La epidemia imparable de los «Ecce Homo»
Una vecina del pequeño pueblo de Rañadoiro ha pintado a los «eccehomo» tres tallas de madera de los siglos XV y XVI que se encuentran en la ermita del lugar
Una vecina del pequeño pueblo de Rañadoiro ha pintado a los «eccehomo» tres tallas de madera de los siglos XV y XVI que se encuentran en la ermita del lugar.
Guárdenos el Señor de las buenas intenciones del prójimo, de sus deseos bondadosos que no esperan a cambio nada, de su buenismo altruista. Guárdenos, sí, porque al paso que vamos, el patrimonio de las iglesias y santuarios de algunos de nuestros pueblos se va a quedar reducido a cenizas. O al menos eso es lo que nos pintan, nunca mejor dicho, las informaciobnes que día sí y día también nos dan cuenta de que un nuevo «Ecce Homo» se ha hecho sitio. Nacen como setas. Se reproducen a la velocidad del vértigo. Y acaban por morir de éxito, pero mientras les damos titulares respiran. ¿Por qué ese deseo que parece no tener control por «mejorar» esculturas de santos y vírgenes con pinturas compradas en un chino?
La penúltima ocurrencia ha sido situar en el mapa a un pueblo asturiano, Rañadorio, darle su lugar, vamos. La ermita de esta localidad de apenas 16 habitantes ha recibido entre la perplejidad y la estupefacción (aunque la autora lo niegue) la nueva imagen de tres tallas de los siglos XV y XVI, que han perdido su original policromía y han cambiado la ausencia de color por una paleta de tonos a cual más chirriante, entre los que se incluyen el verde lima, el fucsia y el lila. No contenta con sacarle los colores a las figuras, la autora, María Luisa Menéndez, ha osado incluso con maquillar a la Virgen y hacerle una manicura en radiante rojo. ¿Era necesario? Cecilia Giménez, la mujer que con la resurrección del «Ecce Homo» tuvo bastante más que sus quince minutos warholianos de gloria, octogenaria, al menos era pintora aficionada.
La «artista» de Rañadorio ha dejado a Santa Ana, la Virgen y el Niño tan irreconocibles que el nuevo look que lucen parece más un chiste grueso, una broma pesada. «No soy una pintora profesional, pero siempre me ha gustado y a las imágenes les hacía mucha falta que las pintase. Así que las pinté como pude, con los colores que me parecieron y a los vecinos les gustó», ha declarado sin el menor rubor. Parece ser que se tomó su tiempo y la estanquera, que vive en un pueblo vecino, pasaba muchas tardes, a «ratitos», dando un toque de pincel, una sombra aquí, otra sombra allá a las tallas, que se han quedado sin altura. La Asociación Profesional de Conservadores y Restauradores ha puesto el grito en el cielo –no es para menos, sino para bien para más– y ha clamado desde Twitter, que es el camino por el que ahora se transita cuando de levantar la voz se trata, para dejar una pregunta de envergadura flotando en el aire: «¿A nadie le importa este expolio continuado en nuestro país? ¿Qué tipo de sociedad permite pasiva que destruyan ante sus ojos el legado de sus antepasados? Suma y sigue, nos tememos.