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Así cacé a Höss, el monstruo de Auschwitz

«Kommandant» en Auschwitz, fue responsable de la muerte de más de dos millones de personas. Huyó y adoptó una nueva identidad; sin embargo, no fue suficiente para dar con él, un asesino monstruoso
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A casi setenta años del final de la Segunda Guerra Mundial, resulta sorprendente la aparición de un libro dedicado a la persecución de un criminal de guerra nazi ejecutado el 16 de abril de 1947. La relativa importancia histórica del personaje no justifica este nuevo libro de la editorial Galaxia Gutenberg. El Obesturmbannführer de las SS Rudolf Höss, primer Kommandant de campo de concentración Auschwitz y artífice principal de sus terribles instalaciones, es un personaje suficientemente conocido.
Rudolf Höss aparece profusamente en la numerosa bibliografía existente sobre el III Reich y la solución final. Incluso el propio Höss, en sus últimas semana de vida antes de ser ahorcado delante de los hornos crematorios de Auschwitz, que tan bien conocía, dejó escrita una autobiografía, «Yo comandante de Auschwitz», publicada en España en el año 2009 por Ediciones B.
El nuevo libro, que se pondrá a la venta el próximo 1 de octubre, se debe a un prestigioso periodista anglonorteamericano y judío, Thomas Harding, que nos narra la historia de su tío Hanns responsable de la captura de Rudof Höss. Hasta aquí todo normal. Un homenaje familiar que, aunque sea en apariencia, difícilmente puede competir con éxitos literarios de «cazanazis» como la novela de Frederick Forsyth «Odessa» o la historia verdadera de la caza y captura de Eichmann.
Con estos antecedentes su lectura no parece, inicialmente, atractiva, pero ya en sus primeras páginas Harding nos dice literalmente lo siguiente:
«Hanns Alexander (su tío abuelo) y Rudolf Höss fueron hombres con caracteres muy polifacéticos. Por consiguiente esta historia pone en duda el retrato tradicional del bueno y el malo. Ambos hombres eran adorados por sus familias y respetados por sus colegas. Ambos se criaron en Alemania durante las primeras décadas del siglo XX y, cada uno a su manera, amaban a su país. En ocasiones, Rudolf Höss, el brutal Kommandant, mostraba cierta capacidad de compasión. Y la conducta de su perseguidor, Hanns Alexander, no siempre estuvo libre de sospechas. Por consiguiente, este libro es un recordatorio de un mundo más complejo, contado a través de la vida de dos hombres que se educaron en dos culturas alemanas paralelas pero antagónicas».
Con 23 años en la SS
Estas frases, sin lugar a dudas, animan a su lectura. La imposibilidad de que Höss salga bien parado es evidente a pesar de que Harding no tiene reparos en recoger los testimonios exculpatorios del responsable de Auschwitz. El haber ingresado en 1933, con sólo 23 años, en las SS, nos justifica su paso por varios campos de concentración y el importante papel que ocupó en los mismos. Su historia, desgraciadamente conocida, no es lo más importante de este libro, pero el nuevo punto de vista que anuncia el autor despierta la curiosidad de los lectores avezados en estos temas.
Sin lugar a dudas dos asuntos que se tratan con mucho detalle en el libro son los que van a despertar más interés. En primer lugar la historia de la familia Alexanders, una saga de judíos alemanes y patriotas –el padre era un héroe de la Primera Guerra Mundial– y sus aventuras para salir de Alemania en los primeros años de poder nazi.
En la temprana fecha de 1935 comenzó la familia a emigrar a Inglaterra. Llaman la atención las enormes dificultades que ponía en aquella época el Gobierno inglés a la llegada de emigrantes judíos desde Alemania. No resulta extraño que esto fuese así, pues aún seguía en el trono Eduardo VIII, un rey con abiertas y conocidas simpatías por Hitler y el movimiento nazi. Había y se respiraba un cierto antisemitismo semioficial que tenía cierto apoyo entre los británicos, que temían la llegada de un aluvión de emigrantes judíos. En esas fechas, los nazis aún tenían mucho interés en que abandonase Alemania la mayor cantidad posible de judíos. Se calcula que entre los años 1934 y 1939 salieron de los territorios controlados por los nazis 70.000 judíos.
Los miembros varones más jóvenes de la familia Alexander llegaron a Inglaterra y, nada más empezar la guerra se alistaron en el Ejército británico, junto a cerca de otros siete mil austriacos y alemanes exilados en Gran Bretaña. Estuvieron en combate desde el comienzo de la guerra, siendo de los afortunados que salieron por Dunkerque tras la hecatombe sufrida por los ejércitos aliados en los primeros meses de la guerra, y hasta el final de la misma. Pasaron por todos los frentes hasta que desembarcaron en Normandía con las fuerzas aliadas como consecuencia del Día D.
Mientras los Alexander luchaban bajo la Union Jack, por Auschwitz pasaban 1.300.000 prisioneros, de los que murieron aproximadamente 1.100.000 dentro de sus muros. Harding estima que un millón eran judíos, 75.000 polacos, 21.000 gitanos y 15.000 prisioneros rusos.
Crímenes de guerra
Al terminar la guerra, Hanns Alexander continuó un tiempo en filas trabajando con el Equipo de Investigación de Crímenes de Guerra nº 1. Su origen alemán y su conocimiento de la lengua le hacían ser especialmente idóneo para las investigaciones que realizaba la unidad especial en la que le habían encuadrado. Tuvo un papel relevante en el juicio por crímenes de guerra de Belsen, el que iba a ser el primer juicio por crímenes contra sus mismos ciudadanos y ensayo general para los Juicios de Nüremberg. Desempeñó un papel determinante para la acusación de Josef Kramer el principal imputado.
Durante los interrogatorios de Kramer descubrió quién era Höss, qué persona se escondía bajo su identidad, y su importante papel en la estructura de los campos de concentración nazis y en la aplicación de lo que se conoce como «la solución final».
Poco después tuvo un papel destacado en la detención de Gustav Simon, un nazi de primera hora, miembros del partido desde 1925 aunque nunca perteneció a las SS, al que se le responsabilizó de la muerte de la mitad de la población judía de Luxemburgo, territorio de donde era Gauleiter (Gobernador). Alexander logró localizar a Simon gracias al duro interrogatorio a que sometió a su hijo de catorce años. En la cárcel, Simon se suicidó ahorcándose.
A la unidad de Alexander se le marcó el objetivo de detener a quinientos criminales de guerra. Un trabajo que parece que no realizaban muy bien, pues recibieron una amonestación de sus jefes desde Londres. Pero pronto esto iba a cambiar. La detención más importante del grupo fue, sin lugar a dudas, la de Rudolf Höss, un éxito de gran importancia para la represión de los restos del nazismo en Alemania. El Kommandant de Auschwitz al finalizar la guerra logró esconderse en las proximidades de Flensburgo, muy cerca de la frontera de Dinamarca, haciéndose pasar por agricultor, su primer oficio en un intento de borrar cualquier puesta sobre su monstruoso pasado. En marzo de 1946, los soldados ingleses lo capturaron en la granja donde estaba escondido. Nada más detenerle fue atado a una mesa y apaleado por los soldados ingleses con mangos de hacha y de pico. Hanns Alexander, entonces ya teniente, ordenó parar la paliza por miedo a que muriese.
El 17 de marzo, el periódico «The New York Times» anunciaba la detención del mayor asesino a nivel individual de la historia mundial. Un mes después, en abril, era juzgado y ahorcado, el 16 del mismo mes de 1947. En 1948 Hanns Alexander fue condecorado por el Gobierno checoslovaco.
«Hanns y Rudolf» es una historia de dos vidas paralelas. Alemania entre 1914 y 1945 se vio barrida por los vientos de la historia. Dos guerras, violentos estallidos revolucionarios, división y partición de su suelo por parte las potencias que le habían vencido, partidos extremistas enfrentados en sus calles por el poder, racismo exacerbado y el triunfo de los peores fantasmas de los seres humanos, convirtieron a los alemanes en un pueblo dividido y enfrentado entre sí, al tiempo que en pugna con sus vecinos para la obtención de materias primas y nuevos territorios. La historia que relata «Hanns y Rudolf» es el recuerdo de la vida de dos hombres nacidos para convivir y que terminaron siendo enemigos irreconciliables.

Auschwitz, principio y final

Habían pasado meses del final de la guerra y Höss parecía haber esquivado todos los controles para retomar una nueva vida lejos de los campos de exterminio. Parecía, y así lo quería él, que Auschwitz iba a ser un lugar muy lejano en su memoria, pero el destino quiso que su final estuviera precisamente en ese lugar en el que tanto daño había causado. Los supervivientes de Bergen-Belsen que habían pasado por los campos de Höss no dudaron en ayudar a la inteligencia británica en su búsqueda del «kommandant», y para ello dieron todos los datos que sabían de él hasta localizar a su esposa, que se resistió a dar información sobre su marido, hasta que al ser amenazada con el destierro de sus hijos a Siberia, decidió confesar. Con estas pistas, el dispositivo se trasladó a la frontera alemana con Dinamarca para dar caza a Höss. A mediados de marzo del 46 era apresado y un año después ahorcado en el patio de Auschwitz.

Ficha

«Hanns y Rudolf»
Harding, Thomas
Galaxia Gutenberg
384 páginas / 22,50 euros
A la venta el 1 de octubre
*Profesor de Historia de la Universidad CEU San Pablo