Cultura

Autocine: Un «revival» que se ha convertido en taquillazo

Ochenta años después de inaugurarse el primer cine al aire libre en Córdoba, estas salas se han multiplicado por toda España. «Es un rito social», dicen los asistentes

Un grupo de amigos durante la proyección de «El rey león» en el Autocine Madrid Race
Un grupo de amigos durante la proyección de «El rey león» en el Autocine Madrid Racelarazon

Julio de 1935. El Coliseo San Andrés de Córdoba, un cine insertado en un patio de vecinos, proyecta «Sor Angélica». Es el taquillazo del año. No es para menos: versa sobre una mujer, Carmela, que, tras ser abandonada por el padre de su hija, ingresa en una orden religiosa. Centenares de personas contemplan al aire libre la peripecia vital de la protagonista mientras comparten altramuces y cervezas.

Julio de 2019. El Autocine Madrid RACE proyecta «El Rey león», «remake» del clásico de la Disney protagonizado por unas fieras que han cobrado vida gracias a las últimas técnicas informáticas. Más de 300 coches, en los que caben matrimonios y novios, hijos e hijas, abuelos y abuelas, apuntan directamente a la pantalla para vibrar con el regreso de Simba y su lucha por recuperar el trono de la selva. Hamburguesas que responden al nombre de «Marilyn», «Rita» y «Greta» van llegando a los vehículos previo encargo a través de una «app».

Más de ochenta años separan los dos escenarios y el ritual sigue siendo el mismo. La frontera entre pasado y presente se difumina en los cines de verano. El Coliseo San Andrés de Córdoba es local de esta clase más antiguo que se conserva en España. El Autocine Madrid RACE, que este año cumple su tercera temporada, es la sala de proyección para vehículos más grande de Europa, con 25.000 m2 de extensión. Una forma de ocio que hace su «agosto» de julio a septiembre y que, a pesar de la crisis crónica que azota al sector, aguanta el tipo. Según el censo elaborado por la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC) en nuestro país se contabilizan un total de 88 salas, un 14% más que el pasado año. ¿Qué aportan estos locales que se resisten a pasar de moda?

«Las multisalas tienen un público más adolescente y juvenil. El nuestro es más amplio: abarca desde familias con niños hasta gente de ochenta años», afirma Martín Cañuelo, gerente de Esplendor Cinemas, empresa que, desde los años ochenta, posee cuatro salas al aire libre en Córdoba, entre ellos el pionero Coliseo San Andrés. En los años treinta del siglo XX su promotor, Antonio Cabrera, ideó en pleno casco viejo de la ciudad un edificio, de genuino estilo andaluz, cuyos vecinos convivirían con un cine y un pequeño teatro situados en el patio. Muy cerca de la Parroquia de San Andrés, que data del siglo XIII y de la que tomó su nombre. Era un negocio rentable, popular y barato. «El mejor cine de verano de Andalucía», se publicitaba entonces. El suelo se regaba para combatir las altas temperaturas... y a día de hoy, también. Los altramuces siguen siendo el aperitivo más demandado, en dura pugna con los bocadillos de lomo, de tortilla y de pimientos fritos... a precios populares.

Del clasicismo de «Casablanca» y «Lo que el viento se llevó» se ha pasado a los juguetes animados de «Toy Story 4», al adolescente «Spiderman» y a los acordes de piano de Elton John en «Rocketman». El Coliseo recibe alrededor de 200 espectadores diarios: unos 80.000 de junio a agosto. Unas cifras que, confiesa Cañuelo, «no están nada mal». ¿Pero por qué siguen funcionando? «La climatología, el tiempo libre... Apetece salir y las terrazas no han pasado de moda», afirma. Pero también hay un factor que se ha ido perdiendo sin que nos demos cuenta: «Las salas de verano potencian el acto social de ir al cine, algo que en multisalas se da menos: es un punto de encuentro, te saludas, te giras y ves a la gente disfrutando también... Es el cine como experiencia colectiva, un valor añadido frente a la televisión, la tablet, el móvil o el ordenador».

Camas balinesas y «food trucks»

Tamara Istambul ha perdido la cuenta de las veces que le dijeron: «Estás loca. ¡Que los cines están cerrando!». Pero era su empeño, su sueño. Licenciada en ADE, gozaba de un buen trabajo en la banca cuando decidió ser su propia jefa. «¿Qué se podría montar en Madrid que fuera diferente?», se preguntaba. Tuvo su «revelación» en la playa, cuando una amiga brasileña le preguntó: «¿Por qué no montáis un autocinema?». A Tamara le encantó cómo sonaba. Junto a Cristina Porta y otros dos compañeros de viaje se puso manos a la obra. Analizaron al dedillo los célebres «drive-in» americanos, realizaron un estudio de mercado...y lo más difícil: buscaron un terreno donde situar una enorme pantalla de 250 m2 y donde cupieran 350 coches y 800 espectadores. «Estuvimos un año “gastando suela”. Pensamos en Móstoles, donde había una parcela...», recuerda. Al final, dieron con una antigua fábrica de Adif, en el distrito de Fuencarral, y que hoy la tienen en régimen de arrendamiento a muy largo plazo. Se estrenaron en 2017 con «Grease», el icónico musical que cumplía su 40 aniversario.

Hacía 70 años que no había un autocine en la capital. Hoy, en toda España hay menos de una decena. Un proyecto ambicioso, porque no está abierto solo en verano. Si bien tienen más público con el buen tiempo, la empresaria subraya que se puede acudir los 365 días del año. De hecho, en invierno tiene su encanto: ver una película de terror bajo la lluvia, con el coche protegido bajo unas viseras que se adaptan a la luna... La aventura ha ido a más: de 80.000 espectadores en su primer año, este 2019 rondarán los 200.000. ¿Cómo logran triunfar en la era de internet, de las plataformas digitales, de la televisión a la carta, de la «piratería»...? La respuesta va más allá de la cartelera.«Más que lo que han visto, la gente recuerda la experiencia de haber venido aquí: llegar con el coche, sintonizar la radio buscando la frecuencia de la película... Eso es lo que se llevan», dice Tamara.

Para desplazarse hay que retroceder en el tiempo y en el espacio: a los años cincuenta y a cualquier zona rural de EE UU. Hay un auténtico «dinner» americano, importado directamente del país, y donde los nachos, jalapeños y hamburguesas son la especialidad. Hay «food trucks» donde no faltan «hot dogs» y palomitas, que se pueden pedir con o sin caramelo. Hay un cadillac y un coche de Policía digno de una persecución por las cuestas de San Francisco. Hay una cama balinesa y una zona de hamacas, muy solicitadas. Hay gente que ha venido directamente en pijama y otros que han aprovechado el escenario para pedir la mano de su novia... si bien la propuesta no siempre ha acabado con un «sí, quiero». Hay sitio para las mascotas, que cuentan con su propio «bar de perros». Solo cambian dos cosas con respecto a los establecimientos originales: la cartelera, con los últimos estrenos, y la tecnología, porque el proyector es uno digital de resolución 2K. A las 22:00 reina el silencio. Las luces se apagan. La película va a comenzar.

Ver a Lady Gaga en un castillo

Los cines de verano posibilitan los escenarios más heterogéneos. Una de las experiencias más curiosas se encuentra en la Sala Montjuïc, en Barcelona, donde se puede disfrutar de los estrenos de este año a los pies del foso del castillo que le da nombre. «Ha nacido una estrella», protagonizada por Bradley Cooper y Lady Gaga, colgó el cartel de no hay billetes. La Galería de Cristal del Palacio de Cibeles en Madrid y la playa del Gurugú en Castellón son otros de los enclaves de éxito.