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Secundino Hernández, el artista «sold out»

«Presión sería no vender», asegura. Es la punta de lanza de una nueva generación de artistas, pero el éxito no le paraliza. El madrileño recibe a LA RAZÓN en un «acto único» en una de las siete galerías internacionales con las que trabaja
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«Presión sería no vender», asegura. Es la punta de lanza de una nueva generación de artistas, pero el éxito no le paraliza. El madrileño recibe a LA RAZÓN en un «acto único» en una de las siete galerías internacionales con las que trabaja
A los 8 años, a Secundino Hernández se le traspapelaban las estampitas de futbolistas con los recortes de El Greco. «No es que fuera un friki del arte tan pequeñito, pero siempre sentí cierta fascinación por su pintura», aclara. De aquella pasión primera a los titulares de la actualidad artística median varios años y una carrera que lo ha desplazado, a golpe de punto rojo, de la etiqueta de emergente a consagrado. El madrileño es la sensación del mercado español, por más que él –un chico llano nacido en el barrio de Hortaleza hace 40 años, de padre encargado de un taller de reparación de coches y madre ama de casa– no quiera que el personaje se meriende al artista: «No me gusta hablar sólo del éxito comercial, incluso puede ser una traba para trabajar con instituciones, porque piensan que eres flor de un día. Pero, ¿quién no quiere vender? Al final el mercado acaba absorbiendo hasta al artista más underground y lo que hay que saber es cómo gestionarlo». Secundino nació para la profesión ya con estrella. Apenas salió de la Facultad de Bellas Artes –se formó en Madrid y Milán– comenzó a vender con solvencia, atento siempre a su criterio artístico pero consciente de que «éste es mi propio negocio».
Fue en ARCO 2013 cuando se consumó el romance, que aún dura, con el mercado. El matrimonio Rubell se enamoró de su trabajo y adquirió cuanto «secundino» encontró a mano. Fue como si Maradona lo llamara desde el banquillo o Bob Dylan le lanzara una armónica al fondo del escenario. No en balde, los americanos Don y Mera son ya una institución: donde ponen el dedo, el mercado planta el ojo. «Lo viví como una cosa alucinante, un subidón». Aquel día, su galerista le recibió con el rostro demudado. «¿Qué pasa?», preguntó él. «Todo vendido», le dijeron. Esas dos palabras (o su correlato anglosajón, «sold out») han pasado a ser una suerte de apellido mediático para el artista. «Es cierto que lo de los Rubell generó un efecto llamada, porque es una colección muy importante, de muchos años, muy estable...». Y lo del matrimonio no es tampoco flor de un día. En Bassel también apostaron por Secundino, y ellos, como tantos otros coleccionistas que llaman cada dos por tres pidiendo obra del madrileño a las siete galerías con las que trabaja en el mundo, no hacen sino retroalimentar la ola en la que Secundino se maneja con cabeza fría y pincel caliente. En el último ARCO sus cuadros estaban vendidos antes de desembalar, pero, dice, «no siento presión por todo esto, presión sería no vender; lo que sí siento es responsabilidad, pero de todos modos no pienso mucho en el éxito comercial porque no depende de mí y no puedo controlarlo, así que no gasto energías en eso». Mantiene contacto frecuente con sus compradores habituales y no pierde hilo de todo lo que ellos descubren o aprecian en su obra: «Los hay muy cultivados y otros un poco más superficiales, pero cualquier comentario de los coleccionistas es enriquecedor porque te da una perspectiva que tú no tienes. Pero, eso sí, en el día a día eres tú solo y, en mi caso, yo con mis lienzos y mis pinceles». Trabaja de nueve y media a siete y media, «y si me tienen que dar las nueve... pues me dan». Su profesión lo llena hasta el punto de que, fuera de ella, sólo están su familia –mujer e hija de año y medio– y alguna afición menor como la natación. «No soy una persona muy ociosa; siento pasión por lo que hago y no me cansa». Esa pasión es su mejor consejo para quienes aún no han logrado salir del cascarón: «Aunque suene a topicazo, yo les diría que hay que trabajar y creer en lo que uno hace; y mantenerse con energía aunque, al final, salgas del estudio con las piernas temblando». Desde hace más de cinco años vive en Berlín. Para él, el ambiente de la ciudad es un caldo de cultivo, una tormenta de ideas. Luego viene a Madrid, a su estudio en Coslada, y pinta. «Berlín me aporta ese punto de reflexión y estudio para mis proyectos, allí me empapo de cosas e ideas que luego llevo a cabo aquí», señala.
Su pintura transita entre la figuración y la abstracción, en un continuo juego de líneas y planos. Dicen sus galeristas que aúna a la perfección la investigación en ideas y materias con una gama de colores y una composición que lo hacen atractivo para todo tipo de público, desde el más sesudo al «amateur». Hasta el momento ha centrado su obra en la pintura, aunque no se cierra a abrirse a otras disciplinas artísticas, al igual que tampoco descarta en un futuro trabajar por encargo. En cualquier caso, matiza, «todo lo que hago tiene que salir de una necesidad interior». El artista manda. Sus red de galerías –encabezada por Victoria Miro, en Londres, y Heinrich Ehrhardt, en Madrid, primera con la que trabajó– copa gran parte del mercado mundial. Pero, por si fuera poco, Secundino ha expuesto en los últimos años, varias veces, en Nueva York y tiene previsto mostrar su obra en Shanghai para todo el mercado asiático en los próximos meses. Es la punta de lanza de la nueva pintura española, pero no aspira a ser un referente en solitario: «Creo que hoy en día hay más conciencia colectiva y generacional; estamos en un punto bueno, dinámico, creativo y optimista y los artistas españoles con estatus se han dado cuenta de que tienen que apoyar a las nuevas generaciones; ya no vale eso de que un solo artistas, como Picasso en el siglo XX, represente a un país; hay que trabajar más como en Alemania, con escuelas». Sea como sea, Secundino estará ahí. Al tiempo.

Un «Antonio López» con los Reyes

En la pasada edición de ARCO, Secundino Hernández tuvo la oportunidad de charlar con los Reyes en su visita inaugural a la feria. «Es importante que apoyen el arte y motiven a la industria», considera el artista, quien recordó que no fue aquélla la primera ocasión en que ha coincidido con Sus Majestades. Ya estuvo invitado a la Zarzuela junto a otras jóvenes promesas nacionales del deporte o la cultura en noviembre de 2014 con motivo de una recepción a la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Aquel mismo año, en diciembre, acudió a una cena en la embajada en Berlín –ciudad en la que reside habitualmente– presidida por Don Felipe. «Ellos siempre se han interesado por el proceso de trabajo y yo valoro ese interés», señala. Preguntado sobre si acometería con la nueva Familia Real un hipotético proyecto similar al de Antonio López, encargado del retrato familiar de Don Juan Carlos, responde sin medias tintas: «Por supuesto que sí, sin ninguna duda». El artistas cree que la atención mediática que generan los Reyes debe traducirse en un mayor apoyo institucional al arte y en un despertar del coleccionismo privado en nuestro país. En ese sentido, lamenta que en España no exista una cultura más consolidada de aprecio al trabajo artístico: «Vas por ahí a ferias en todo el mundo y la gente se interesa mucho y te pide hasta autógrafos, cosas que en España no pasan tanto».

El detalle

«TAMBIÉN»: un diálogo con la modernidad
En la última exposición de Secundino Hernández, un «one day show» en la galería Heinrich Ehrhardt de Madrid (San Lorenzo, 11), el artista ha querido dialogar con la modernidad –Velázquez está muy presente– y con otros artistas, en este caso, dos fotógrafos muy reputados. Los artistas Clegg & Guttmann le retrataron recientemente y, al hilo de esa instantánea, el madrileño concibió en su estudio de Coslada un autorretrato. De ahí surge, de forma espontánea, este «acto único» que ayer llenó este céntrico espacio de admiradores. En 2014, Secundino posó para otro grande de la fotografía, Mario Testino. Todo un honor y un orgullo. «Está bien este tipo de reconocimientos tras tantas horas de trabajo», señala el artista.

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