Gabriele Finaldi se incorpora a la National Gallery
El que hasta hace poco fuera director adjunto de conservación e investigación del museo del Prado, Gabriele Finaldi, se enfrenta a múltiples retos al frente de la National Gallery, a la que se incorpora este mes
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La National Gallery puede parecer un lugar fácil de dirigir. Se vende por sí sola. O al menos, eso parece en teoría. Un museo gratuito con obras maestras de Leonardo, Velázquez y Piero della Francesca, situado en la céntrica plaza de Trafalgar es un auténtico imán. No en vano, el año pasado, un récord de 6,4 millones de personas convirtieron la pinacoteca en la segunda atracción turística más visitada del Reino Unido, sólo por detrás del Museo Británico, que tuvo 6,69 millones visitas. Pero no es oro todo lo que reluce. Tras sus imponentes columnas, la galería también alberga múltiples problemas y retos a los que muy pronto tendrá que hacer frente Gabriele Finaldi. El próximo 17 de agosto, el que fuera número dos del Prado tomará el relevo de Nicholas Penny, que se jubila.
A sus 50 años, con seis hijos y varios libros en su haber, por su fisonomía, Finaldi parece que hubiera salido de un lienzo de Caravaggio. Es el comentario de algunos críticos culturales que ya han empezado a dedicarle sus columnas. Cada día aumenta el interés por saber cuál va a ser su hoja de ruta. Sin embargo, es imposible obtener ningún detalle oficial desde la pinacoteca. «Queremos que tenga tiempo de asentarse, no vamos a realizar más comentarios», asegura un portavoz. Habrá que esperar a septiembre, cuando se presente el programa de la próxima temporada.
Finaldi ya trabajó en el Museo durante una década, pero su nuevo puesto como director no sólo exige el tipo de credenciales académicas con las que hace tiempo se ganó el respeto de los eruditos. Requiere también cabeza fría para las finanzas, habilidades diplomáticas, talento persuasivo para el liderazgo y una visión innovadora. No siempre resulta fácil presentar a los clásicos de manera atractiva a una sociedad contemporánea.
Xavier Bray, ex colega de Finaldi en la National Gallery convertido hoy en «curator» (comisario) del Dulwich Picture Gallery, no tiene dudas de que va a realizar un gran trabajo. «Teniendo en cuenta los espectaculares recursos de la colección, será capaz de utilizarlos muy, muy bien», aseguraba a «The Times». Bray señala además que Finaldi puede conducir nuevos experimentos radicales. En este sentido, recuerda cuando trabajaron en una exposición de Murillo. El anglo-italiano sugirió colgar las pinturas a más altura de lo habitual, tratando la sala como una iglesia. La exposición resultó ser inusual, pero muy exitosa.
«Es afable, pero al mismo tiempo muy disciplinado y con la mente clara. Es el tipo de hombre que se gana el respeto», comenta Bray. «Además, tiene facilidad para relacionarse con la gente y empatizar con sus preocupaciones», matiza. Sus habilidades sociales le serán, sin duda, de gran ayuda para hacer frente a las repetidas huelgas que durante los últimos meses llevan protagonizado centenares de empleados de la pinacoteca. Los trabajadores se oponen a la subcontratación de servicios, entre ellos la vigilancia de las salas y la atención al público.
Como consecuencia de los paros, en las últimas semanas, se han tenido que cerrar, entre otras, las salas dedicadas a Holbein, Monet o Rubens. Más de 10.000 escolares han tenido que cancelar también sus visitas. En un comunicado, la galería critica al sindicato por oponerse a la contratación de personal externo de atención al público y de seguridad que permitirá «operar con más flexibilidad». Según la nota, «se transferirá al personal afectado y no habrá despidos». «Creemos que los cambios propuestos son esenciales para ofrecer un mejor servicio por muchos años», aseguran. Pero las huelgas no son el único obstáculo. El otro gran frente son los recortes aprobados por el Gobierno de David Cameron, que ponen a todos los museos contra las cuerdas. No en vano, llama poderosamente la atención el hecho de que los directores que desembarcaron más o menos al tiempo que Penny, hayan anunciado su marcha. Se va Neil MacGregor del Museo Británico, Sandy Nairne de la National Portrait Gallery y Penélope Curtis de la Tate Britain. La conclusión a la que han llegado los expertos es que ninguno quiere estar cerca cuando llegue el momento de que la necesidad obligue a empezar a cobrar la entrada a los visitantes.
En una reciente entrevista con «The Sunday Times», el propio Penny se quejaba de que la subvención del gobierno se había reducido a los niveles del año 2005. «No es inconcebible por tanto que pudiera haber otro recorte del 20% en los próximos tres años. Aunque eso sería un punto de inflexión», apuntaba. El problema con la pinacoteca de Trafalgar se agudiza aún más si se tiene en cuenta la gran dependencia de estas ayudas. El 75% de sus ingresos provienen de dinero público. En el caso del Británico, sólo es el 40%.
Los patrocinadores juegan un papel importante. Aunque la ampliación que se realizó a principios de los 90 con la Sainsbury Wing –que agregó 11.148 m2 en su lado oeste a la superficie– no les resulta especialmente atractiva. Se trata de un espacio reducido, subterráneo, para exposiciones no permanentes. Y funcionó muy bien con la muestra dedicada a Rembrandt, pero, en general, no excita a los que tienen que sacar las libras de sus bolsillos.
Para buscar otras vías de recaudación, la galería ha inaugurado recientemente el «plan socios», en el que la gente paga por privilegios adicionales como invitaciones o visitas guiadas con los comisarios del museo a puerta cerrada. El resto de galerías llevan tiempo con este sistema que les ha hecho recaudar mucho dinero. Pero no ha sido hasta ahora cuando la pinacoteca se ha dado cuenta de que tiene que abrir miras. Con todo, son muchos los que consideran que, tarde o temprano, se tendrá que empezar a cobrar a los visitantes. Y ya no tanto por los recortes. Sino por garantizar el ambiente de recogimiento y contemplación que se requiere para contemplar las obras maestras. Uno de los éxitos que se atribuye a Penny es el incremento del número de visitantes. Cuando llegó en 2008, el museo tenía 4,2 millones de visitas. En 2014, se marcó un récord de 6,4 millones. La muestra dedicada a Leonardo da Vinci en 2011 fue la más visitada de la historia de todos los museos de Londres.
Sin embargo, hay varios «peros». La mayoría de los visitantes son turistas, no británicos. Y de los británicos, la mayoría son de clase media-alta, cuando el objetivo siempre había sido democratizar el arte y acercarlo a las clases menos pudientes. Las salas se han convertido en espacios inundados de gente más preocupadas por hacerse el «selfie» correspondiente que admirar las obras. El propio Penny lamentaba que los jóvenes ni siquiera dejan asiento libre a los mayores porque «están ensimismados con el teléfono».
El crítico de arte Richard Morrison ha puesto sobre la mesa una propuesta. En la actualidad, la National Gallery cierra a las 18:00 horas todos los días excepto el viernes, que está abierto hasta las 21:00. «Eso es de locos –señala el experto– Londres por la noche es un hervidero de gente ansiosa por todo tipo de entretenimiento. Los Viejos Maestros no deben ser tratados como niños de cinco años de edad y mandados a dormir después de la hora del té. Mi sugerencia es que tanto la National Gallery, como la Tate o el Británico permanezcan abiertos hasta las 23:00 horas, junto con sus restaurantes, bares y cafeterías, pero se cobre entrada después de las 18:00», explica. «Mucha gente estaría dispuesta a pagar para ver las galerías en relativa tranquilidad y se evitarían las aglomeraciones», añade. La idea resulta interesante. Falta ahora esperar a ver si Finaldi está dispuesto a barajarla. Aunque seguramente su despacho le aguarda con miles de cartas sobre este asunto y otros retos a los que deberá hacer frente.
Segunda etapa del Everest
Finaldi (Londres, 1965) inaugura una nueva etapa en el que es uno de los museos más importantes del mundo. Sin embargo, para él, no es un sitio nuevo. Conoce bien el recorrido por los más de 2.300 lienzos que componen la colección, ya que pasó diez años –desde 1992 a 2002– como comisario de arte italiano y español, antes trasladarse con su familia a Madrid. Su trabajo de otros 13 años en El Prado fue despedido hace unos meses con una cerrada ovación. Prensa, especialistas y trabajadores de la institución madrileña estaban de acuerdo en aplaudir su brillante gestión. Tampoco fue fácilo para Finaldi, que deja en la capital a dos de sus hijos y unas costumbres que adora. Tampoco será igual su vuelta Londres (ciudad donde nació) ya que la misión que le espera no tiene tanto que ver con el lado bello del arte, el que tiene que ver con las obras, sino el amargo costado de la gestión cultural, es decir, la que tiene que ver con los números. El Everest ya le espera.