El Kandinsky más íntimo y desconocido
Una retrospectiva en CentroCentro Cibeles reúne pinturas, fotografías, dibujos y estampas que muestran la evolución del artista.
Una retrospectiva en CentroCentro Cibeles reúne pinturas, fotografías, dibujos y estampas que muestran la evolución del artista.
Kandinsky abandonó el horizonte de comodidad que ofrecen las carreras pragmáticas, timbradas con el membrete de la seguridad; esas que, al culminarse, traen la gratificante recompensa de un empleo bien remunerado, para embarcarse a continuación en la procelosa aventura de la pintura, que se vaticinaba algo dificultosa, arriesgada, con muchas escilas y caribdis en el camino.
Dejó los estudios de Derecho y Economía, se trasladó a la ciudad de Múnich, que en ese momento se alejaba del simbolismo y avanzaba con fuerza hacia el Art Nouveau, y empezó una vida nueva, como pintor cuando frisaba la edad de treinta años. Persiguió el estilo en un pulso con la naturaleza, al aire libre y de ahí salieron sus primeros lienzos, influenciados por la mirada inmediata al entorno. Son estos cuadros, anticipatorios como toda obra inicial, con los que arranca la retrospectiva que CentroCentro Cibeles ha dedicado a este artista, uno de los más influyentes del siglo XX y que aún sigue siendo un hontanar de sorpresas y de inspiraciones.
El lado intimista
Esta exposición monográfica ha reunido cien trabajos entre pinturas, dibujos y fotos procedentes de los abundantes fondos sobre el pintor que tiene el Centro Pompidou. Las obras, en su gran mayor parte, pertenecían a la colección particular del artista y de su mujer, Nina. «Hay muchas historias personales vinculados a estos cuadros y dibujos», comentó en la presentación la comisaria de la muestra, Angela Lampe, quien recalcó que esta ambiciosa iniciativa, que recorre cuatro décadas de la vida de Kandinsky, tiene como objetivo mostrar el lado más intimista y desconocido del artista aportando un numeroso conjunto de óleos, dibujos, impresiones. Un puzzle de técnicas y temas que van trazando el retrato de este artista que escuchó la llamada del arte y se alejó de las vidas resueltas y definidas. El recorrido se ha planteado de una manera cronológica para plasmar cómo evolucionó y, también, cómo impactaron en él los diversos acontecimientos históricos que conoció a lo largo de su asendereada biografías de trayectos y viajes. En sus comienzos, Kandinsky acudió a unos paisajes de aires tardoimpresionistas que abordaban la mitología germáncia y viejos temas de su país de origen, para, paulatinamente, ir desplazando su interés hacia la abstracción. En estos primeros instantes acudió a unos colores antinaturales, pero llamativos, que atraen y enredan la mirada del espectador, y creó unas imágenes bidimensionales que le permitieron experimentar con las formas y, también, indagar con las pigmentaciones y tonalidades de su paleta. «Aquí no existe una tesis. Lo único que se intenta es enseñar al público cómo Kandinsky evolucionó a lo largo de su trayectoria. Hemos dejado de lado otras vertientes porque lo que más nos interesaba es que se conociera al artista a través sólo del ejercicio de su pintura», comentó la comisaria.
Marcado por la historia
Un artista también es su tiempo, su época. Con la Revolución de Octubre en Rusia, Kandinsky se involucró con los sucesos que hacían temblar su país. Durante esta nueva estancia en su tierra de origen conoció a su esposa, Nina, y sus óleos se apartaron del colorido de obras precedentes, algo que ya no recuperaría hasta su regreso a Alemania. Son los años de la Bauhaus. Un periodo fructífero, rompedor, en el que aboga de nuevo por el color y acentúa su gusto por las geometrías. En 1930 ya aparecieron, de hecho, sus primeras figuras orgánicas. En 1933, con el ascenso del nazismo, se asentaría en París. Una ciudad donde se encontró con Picasso, Miró, Dalí, unas criaturas pictóricas, indomables, que irán colándose en sus trabajos. Es aquí donde proliferará el bestiario de formas que caracterizan sus lienzos. Son amebas, embriones o insectos que marcan la identidad de esas obras,como «Composición IX» (1936) o «Una celebración íntima» (1942), que irán cimentando la leyenda de un pintor que prefirió seguir el impulso de la pintura que vivir en la confortabilidad de los oficios corrientes.