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Fernando de Szyszlo: «Soy pintor de un solo cuadro»

Fernando de Szyszlo / Artista
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Cada día desde hace ya tantos que ni lo recuerda Fernando de Szyszlo se levanta y pinta. Nació hace 92 años y se mantiene en activo. ¿Es vitalidad? «Es terquedad, necesidad», responde. Tres exposiciones espera inaugurar este año, en Miami, Lima y Medellín. «Es usted un hombre imparable». «Bueno, yo diría que es más una bendición mezclada con una maldición», responde bajito. Perú es su patria y en ella es uno de los grandes nombres y de los artistas que han marcado la creación latinoamericana, el primer abstracto de su país «de los que aún quedan vivos, porque han muerto muchos de los grandes amigos que tenía alrededor. Es triste ver cómo van desapareciendo», dice. ¿Siente nostalgia? «La tengo, pero soy más melancólico, con tendencia a deprimirme». Su obra ahora se exhibe en Madrid en la sala Alcalá, 31 dentro de la colección de Eduardo Hochschild. El título de las memorias que ahora edita Taurus, «La vida sin dueño», es una declaración de intenciones: «Es fácil decirlo en una profesión como esta mía que es la pintura en la que no se tiene jefe si no se quiere. Bueno, está el galerista, pero no es lo mismo. Nunca he sentido ese tipo de presiones de las que otros hablan. He trabajo solo y he llegado a los 92», cuenta. Como cuenta tantas historias de vida en un libro tan apasionado como apasionante.

- 22 inexpertos años

Le recordamos el año 1951 y una entrevista que casi le costó un disgusto. Y sin casi. El titular era: «En Perú no hay pintores». ¿Y se quedó satisfecho? «Tenía 22 y era inexperto, osado, muy osado. Vivíamos en otro mundo. Tras la Segunda Guerra Mundial conseguimos ponernos al día, y eso que no vivíamos en el centro civilizado del mapa, lo que era tan bueno como malo, tenía su mitad y mitad. Poseíamos el coraje que en ese momento necesitábamos. Yo me tenía por un hombre cien por cien occidental y al llegar a París me di cuenta de que éramos occidentales de segunda clase, los parientes pobres», recuerda.
Dice que hoy los pintores abundan y «pueden vivir de la pintura en América Latina, lo que no sucedía hasta 1945, cuando era vital tener un segundo oficio. Nuestra generación acabó con todo eso». Y hablamos de su llegada a esa ciudad europea, tan llena de «monstruos», como él dice, de cafés donde comía lo que podía –«más bien poquito»– junto a su esposa, de amigos con los que compartía piso, de amistades como las de Sartre, Malraux, Simon de Beauvoir. «Todos estaban allí, en París. Fui afortunado, lo fui mucho, porque a pesar de que todo estaba tan confundido y éramos muy pobres no nos abandonaban las fuerzas. La lástima es que mi favorito, que era Proust, ya había muerto. Fíjate, a Breton le conocí gracias a Octavio Paz. Yo era un gran lector del surrealismo y eso que nunca mi pintura ha tenido esa influencia», dice, al tiempo que recuerda al Premio Nobel, con quien compartió mucho y vivió más.
En aquellos años en París ganaba 90 francos y de ellos destinaba 30 a comprar tabaco. «Así era. A los sesenta dije basta porque tenía los pulmones destrozados y hoy sé que son irrecuperables. Y le diré que aún lo añoro y que no detesto que alguien fume a mi lado, al contrario, me gusta ese olor del cigarrillo. Pero sé que si diera una calada volvería a caer, lo sé».
El Perú de su juventud era un páramo artístico donde la galería Lima, en el centro de la ciudad, se erguía como un oasis: «Tenía dos habitaciones y estaba en un segundo piso. Abrirla fue un acto de heroísmo. Prendió y pudo marcharse a un lugar mejor. Se nutría también de bastantes españoles exiliados, como Clavé. Esa sala despertó el ambiente, que estaba totalmente dormido».
No sabemos qué hay de verdad en si John Lenonn le compró una obra, lo que sí es cierto es que uno de sus lienzos cuelga ahora en Madrid. Pertenece a la colección de Eduardo Hochshild. Se encaprichó de él y tras convencer al autor se lo compró. «Es uno de los seis que tiene míos y realiza una labor encomiable culturalmente». Otra anécdota: hizo esperar a un totem como Hans Hartung media hora: «Todavía me da vergüenza recordarlo. Media hora. Y él estaba allí esperándome en la puerta, con su pierna de palo apoyándose en un bastón». ¿Es cierto que se ha pasado toda la vida pintando? «No sé hacer otra cosa. Tendré unos 3.000 cuadros, pero no me parece que sea un placer, sino un desafío, una compulsión incontenible, es como ir de derrota en derrota. Yo soy un pintor de un solo cuadro que he perseguido toda mi vida y que aún no he conseguido pintar porque se me ha escapado. Con los años he comprendido que no podía. Aún sigo soñándolo».

- Sin envidia de Hirst

Dicen que Bonnard siempre llevaba una cajita con sus pinturas para retocar sus obras». ¿Lo ha hecho Fernando de Szyszlo? «He retocado sin cesar», responde, y desempolva una anécdota de esos cientos que atesora muy divertida sobre un cliente al que le rectificó una obra y éste le increpó porque ya no era la misma. ¿Hoy está vivo el arte? «Vivo, sí, pero banalizado, como todo movimiento cultural. En la civilización occidental pasa una cosa terrible y es eso, todo está ha contagiado. Hoy creemos que un grafitti es un Rembrandt. La pintura que vemos ahora es la que merecemos», explica remarcando las palabras. Nombra a Rilke y a Rodin, en las antípodas de «ese artista que se llama Hirst, el de las vacas degolladas con las cabezas cortadas que mete en cajas de cristal. ¿Sabe quién le digo? Su obra no me interesa nada ni envidio sus muchos millones. No me une nada a él». ¿Y a Vargas Llosa? «Es mi mejor amigo, tan respetable, tan serio, tan coherente. Es un ser admirable», dice con auténtica veneración.
«La vida sin dueño»
F. de Szyszlo
TAURUS
276 páginas,
18,90 euros

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