo o un papel». Él mismo admite que «tengo 85 años, sin embargo, sigo implicándome en proyectos», como el siguiente en el que se embarca en Garafía, en la isla de La Palma, donde volverá a trabajar, como él mismo dice, «con y en la naturaleza».

Unas cuevas cerca de Garoza

¿Qué pensarán los arqueólogos del futuro al encontrar los restos de la pintura llena de colores de Ibarrola en estas rocas? Pues probablemente lo mismo que los que descubrieron el arte rupestre de Altamira, ya que la influencia de los grafitos prehistóricos son patentes. De hecho, el artista, que visitó unas cuevas con pinturas rupestres cercanas a Garoza mientras trabajaba en sus piedras, confiesa que en éstas «existen sugerencias a los que habitaron tiempos remotos». No será ésta la última obra del artista.